lunes, 23 de septiembre de 2013

INTRODUCCIÓN por Shodai J. A. Overton-Guerra

INTRODUCCIÓN
³  Oseas 8:07: “Quien siembra vientos recogerá tempestades.
³  Éxodo 9:01: “Deja ir a mi pueblo ...

He planificado escribir, desde hace muchos años, una obra de condena, de concienciación internacional, de denuncia contra los Estados Unidos de América – América – por su historia de explotación y de depredación a otras culturas no-angloamericanas, tanto de aquellas dentro de los EE.UU. como de aquellas fuera de sus límites territoriales. El ocasionar un despertar internacional con respecto a los orígenes, las causas, los efectos inmediatos, y consecuencias indirectas de la política racista, intervencionista, militarista y mercantilista de  América ha sido un proyecto pendiente yo creo que desde mi infancia. Cada golpe de estado, cada asesinato político, cada episodio de escándalo judicial, cada intervención militar internacional en el que América participaba – Vietnam, Chile, Nicaragua, Argentina, Honduras, Guatemala, El Salvador, Cuba, etc. – y llegaba a mi mente juvenil en formación reencendía y avivaba la flama de esa pasión por comunicar una perspectiva informada y forjada tanto en carne propia, en extensa experiencia internacional, como en una conciencia generacional.
Descendiente de afroamericanos, y amerindios (nación Cherokee) por parte de mi padre, y de españoles republicanos y de judíos sefarditas por parte de mi madre, me crie particularmente consciente y sensible a la historia de las perversiones de la humanidad contra sí misma (de la “Sombra” como la llamamos en MAMBA), de su capacidad desmesurada por la crueldad y por la explotación de aquellos que perciben como algo menos que humanos. Pero de forma más específica me refiero a los efectos de un racismo endémico angloamericano cuyos orígenes se trazan a los fanáticos impulsos religiosos de las cruzadas del medioevo europeo.
La idea de tal libro fue aumentando en complejidad y en magnitud conforme mi conocimiento y no solamente histórico, sino antropológico, religioso, psicológico, sociológico, cognitivo, económico, político, etc., y la interrelación e interdependencia de todos estos factores. A lo largo de mi extensa carrera académica he ido adquiriendo diversas digamos “herramientas” – no digamos la motivación final – para por fin dedicarme a un proyecto que sin lugar a dudas sabía que me llevaría años completarlo. Hablemos entonces tanto de esas “herramientas” y cómo las fui acumulando, y así matamos a dos pájaros de un tiro: uno, les comparto información vital para comprender y apreciar el material que aquí se presenta, y dos, nos quitamos de encima la (aburrida pero comprensiblemente necesaria) tarea de elaborar sobre mis credenciales académicos, profesionales, y personales que pudieran dar mayor credibilidad al proyecto.
Ya he mencionado antes mi multiplicidad étnica, y aprovecho para introducir un punto que voy a enfatizar repetidas veces: la importancia de la etnicidad por encima de lo racial. Una de las más grandes falacias, dominantes en la pseudo-ciencia del siglo XIX y de la primera mitad del XX y responsables en gran medida por el racismo, ha sido el confundir la etnicidad con la raza. La etnicidad es algo que se adquiere a través del aprendizaje, de la socialización, de la aculturación, se transmite en la interacción con otras personas de la misma etnicidad o sea, cultura. La raza sin embargo es una cuestión genética, es decir, biológica, e incluye atributos físicos propios de un grupo distintivo de personas humanas como lo son los rasgos faciales, el color de la epidermis, el tipo de cabello, la forma de los pómulos, la estatura, etc. La raza no la podemos cambiar, la etnicidad sí. Gran parte de las ideologías racistas dominantes partes del mundo desde el siglo XIX hasta la segunda mitad del XX, e incluso hasta el presente, son el resultado de la confusión entre lo adquirido por cultura y lo innato, es decir, entre las características culturales (adquiridas por socialización, por aprendizaje) de una etnicidad y sus distintivos raciales.
Racialmente soy en parte español por línea materna (aunque hasta qué medida se puede decir que los habitantes de la península ibérica constituyen una raza distintiva a los portugueses, por ejemplo, es muy cuestionable), y por parte de mi padre amerindio (con dos bisabuelos registrados en la nación Cherokee), afroamericano, y recientemente descubierto, también por parte de mi padre, celta – de origen escoces o galés. No existe un consenso en términos de la división de razas del ser humano, y teniendo en cuenta antes de nada que todos formamos parte de una sola especie única que desciende de África, en cuanto a la división general (y disputada) de las razas humanas en tres categorías, la negra, la blanca y la amarilla, y aceptando la teoría establecida de que los amerindios descienden de migraciones del centro de Asia, racialmente pertenezco a lo que José Vasconcelos vino a referir como “la Raza Cósmica” en referencia al mestizaje que forma la base racial, y étnica, fundamental de Iberoamérica. (Vemos, por cierto, en el ensayo del pensador mexicano claras evidencias de la dominante confusión de su época entre raza y etnicidad.)
Mi etnicidad es otra cosa – ya que la etnicidad combina no solamente la cuestión de influencia cultural sino la identificación con los miembros de una cultura dada. Hay cierto traslapo, claramente, entre mi ascendencia racial y mi etnicidad pero no hay una equivalencia perfecta. Étnicamente soy español – y mi equipo favorito de futbol es la Roja – pero racialmente no me identifico con los españoles; racialmente tengo sangre celta – demostrado por estudios de ADN que efectuó mi padre recientemente – pero los escoceses ni me van ni me vienen; étnicamente también soy judío, y también soy afroamericano, y también soy amerindio, y soy iberoamericano (o si prefieren latinoamericano). Noten el uso de la conjunción “y” indicando inclusión. Hago hincapié en este punto por diversos motivos. Por una parte porque identifico que una de las mayores dificultades psicológicas del latinoamericano típico (y por lo tanto de Latinoamérica), pre-programado por la misma mentalidad racista de sus colonizadores europeos, estriba en la forma en la que no ha sabido integrar su diversidad étnica y racial como mestizo que es. El mestizo latinoamericano típico odia a los españoles, repudia a los indios, y desprecia a los negro, abriendo en si una guerra civil con sus propias raíces de la cual es víctima y mártir pero nunca triunfador: mestizo de raza se nace, pero la integración étnica, funcional, sinérgica precisa aprendizaje. Como mestizo no es fácil siempre integrar nuestras partes, algunas veces confrontadas entre sí, para que formen una sinergia donde el todo es mayor que la suma de las partes – tema que desarrollo en mi obra en progreso, ‘Lo que hay que hacer’. Pero una vez integradas nos ofrecen herramientas cognitivas muy superiores para el análisis de la cultura y para la adaptación necesaria para la superación, donde la tradición por la tradición misma supone un impedimento absurdo para la prosperidad. Hasta le fecha el mestizaje del latinoamericano solamente ha servido para provecho ajeno.
            Además de las influencias étnicas puedo identificar influencias culturales. Como estudiante, practicante y maestro de artes marciales orientales, es innegable la influencia que el extremo oriente ha tenido en mi pensamiento, en mi conducta, en mi cosmovisión en general, y por lo tanto sobre el enfoque y el contenido en esta obra. A su vez están las influencias de las culturas de los diversos países en lo que he vivido y convivido, estudiado y/o trabajado. Aquí tendría que incluir, además de las influencias culturales hispanas directas de España y México, y hasta del Brasil como resultado de viajes extensos y relaciones personales, las influencias anglosajonas de Inglaterra, del Canadá, y por supuesto de los EE.UU., mi país de nacimiento y de ciudadanía. He vivido entrando y saliendo de diversas culturas toda mi vida, lo cual me ha permitido, de hecho exigido, cierta objetividad imparcial con respecto a los esquemas de pensamiento, emocionales, y de conducta de cualquiera de ellas, a la vez que me ha permitido observar, sobre todo, las influencias entre la cultura dominante y las marginalizadas.
En España, aprendí a ver el mundo desde la perspectiva de una ex-potencia imperial que había pasado a ser el imperio en donde el sol nunca se ponía, a ser un país que muy apenas logró evitar la categoría irrevocable de “tercermundista” solamente por su posición estratégica en la cola de Europa. Viviendo durante los últimos años del régimen franquista y el nacimiento de la frágil democracia fui testigo de la dificultad con la cual la sociedad española tambaleaba al borde del precipicio de un golpe de estado el 23 de febrero de 1981, en el cual familiares de un compañero mío de bachillerato tuvieron complicidad. En España presencié cómo el dictador Francisco Franco se había mantenido “Caudillo de España” no tanto “por la Gracia de Dios” como por la presencia militar de las bases americanas y de su influencia política como extensión de su “Guerra Fría” contra la Unión Soviética y el comunismo y el socialismo internacional. También pude observar directamente, gracias a lazos de amistad, cómo la cultura gitana, enajenada y perseguida hasta (en aquellos tiempos) por el código de la guardia civil, se adaptaba a su condición de marginados, condición que me recordaba con frecuencia la de los amerindios y los negros americanos.
En Inglaterra estudie el mundo desde la perspectiva de otra ex-superpotencia mundial, más reciente que la española y enemigo mortal de la misma. En Inglaterra no solamente estudie el mundo desde otra perspectiva, sino que estudie otras partes del mundo, incluyendo el mundo colonizado ahora no por los españoles, sino por los ingleses mismos. Comenzó en mí el proceso de comprender, comparando la cultura inglesa y la española, exactamente por qué los ingleses lograron dominar gran parte del mundo y robárselo a los españoles y portugueses, y también por qué las ex-colonias británicas de cultura anglosajona seguían dominando en el nuevo mundo por encima de las ex-colonias ibéricas. Lo mismo podría decir con respecto a los afro-caribeños, los paquistaníes, y los refugiados hindúes expulsados de Uganda por Idi Amin que llegué a observar y conocer en mi tiempo como estudiante allá.  
Pero durante toda mi infancia y adolescencia las identidades étnicas que dominaban en mí eran sin duda la afroamericana y la amerindia, identidades que se forjaban a través de la presencia y mi relación con mi padre, y de mi conocimiento de la realidad histórica y actual de las luchas constantes entre esas dos etnias y la cultura angloamericana dominante. Por la parte afroamericana, individuos como WEB Dubois, Fredrick Douglass, Marcus Garvey, Malcolm X, Martin Lutero King Jr., Rosa Parks, Harriet Tubman, Muhammad Ali, Joe Louis, Jackie Robinson, Jesse Owens, Sammy Davis Jr., Sidney Poitier, Alex Haley, los Panteras Negras, Ángela Davis, etc., etc., eran personajes cotidianos junto con sus aportaciones y los sacrificios por la causa de la superación a las inhumanidades del racismo. Los fines de semana sobre todo, las voces de cantantes afroamericanos más o menos contemporáneos como Aretha Franklin, Sam Cooke, Stevie Wonder, Ray Charles, los Platters, los Jackson Five y todo la música de los “Motown”, junto con otros que entonaban los clásicos “espirituales negros” – una rica tradición de canciones de índole religiosa que se desarrollan como expresión vocal ante la desesperación de la esclavitud – cobraban vida desde las negras superficies de acetato en el tocadiscos de mis padres.
Por mi lado amerindio, nombres, eventos, lugares y culturas como Jerónimo y los apaches; Sequoia, los Cherokee y el Camino de las Lágrimas (“Trail of Tears”); Toro Sentado, Caballo Loco, los Sioux, la masacre de Wounded Knee, Little Big Horn – donde el General Custer recibió su justo merecido; Osceola y los Seminola negros; el Jefe Joseph y los Nez Pierce; la masacre de Sand Creek; el sistema de reservaciones, la innumerable lista de tratados rotos por el gobierno de los EE.UU. a su gusto y conveniencia, etc., etc. Las historias de culturas sometidas que se definían, casi por completo, en contraposición, en reacción, en adaptación, en sumisión y a veces en desafío a muerte contra la angloamericana opresora, explotadora, tramposa, inhumana, culpable.
Las experiencias históricas y sociales de esas dos culturas, la afroamericana y la amerindia, junto con las historias de la familia que me contaba mi padre de nuestros antepasados, de sus abuelos, de sus padres, de él mismo, se yuxtaponían con mis propias y experiencias de racismo, de violencia, de humillaciones, de discriminación. Así es como se vino a formar venían la esencia fundamental de mi identidad étnica. No es tan de extrañar quizás, que desde muy niño fui particularmente consciente de eventos sociopolíticos, leyendo con regularidad el New York Times y el Washington Post para mantenerme al tanto de muchos eventos nacionales e internacionales de los EE.UU., como por ejemplo del escándalo Watergate – en el cuál el Presidente de los EE.UU. Richard Nixon estaba en vuelto en planificar y luego encubrir el allanamiento ilegal del comité nacional del partido Demócrata y que le causó que renunciara a la presidencia. América, aprendí, además de culpable, era corrupta.
Curiosamente, tenía otra identidad, no menos importante y de gran forma compatible con la anterior. No era una identidad étnica propiamente, sino más bien un identidad ideológica – filosófica, política, social, revolucionaria – y era claramente el resultado de mi herencia, presencia e influencia materna, específicamente creo yo el legado de mi la memoria de mi abuelo, Alejandro Guerra Macho, activo en el gobierno de la Republica española, veterano de la Guerra Civil donde fue herido, y difunto años antes de nacer yo.  Ningún país se experimenta de forma “objetiva”, sino a través de los lentes de una ideología sociopolítica que colorea y a veces hasta da forma a nuestras experiencias. Verán, a lo largo de mi niñez y adolescencia amaba a España; como la patria de mi madre siempre y sin lugar a dudas la he amado. Desde que pisamos tierra española en Algeciras septiembre de 1971, he reconocido en ella la belleza y grandeza de su geografía, de sus animales y plantas, de su cultura y de su historia que para mí se extendían ambas como raíces en el tiempo hasta lo profundo de la antigüedad griega. Pero también era la cultura del Catolicismo y su Inquisición – esas mismas instituciones por la expulsión de los judíos en 1492 y que llevaría a que los ancestros de mi abuela tuvieran que seguir practicando sus tradiciones en secreto; era la cultura del tráfico de esclavos y de la colonización de América – de Francisco Pizarro, de Hernán Cortes, de la intolerancia religiosa, del antisemitismo y de la xenofobia. Desde niño aprendí el concepto de las “dos Españas”, y para introducirlo voy a recurrir a una vieja parábola Cherokee que viene muy a propósito:
Un viejo jefe Cherokee estaba enseñando a su nieto acerca de la vida...

"Una pelea está ocurriendo dentro de mí", dijo el anciano al muchacho. “Es una pelea terrible y es entre dos lobos. Uno de ellos es el mal – la ira, la envidia, la tristeza, el pesar, la avaricia, la arrogancia, la autocompasión, la culpabilidad, el resentimiento, la inferioridad, las mentiras, el falso orgullo, la superioridad, la duda de uno mismo, y el ego. El otro es bueno – la alegría, la paz, el amor, la esperanza, la serenidad, la humildad, la bondad, la benevolencia, la empatía, la generosidad, la verdad, la compasión y la fe. Esta misma pelea está ocurriendo dentro de ti - y dentro de cada persona, también."

El nieto pensó por un minuto y luego preguntó a su abuelo, "¿cuál lobo ganará?"

El viejo jefe simplemente respondió: "El que alimentes."

Durante la Guerra Civil española, ganó el lobo malvado, o sea, el fascismo, el obscurantismo religioso, la autocracia, la intolerancia, la xenofobia. Mediante la influencia de mi madre y de mi abuela materna, mi “Yaya”, las ideologías socialistas y comunistas de la Republica se fueron haciendo coalescentes en mi mente y en el concepto de justicia y orden social. Aun en mis tiempos en España, grosso modo del 71 al 81 – salvo año y medio en Inglaterra – todavía se dividían los niños en el colegio en rojos (republicanos) y fascistas (franquistas). En cuanto a los españoles mismos, muchos, francamente, entre sus prejuicios raciales latentes o patentes, su ímpetu por la envidia y demás “Pecados Capitales”, y su espíritu de rebeldía sin causa, si es que no de anarquía propiamente dicha, con demasiada reincidencia le “buscaban tres pies al gato” – nada comparado con los ingleses o los americanos, claro – hasta el punto de ganarse la represalia física, lo cual admito que ocurrió con suma frecuencia pero con resultados asombrosamente favorables (desde mi punto de vista, claro). Digamos que llegué a apreciar el lema de la política exterior del Presidente Roosevelt de “camina suavemente y carga un buen garrote”.

Por otro lado mi madre se también se aseguró de que recibiera una educación literaria “completa” – ya que había sido escritora de profesión: Mark Twain, Alexandre Dumas, Jules Verne, Fyodor Dostoievski, Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Tirso de Molina, Pedro Calderón de la Barca, Charles Dickens, Franz Kafka, George Orwell, Hermann Hesse, Miguel de Unamuno, León Tolstoi, John Steinbeck, etc., a los que yo, ya en mi fase de adolescente revolucionario y existencialista, sustituiría por los “sospechosos usuales”: Marx, Kant, Mill (favorito de mi padre), Locke, Mao, Che, Maquiavelo (odiado por mi madre), Rousseau, Nietzsche, Lenin, Camus, Sartre, Frankl, Poe, y otros que la verdad ahora mismo no me vienen a la memoria, pero que a pesar de mi amnesia transitoria contribuyeron a mi formación intelectual. ¡Y, cómo no!... mi fascinación por las artes marciales – y mi identidad “marcialista” – me llevaría a explorar las obras clásicas de pensadores como Mencio, Confucio, Lao Tzu, Sun Tzu, Chuang Tzu, Mo Tzu, Musashi, el Buda mismo y maestros del Zen. Las ventajas educacionales de padres exigentes, una gran biblioteca familiar, y el criarse marginado por la sociedad general son evidentes ahora pero no siempre fueron apreciadas en su momento.

Pero no fue hasta años después de que regresara a Norteamérica – a partir de mi ingreso a la universidad de Queen’s en Kingston, Ontario, en el año 1985 – que de verdad empezara a formar en mí lo que podríamos venir a reconocer como una identidad étnica hispana o latina, agregándose a la afroamericana y amerindia ya establecidas. Pero no fue de golpe, sino que ocurrió paulatinamente conforme mis materias, al principio optativos – de la geopolítica, la historia, la economía, la literatura, y la cultura en general de España y Latinoamérica – poco a poco se convirtieron en mi enfoque principal de mis estudios universitarios en aquella época. Así fue como pasé de especializarme originalmente en ciencias de la informática, luego en ciencias cognitivas, después en psicología experimental, hasta que finalmente me licenciaría en Estudios Latinoamericanos e Ibéricos.
Sin dudas mis estudios sobre los diversos aspectos de la cultura ibérica e iberoamericana efectuados durante esa primera licenciatura en Queen’s me dieron un buen marco teórico para aproximarme mejor a la “realidad latinoamericana” y a comenzar a fomentar un vínculo personal con esa gran vorágine de humanidad tan problemática y polémica que hasta su gran libertador Simón Bolívar había denunciado:
“La América entera es un cuadro espantoso de desorden sanguinario... Nuestra Colombia marcha dando caídas y saltos, todo el país está en guerra civil... En Bolivia, en cinco días ha habido tres presidentes y han matado a dos... la América es ingobernable para nosotros… el que sirve una revolución ara en el mar… nunca he visto con buenos ojos las insurrecciones, y últimamente he deplorado hasta la que hemos hecho contra los españoles.”
Sin embargo fue otra actividad, una profesional y no académica, la que contribuiría a ofrecerme una perspectiva más humana, más directa, y por lo tanto a empezar a identificarme con mi hermano latinoamericano – mestizo, zambo, y mulato: trabajando como interprete forense y cultural para diversas entidades del gobierno canadiense. Algunas veces me contrataba el departamento de inmigración canadiense para servir de intérprete para refugiados, muchos supervivientes de las guerras civiles de Centroamérica. Eran gente traumatizada por las barbaridades que habían experimentado en su pasado,  y atemorizada por lo que podría ser su futuro; una cara igualmente mestiza y que hablaba su mismo idioma, aunque con un acento y expresiones algo “raras”, para ellos hacía una gran diferencia a la hora de aliviar un poco desconfiada que sentían en el presente, rodeados de caras blancas que no siempre eran amables, y comunicarles información imprescindible para su mejor ubicación en el sistema social canadiense.
Pero el 99% de mi trabajo se centraba en ese frente policial, judicial y correccional de la Guerra contra el Narcotráfico. Ahí trabajaba a veces para la policía federal (la Royal Canadian Mounted Police o RCMP), otras para una abogada privada, pero sobre todo para el sistema correccional federal canadiense en sus audiencias para libertad provisional. Durante varios años traté con individuos de todas las ciudadanías de América Latina de habla castellana (cubanos, chilenos, mexicanos, colombianos, venezolanos, peruvianos, guatemaltecos, bolivianos, etc.), cada uno con sus acentos y jerga particulares que yo de alguna forma había aprendido leyendo sus respectivas literaturas. Nunca tuvimos problemas a la hora ni de comunicarnos ni de entendernos. El que no quiera aceptar que a pesar de las diferencias regionales y nacionales del mundo latino existen unas características culturales que nos unen a todos en realidad no sabe de qué está hablando.
Trabajé en prisiones de mínima, mediana y de máxima seguridad y mi conocimiento directo con los seres humanos envueltos en esa guerra daba una dimensión de profunda humanidad a lo que estudiaba teóricamente en los libros sobre los problemas sociales, económicos y políticos de Latinoamérica. Mis clientes incluían individuos de todas las esferas sociales y niveles de los carteles: desde capos colombianos, a agentes de inteligencia, oficiales militares, hombres de negocios, hasta campesinos que nada más eran sacrificados como mulas para distraer la pista de cargamentos importantes. Hasta hice una tesina sobre la influencia del tráfico de la cocaína en la economía de Colombia en haciendo buen uso de mi “trabajo de campo”.
De mis estudios de América Latina surgió un interés particular de llevar a cabo un estudio profundo sobre la esencia esotérica tras el realismo mágico, la corriente literaria patrocinada particularmente por Gabriel García Márquez en “Cien Años de Soledad”, pero que de alguna forma se hallaba presente en casi todas las obras literarias latinoamericanas. El proceso, que me llevó últimamente a descubrir la relación entre la hipnosis y el chamanismo junto con las bases neurocognitivas de la hipnosis misma, lo describí en un ensayo titulado “Un sendero con corazón”:
            […]
Terminando ya la licenciatura, había descubierto que quería investigar el mundo del brujo Don Juan de la obra de Carlos Castaneda; el problema del dónde y del cómo se resolvió cuando conseguí que un profesor del departamento, Don Diego Bastianutti, quien tenía su propio interés en que se llevara a cabo un tal estudio, se prestara a servir como mi supervisor académico. La dificultad estaba en que un estudio de esa magnitud y calibre estaba muy por encima de una simple licenciatura; la solución se encontraba entonces en continuar mis estudios en el departamento como estudiante de maestría en literatura española y latinoamericana con el catedrático Bastianutti como mi supervisor.
            Mi objetivo era analizar la obra de Castaneda para mi tesis, pero después de indagar resultó ser que Castaneda no escribió ninguna parte de su obra directamente en español (ni tampoco en portugués), lo cual significaba que a pesar de que él mismo fuese latinoamericano (quién sabe de dónde), su obra no se clasificaba como tal. No tuve más remedio que encontrar otro tema para mi tesis, pero tampoco me daba completamente por vencido con respecto a parte de la temática del maestro-brujo de Castaneda.
            En mis estudios de literatura latinoamericana me había dado cuenta de que la figura del brujo era bastante común y de que había una esotérica inherente en gran parte de las obras, esotérica que géneros literarios como el realismo mágico y lo real maravilloso trataban de captar e incluir para el lector implícito, o sea, el lector occidental culto. Había un denominador común con la obra de Castaneda, un patrón por descubrir, pero lo difícil era descubrirlo en términos concretos.
            Destacar un patrón en un estudio, en una investigación, identificar las pautas de una teoría es algo así como, dado una diversidad de puntitos a simple vista dispuestos al azar, definir una relación entre ellos de manera que se revele un diseño claro, elegante y escueto. La verdad es que se me hacía muy escurridizo identificar el esquema, la relación entre Don Juan, el realismo mágico, la brujería, etc., aunque intuitivamente sabía que existía. No ayudaba en absoluto por un lado que nadie, ni siquiera Gabriel García Márquez, autor padrino del realismo mágico, pudiera definir claramente en qué consistía el género literario con el cual había ganado un premio Nobel, ni tampoco por otro lado que los antropólogos no consiguieran ponerse de acuerdo en una definición del brujo o de la brujería.
            El tiempo pasaba y mi supervisor estaba perdiendo la paciencia con el tema; o yo encontraba el filón de oro enseguida o me tocaría abandonar la mina y buscar un yacimiento en otra parte. Fue en este contexto que una tarde, mientras esperaba llegar el autobús saliendo de casa camino a la universidad, eché mano por pura casualidad de una obra pequeña que había comprado ya hacía tiempo en Toronto pero que cada vez que me le acercaba para leer me sentía repulsado por las figuras extrañas dibujados en la cubierta: entes mitológicos congregados alrededor de un hombre viejo vestido de mago o de hechicero y con larga barba blanca. Pero esa tarde el apuro del autobús que llegaba me obligó a aceptar la compañía de aquel extraño libro por falta de tiempo para escoger otro.
            Una vez sentado en el autobús abrí el libro y en menos de cinco minutos me di cuenta de que allí mismo había encontrado exactamente la pieza del rompecabezas que me faltaba, lo que necesitaba para vincular el realismo mágico, lo real maravilloso, Don Juan Matus, la brujería, y la figura del brujo – ¡y mucho, mucho más! El libro, escrito por el antropólogo Michael Harner, se titulaba “The Way of the Shaman,” - “El sendero del chamán” – y nada sería igual ni en mi visión del mundo ni en mi apreciación de la realidad humana que se desenvuelve en él.
            Mi tesis ocupó doscientas páginas en vez de las cincuenta a cien permitidas para una tesis de maestría, y me llevó casi tres años en escribir. Se tituló “El chamanismo y la perspectiva chamánica en el análisis de la obra mágicorrealista. Estudio aplicado a dos obras de Gabriel García Márquez,” y fue un estudio interdisciplinario más bien de antropología psicológica aplicada a la literatura. La “perspectiva chamánica” fue un término que yo creé para captar el esquema de la realidad, el punto de vista propio de los chamanes y de las culturas chamánicas. Esta es una perspectiva que permite comprender las creencias mágicas que han dominado no sólo todas las culturas aborígenes del globo desde el comienzo de la especie humana, sino que son la base de las creencias religiosas del mundo, de la mitología y de la esotérica mundial, de las supersticiones y del ocultismo, de la hechicería y de la brujería - del realismo mágico y de lo real maravilloso. Mi teoría quedó bien establecida si bien al comité le hubiera gustado verla aplicada a más obras (cosa que hice luego en un extenso artículo publicado en la revista de chamanismo internacional “Shaman”, titulado “Shamanic Realism: Latin American Literature and the Shamanic Perspective”) […]

Con la “perspectiva chamánica” tenía una gran herramienta no solamente para comprender la literatura del realismo mágico (y de lo real maravilloso) sino también para comprender la mentalidad y la cosmovisión de los pueblos de donde habían surgido estas literaturas – y para la religiosidad y espiritualidad de la humanidad en general. Durante los próximos casi diez años mi vida estuvo dedicada a investigar cuales eran las bases psicológicas y neurológicas del trance chamánico y de las experiencias descritas por los chamanes sumergidos en él. Mi meta ahora cambiar radicalmente de disciplinas – de nuevo – y ahora integrarme a las neurociencias para poder completar mi propósito. Para ello tuvo que llevar a cabo otra segunda licenciatura, esta vez por la universidad de Waterloo, especializándome en ciencias generales (para tener los requisitos para neurociencias), con una concentración en psicología de la religión.
De Canadá regresé a mi estado natal de California, ciudad de San Diego, con el fin de ingresar en el programa de doctorado de ciencias cognitivas de la universidad de California en San Diego (UCSD). Despues de un año tomando cursos selectos en el departamento de ciencias cognitivas y en la escuela de medicina sobre la hipnosis, conseguí impresionar algunos de los profesores con mis calificaciones pero sobre todo con un ensayo que escribí titulado “The Conscious Control Paradigm” (“El paradigma de control del consciente”) que consistía en un paradigma para el estudio de la mente consciente, tema de gran actualidad en las ciencias neurocognitivas.
Admitido al programa doctoral de ciencias cognitivas, pospuse mi entrada durante un año para continuar un proyecto de investigación sobre la hipnosis y el chamanismo que había iniciado con dos profesores de la facultad de medicina de UCSD, Edwin Yager (psicólogo clínico y profesor del programa de hipnosis clínica) y Steve Bierman (profesor de la hipnosis médica y ex-tesorero de la asociación americana de hipnosis médica). El resultado de ese proyecto de investigación fue un artículo sobre hipnosis y chamanismo publicado primero en la revista antropológica internacional “Shaman” y luego de nuevo en la revista de la “Hypnotherapy Reseach Society” de Gran Bretaña a través de la cuál recibiría en el 2000 el premio de “mejor artículo de investigación sobre la hipnosis del año”. Mi nueva definición de la hipnosis como la manipulación deliberada de la imaginación para lograr cambios transitorios o perdurables en la mente y/o el cuerpo resultó para muchos expertos en la disciplina la clave para comprender un fenómeno enigmático que había eludido comprensión durante siglos si es que no milenios. Al relacionarlo claramente con el chamanismo logré a su vez esclarecer una parte muy importante de otro fenómeno psicológico-cultural esotérico.  
Durante mis cinco años en UCSD, desde el 1995 hasta el 2000, mis estudios, cursos enseñanza, y programa investigación me llevarían a través de dos senderos paralelos que vendrían a contribuir muchas herramientas, esquemas y perspectivas indispensables para el presente estudio. Por una parte mi trabajo como asistente de profesor en el programa “Makings of the Modern World”, (“Creación del Mundo Moderno”) de Eleanor Roosevelt College, me dio una visión panorámica del mundo actual – religioso, político, económico, filosófico, etc., cultural – a través de su desarrollo histórico.  El tener que preparar las lecturas de los cursos a través de los varios semestres para poder desmenuzar los textos, las ideas para centenares de jóvenes estudiantes americanos y ayudarles a redactar sus ensayos para cada curso me obligó no solamente a dominar la materia sino que me ayudó a comprender la mentalidad de los alumnos mismos.
En el departamento de ciencias cognitivas mi aprendizaje fue completamente opuesto pero enormemente complementario. “Cerebro, conducta, computación” es el lema del departamento de ciencias cognitivas de UCSD, disciplina que enfoca en el estudio tripartito de la mente humana desde la perspectiva de su biología (cerebro), de la conducta y comportamiento del organismo, y mediante modelos computacionales (principalmente “redes neuronales artificiales”, incluyendo inteligencia artificial. El paradigma dominante de la ciencia se conoce como “el modelo conexionista”, el cual se distingue por el estudio de las propiedades emergentes de la mente (o de cualquier sistema dinámico y complejo) que surgen como el resultado de la interacción interdependiente de sus componentes. La mente no funciona mediante la activación aislada de módulos cerebrales como se daba a entender por el modelo psicológico y obsoleto anterior, sino gracias a la interacción de diversas áreas que trabajan en unísono para lograr los propósitos cerebro-mentales.
Si por un lado el trabajo de asistente de profesor para Eleanor Roosevelt College enfocaba en el ser humano como entidad cultural, mis estudios como estudiante doctoral en ciencias cognitivas (con especialización en neurociencias), mis propios proyectos de investigación, y mis otros empleos como asistente de profesor en diversos cursos del departamento abrieron, enfocaban en el ser humano como individuo – en los mecanismos de funcionamiento la mente-cerebro como unidad. El ser humano como individuo, y el ser humano como ente social.
Basados en mis estudios neuro-cognitivos de los mecanismos y la función de la imaginación tanto en el chamanismo, como en la religión en sí y la hipnosis, mi proyecto de investigación pre-doctoral demostró ser innovadora e impactante, tanto así que fue eventualmente publicada en el prestigioso “Journal of Mental Imagery”, abriendo así terreno para el estudio de la imaginación como nuevo campo para las ciencias neurocognitivas. No obstante, ni la política académica ni la rutina del laboratorio me entusiasmaron demasiado. Así que cuando se presentó la oportunidad de trasladarme a otro programa doctoral, este en psicología clínica, de la salud e integral a través de la Alliant University la tomé, egresando de UCSD con un segundo título de maestría, este en ciencias cognitivas.
Si mis estudios e investigaciones en las ciencias neurocognitivas me habían enseñado el funcionamiento de la mente normal en base a la biología del cerebro, mis estudios en psicología clínica me enseñaron la disfunción de la mente, es decir, la patología, cómo identificarla, y (idealmente) cómo tratarla. Con los fundamentos que traía de mis estudios de las ciencias neuro-cognitivas por un lado, y de mis investigaciones y prácticas en la hipnoterapia clínica por otro (me certifiqué como hipnoterapeuta bajo diversas organizaciones incluyendo la escuela de medicina de USCD), el estudio de la psicopatología, sus causas y tratamientos fue relativamente sencilla pero no por ello dejó de ser fascinante.
El estudio de la psicopatología humana resolvió una gran incógnita que yo tenía pendiente desde mi maestría en literatura latinoamericana: ¿por qué el chamanismo se ha presentado como un fenómeno universal humano? La respuesta vendría a ser la base para un curso que luego creé y que ofrecí en la universidad estatal de California en San Diego (SDSU), titulado “la Psicología de la Religión”: la base psicológica al impulso religioso (originalmente chamánico) es la imaginación humana tratando de resolver los problemas emocionales y psicológicos (incluyendo la ansiedad de la muerte) que la imaginación misma causa. Sin haber estudiado psicopatología en profundidad es posible que nunca hubiera dado con esa pieza que necesitaba para completar mi teoría sobre el chamanismo. (Reuniendo, organizando y coordinando todo mi conocimiento anterior del chamanismo, la mente-cerebro, la hipnosis, la imaginación, la filosofía oriental y literatura (Don Quijote), junto con la experiencia que obtuve enseñando varios cursos de “Religiones del Mundo”, también en SDSU, cree un programa titulado “la Psicología de la Imaginación: del Chamanismo al Don Quijote” que ofrecería en la Universidad de Tijuana pero que luego no podría impartir por motivos de salud.)
A lo largo de mis años en el programa de doctorado de psicología clínica, de la salud e integral, tuve dos experiencias laborales relativas a mis estudios particularmente relevantes a la serie presente América Culpable. En una de ella tuve la oportunidad de trabajar para el programa de maestría en terapia familiar para amerindios. La psicología no es independiente de la cultura, y la psicopatología mucho menos. De ahí que la universidad tuviera un programa especializado para la formación de terapeutas de familia compuesto por terapeutas amerindios y para familias amerindias. Bajo una subvención gubernamental fui contratado para servir de asesor a ese programa. Además de ayudar a los alumnos del programa con las estadísticas para sus proyectos de maestría, tuve que llevar a cabo un proyecto de investigación propio. En esencia se me entregaron varias carpetas repletas de artículos y estudios sobre las condiciones psicológicas y sociológicas de las poblaciones amerindias en los EE.UU. durante los últimos veinte o treinta años – más de 4,000 páginas en total – y preparar un reporte explicando lo siguiente: ¿por qué rayos no salen de su estado de miseria socioeconómica?
En esencia la respuesta vino en una palabra clave que encontré enterrado en uno de los innumerables artículos: síndrome de estrés postraumático.  Todos sabemos lo que es estrés postraumático: el soldado que regresa del campo de batalla con síntomas que incluyen alucinaciones, ataques de pánico, tremenda ansiedad, etc., y que le rinde disfuncional para la vida ordinaria. Pero cuando esas experiencias traumatizantes se repiten generación tras generación, a lo largo de siglos de historia, hasta convertirse en la esencia de la identidad cultural de un pueblo, ya no constituyen causa para la patología individual, sino para un síndrome patológico cultural.
Esa pieza, el concepto real, palpable y empíricamente comprobable de la adaptación patológica de un pueblo – síndrome de estrés postraumático – al estar sometido a condiciones repetidamente traumatizantes, es clave para entender a fondo de lo que es América Culpable. Pero hay otra pieza, la complementaria, interdependiente con la anterior, que se refiere a la psicopatología del pueblo – en este caso la cultura angloamericana –  que ha perpetuado las condiciones traumatizantes para tantos otros pueblos a lo largo de esa misma historia. Yo lo llamo síndrome de estrés deshumanizante y los síntomas son los de una psicopatía endémica que impregna todas sus las instituciones sociales – las policiales, las judiciales, las correccionales, las políticas, las educativas, etc. – hasta convertirse en medular a la cultura misma.
Finalmente, en el año académico 2006-2007 trabajaría como psicólogo en la “Girls Rehabilitation Facility” (GRF) de San Diego, un centro de rehabilitación correccional para jóvenes adolescentes. En un artículo titulado “Reportes desde el Frente”, escrito durante mi estancia en el centro, escribiría lo siguiente sobre mis experiencias trabajando en ese centro:
La historia confirma que la guerra es causa y consecuencia de muchos períodos históricos. La revolución francesa, por ejemplo, es la guerra que da lugar al nacimiento de la era moderna; igualmente se podría argumentar que la guerra del Vietnam jugó un papel decisivo en la creación de la historia americana postmoderna, tal vez sirviendo para dar a luz al postmodernismo americano mismo. Cualquiera que estudie la historia debe aceptar como hecho la prominencia que la guerra ha desempeñado a lo largo de la existencia de nuestra especie. “La guerra es de máxima importancia para el estado,” dice Sun Tzu, “su estudio es el camino a la supervivencia o a la extinción y por lo tanto no puede ser despreciado.” La guerra no es solamente común, frecuente, y a menudo un estado definidor de la humanidad, sino que requiere una gran preparación mental, física y filosófica-espiritual. La guerra y su preparación triunfante requiere para su desempeño una condición de elaboración, una claridad de propósito, una singularidad de dedicación que en muchas culturas han sido vinculadas a tradiciones de profunda espiritualidad, particularmente en las culturas aborígenes o indígenas, y también en las culturas del extremo oriente. Los arquetipos del guerrero-monje o del guerrero-chamán están bien representados a lo largo de las tradiciones culturales del mundo.

Dadas las implicaciones severas de lo que la guerra representa para una nación, no es sorprendente que los grandes maestros del arte de la guerra han sido venerados a través del tiempo. Nunca hemos estado en mayor necesidad de la sabiduría de estos maestros de estrategia que en la denominada era postmoderna de hoy en día. Estamos todos en un estado de guerra donde no hay fronteras ni enemigos distinguibles; no hay reglas de combate ni armas predilectas; no hay campos de batalla específicos, ni adversarios particulares donando sus uniformes diferentes o mostrando sus banderas de identificación; pero aun así estamos en guerra. No es del terrorismo internacional del que hablo, ya que en ese conflicto hay adversarios, oponentes, intereses, ideologías, y bandos. Hoy estamos en guerra con el caos que caracteriza y domina el mundo en el cual vivimos; estamos asediados por la absurdidad ubicua que se manifiesta universalmente a través de nuestras sociedades, de nuestras instituciones, y de nuestras comunidades. Este caos y esta absurdidad se han convertido tan comunes en nuestras vidas, tan sobrecogedoras, tan abrumadoras para nuestros sentidos, tan despectivos de nuestros poderes de la razón que exigen nada menos que una capitulación total de nuestras mentes, una rendición completa de nuestra psique, de nuestro espíritu, de nuestra humanidad. Visto así no es de sorprender que recurramos a estupefacientes y soporíferos mentales en un intento desesperado de advertir nuestra conciencia de la realidad que nos rodea y que en muchos casos amenaza a definir quiénes somos.

Mucha de mi existencia se pasa inmersa en medio de este caos, de esta absurdidad, tomando el pulso de su línea delantera, luchando para resucitar a sus víctimas más desesperadas. Actualmente mi tiempo se divide entre una ciudad mexicana llamada Tijuana y su hermana San Diego, ambas situadas a lados opuestos de la frontera de los EE.UU. y de México al sur de California. Entre otras cosas trabajo haciendo mi residencia pre-doctoral en psicología clínica y forense en una institución de detención juvenil femenina en San Diego. Allí, como miembro del equipo de intervención de crisis del departamento de psicología forense juvenil de la Agencia Humana y de Salud del condado de San Diego atiendo a la psique de ofensoras juveniles femeninas que han sido asignadas a mi cargo. Por lo menos el 95% de las chicas en ese centro se podrían dividir a grosso modo en cuatro categorías solapantes: narco-adictas y alcohólicas en recuperación, narcotraficantes, pandilleras (declaradas y 'afiliadas'), y finalmente prostitutas.

Es una residencia clínica que escogí de entre muchas otras posibles ya que traía conmigo ‘atributos’ que son definitivamente ventajosos. Para comenzar, soy un hispanohablante nativo de descendencia española, africano-americana, y amerindia; la mayoría de las residentes son latinas, ciudadanas de México o mexicanas-americanas, lo que significa una mezcla racial y étnica español-amerindia; hay también una buena representación de afro-americanas, aunque por debajo del promedio nacional para una institución de este tipo dada la demografía racial del condado de San Diego. La segunda característica que aporto es que no soy exactamente un ‘extraño’ a la mentalidad de ‘barrio’ de mis pacientes: la conozco de raíz y en propia persona. Mi género y mi edad también son grandes ventajas: virtualmente todas estas chicas están desesperadamente carentes de una figura positiva de padre en sus vidas, un varón mayor que no busca explotarlas ni sexual ni físicamente. Mi fondo étnico-racial, mi capacidad lingüística, mi experiencia de vida, y mi género y edad combinados me permiten crear una profunda relación paciente-terapeuta mucho más rápido de lo que se esperaría de un hombre trabajando en una institución femenina con pacientes víctimas de abuso sexual y de violación. Estas sesiones terapéuticas son encuentros en las cuales las chicas están libres para discutir los detalles más íntimos de sus vidas que han guardado como secretos, ya vergonzosos ya siniestros, del resto del mundo.

Uno podría preguntarse la importancia que esta experiencia tiene en cuanto a la sociedad en general; uno podría querer argüir que éstos individuos, y los de otras instituciones como ésta a lo largo del país, forman un segmento tan pequeño de la población que cualquier conclusión que uno derive de sus casos no podría reflejar la sociedad en su totalidad; se podría pensar que estos individuos representan no a la sociedad en sí misma, sino a los rechazos de nuestra sociedad; que constituyen las excepciones de las cuales la sociedad intenta protegerse, distanciarse, y despojarse. Estarían lamentablemente equivocados.         Hay un número de características de esta población que son profundamente representativas de quiénes somos y de dónde estamos como nación, como continente, como civilización, y quizás incluso como especie. Trabajando con estas chicas me ha enseñado mucho sobre el mundo en el cuál vivimos, y me ha hecho poner más atención en los síntomas de una realidad que no puedes ver a menos que sepas ya que existe. Nuestra sociedad americana, y quizás nuestra civilización occidental entera, está experimentando una denegación patológica de la realidad que nos rodea y define, de una realidad que describe dónde estamos, nuestro stasis, y quienes somos, nuestra auto-identidad. Juntos, el stasis y la auto-identidad son facetas de una misma moneda: quién eres muchas veces es un reflejo de dónde estás, y viceversa. Además, nuestras culturas y sociedades son un reflejo acumulativo de sus componentes individuales, y los individuos que las constituyen son igualmente representaciones del colectivo.

            Hay por lo menos 11 factores que caracterizan a muchas de las pacientes en esta institución, y estos mismos factores están al centro de lo que anda mal en la sociedad norteamericana: a) afiliaciones criminales; b) un expediente de abuso de sustancias adictivas; c) una ausencia paternal, si no falta de padre por completo; d) una historia de abuso sexual y físico infantil; e) una falta de formación educativa; f) un dedicación profunda al materialismo; g) antecedentes familiares de bajo estatus económico; h) enajenamiento social; i) una ira bordeando en furia desatada; j) antecedentes penales; y finalmente, k) una desesperanza total. En demasiados de estos casos las historias de vida de estas chicas estaban escritas mucho antes de que nacieran: no son los rechazos de una nación, de una sociedad, o de una civilización; son a menudo las víctimas de las mismas [nación, sociedad, civilización], y sus historias constituyen claves, indicios, y trazos de la naturaleza comprobable del mundo en el cuál todos vivimos, del mundo al que todos contribuimos para crearlo cada día con nuestros comportamientos, hábitos, escogencias, apatía y negligencia.

            De nuevo estaba trabajando con los marginados de la sociedad norteamericana, de nuevo la mayoría prisioneros de una guerra netamente racista (como demostraré en esta serie), pero esta vez no en calidad de traductor de sus comunicaciones externas, sino como intérprete interno de sus emociones, de sus esquemas mentales inconscientes y de conductas asociales e inadaptadas a las exigencias y expectativas de la sociedad. Pero eso solamente es una perspectiva con respecto a la realidad que vivían y que yo, vicariamente a través de mis sesiones privadas, en grupo, y familiares, convivía con ellas. La realidad es que las pandilleras, las prostitutas y los narcotraficantes están perfectamente adaptadas a las condiciones sociales y económicas en las que estaban condenadas a vivir, es decir, tienen sus propias culturas que nos podrían parecernos a nosotros, desde afuera, como aberrantes, y que desde a dentro son ciclos perniciosos socialmente dañinos y netamente autodestructivos, pero que son testimonio de la adaptabilidad del ser humano desesperadamente tratando de preservar indicios de su salubridad mental en la que el largo plazo se sacrifica a diario por la gratificación – o la supervivencia – inmediata. Para entender la patología de lo social primero que comprender que cuando las condiciones son absurdas, crueles, desesperanzadoras, lo irracional es a menudo lo más racional que se puede esperar. La psicopatología es con frecuencia una respuesta a la patología social del contexto y de las condiciones. Volviendo al concepto del síndrome del estrés postraumático, cuando esa patología social ha perdurado durante generaciones y representa un contexto perpetuado durante décadas o hasta siglos, la psicopatología se vuelve igualmente sustentable: se convierte en cultura. Una vez logrado ese estado patrones perduran y es mucho más fácil sacar a la chica del barrio que sacar el barrio de la chica.
Pánico social, fanfarria de la prensa y mercantilismo del complejo militar-industrial aparte, la verdadera amenaza a la seguridad nacional de los EE.UU. no es el terrorismo global, sino el pandillerismo dentro de sus propias fronteras, un problema que las autoridades americanas son incluso más incompetentes para erradicar de lo que han demostrado ser con el narcotráfico: de hecho todos sus esfuerzos solamente sirven para aumentarlo. Fue en base a esta realidad y en reconocimiento a mi eficacia y compenetración con las pandilleras que la directiva de los departamentos de psicología forense y de correcciones me encomendaron que investigara una posible solución al problema del pandillerismo; “Reportes desde el Frente” fue parte del resultado colateral de mucha de esa investigación. (Finalmente yo proporcionaría un programa piloto que sería aprobado por ambas direcciones pero por razones de mi salud nunca implementada.)    
Concurrente con mis experiencias sociales y clínicas en el correccional estaban mis batallas iniciales en la corte de familia de San Diego. Literalmente había días en los que por la mañana tenía la experiencia de lidiar con los prejuicios, la negligencia y corrupción de un sistema judicial que estaba negándose o a obligar a su madre a dar tratamiento psicológico a mi hijo violado o darme a mí la guardia y custodia para conseguirlo, para luego por la tarde tener que tratar a adolescentes victimas del mismo trauma. Si a diario lidiaba con los efectos más determinantes para la criminalidad juvenil – o sea, la ausencia del padre, cada audiencia con la corte de familia tenía que contender con decisiones y dictámenes judiciales determinados en eso mismo para mis hijos.
            El cáncer, inicialmente diagnosticado como terminal, sus efectos y sus tratamientos – radiación, quimioterapia, cirugías, analgésicos – puso un fin ambos a mi trabajo en el correccional como a mi programa de doctorado, pero no a la batalla diaria para sobrevivir ni tampoco a mis pleitos en la corte de familia. Residiendo en Tijuana comenzó otra fase de mi vida, otra inmersión cultural y clínica. Conviviendo y trabajando ahora con pacientes mexicanos y sus familias pude experimentar las diferentes dimensiones de una patología cultural muy semejante a la de tantos afroamericanos, amerindios, y latinos-estadounidenses que había tratado al norte de la frontera. De repente todas las piezas que había acumulado durante décadas de vida, de estudios académicos y de práctica clínica encajaban para formar un mosaico coherente de una realidad que antes había permanecido oculta a plena vista, obscurecida por perspectivas parciales, segmentadas, especializadas. Todo iba a ser diferente para mí – y me iba a asegurar de que compartir en lo más posible esa visión esclarecida de la realidad de centenares de millones de personas, y de mí mismo.  Tenía una perspectiva integral, histórica, social, económica, política, cultural y psicológica que comprendía y abarcaba tanto a los amerindios, a los afroamericanos, como a los latinoamericanos residentes en los EE.UU., cómo a aquellos viviendo en sus países de origen dispersos por toda América Latina. Todos ellos tenían, tienen, algo en común: todos son víctimas y supervivientes patológicamente (in)adaptados a una guerra de dominación militarista y explotación mercantil ejercida por parte de la cultura angloamericana.
Ahora era un aguerrido veterano de un conflicto impuesto por una cultura psicopática que había llevado a cabo una guerra sin cuartel, cuatro veces centenaria, contra mí y contra los míos. Pero ahora todo era diferente, perdería en las cortes americanas injustas y corruptas, pero armado de la perspectiva, de los conocimientos y de las herramientas necesarias no solamente para entender la naturaleza de la contienda, del agresor y de sus víctimas, no solamente para comprender hasta qué punto era, es, América Culpable – sino que también para montar una ofensiva efectiva.

PREFACIO Y PRÓLOGO (REVISADOS) por Shodai J. A. Overton-Guerra

PREFACIO
Hay innumerables maneras de contar una historia, como bien sabe cualquiera que haya estudiado el arte de la literatura. La combinación armoniosa entre forma y fondo es decir, entre estructura y contenido es un axioma fundamental a la cual todo escritor se esfuerza en reproducir; no soy excepción a esa regla. Admito que encontrar la forma para la presente obra ha sido mucho mayor reto que acumular el conocimiento que constituye el fondo. Encontrar la manera efectiva de aplicar una teoría del estudio de sistemas complejos a una teoría de interacción entre las humanidades (historia, literatura, filosofía, religión, etc.) y las ciencias sociales (antropología, sociología, psicología, ciencias cognitivas, etc.) ha sido definitivamente un desafío digno.
Hasta la fecha tengo varios libros a la venta, a decir: El Tao de Julio Wolf: Tiempos del Carcayú, Vol. 1, que es una novela autobiográfica; Maestros KAIZEN, Vol. 1, un tratado sobre la excelencia personal que acompaña un programa de autorrealización; Poemas de un Sennin, un poemario personal; y Mandated Report, el precursor de la presente obra y en versión original inglesa; La Bitácora del Capitán Wolf, Vol. 1, otra autobiografía en forma de diario infantil; Cuentos Ancestrales de Omayok el Grande, Vol. 1 que consiste de una colección de cuentos infantiles que contaba a mis hijos Alexio y Julila; Penuel: El Rostro Descubierto de Dios, el primer volumen de La Saga del Tao del Sennin, que trata de diálogos psicológicos y filosóficos de estilo socrático sobre las cuestiones más elementales, fundamentales y trascendentales para el ser humano, como la existencia de Dios, el propósito de la vida, la naturaleza esencial del ser humano, el concepto de la mente, la libertad y el libre albedrío, etc.; Tiempos de Miakoda, Vol. 1, una novela que narra en primera persona – como mujer – el aprendizaje de una mujer bajo su maestro Sennin; todos publicados por la editorial ‘MAMBA RYU PUBLICATIONS’. Otros tantos volúmenes están pendientes por salir a la venta en junio del presente año, 2013.
Puesto que soy un escritor algo disciplinadamente indisciplinado (o quizás indisciplinadamente disciplinado) no puedo afirmar cuáles serán los próximos libros que salgan a la luz antes o a la vez que el presente. Mi diagnosticado Déficit de Atención Hiperactiva (DAH para los amigos) se confirma en que mantengo un mínimo de una docena de proyectos literarios (y varios científicos) simultáneamente en producción y todos en diferentes estados de desarrollo; esa es la parte de mi indisciplina. La disciplina mental, impuesta a base de voluntad y lograda en función de entrenamiento, se manifiesta en que (por lo general) siempre termino lo que comienzo y en que me he comprometido con la editorial en producir una varios tres libros más en los siguientes seis meses, uno de los cuales es el presente volumen. (Por fortuna tengo cinco manuscritos en reserva – tres volúmenes de La Bitácora de Shodai, y dos volúmenes de Diario de un Sennin – que esperan la atención de mi equipo de revisión y que arrojaré a la editorial si me encuentro en el detestable y vergonzoso apuro de no poder cumplir con mi palabra en un dado mes.)
                Siempre he querido ser escritor (y también maestro de artes marciales, científico, inventor…) puesto que desde pequeño me di cuenta de que los escritores, los buenos escritores, los grandes escritores armados solamente de pluma y papel (u hoy en día de una laptop) pueden – con su don de la expresión y su capacidad de inspirar en nuestra imaginación unas cuantas verdades, aunque sean quizás sus verdades – cambiar el mundo. El escritor, el buen escritor, el gran escritor ofrece una visión de la realidad que va mucho más allá de la que nuestros sentidos mismos puedan percibir sobre la misma. A mis alumnos del Instituto KAIZEN Center de Artes y Ciencias Integrales y Estratégicas les enseño que el arte es la mentira que nos revela la verdad tras la máscara de lo real – y entre las artes la literatura es el rey – de ahí que la gran literatura sea el necesario complemento a la ciencia, cuya empresa se dedica al descubrimiento de la verdad mediante el uso empírico y reproducible de la percepción. 
Todas mis obras publicadas hasta la fecha, junto con aquellas en vías de publicación para primeros del año 2014, aspiran a ser gran literatura – que lo hayan conseguido o no está por ver – pero la presente obra es algo diferente. Hay veces en las que la verdad no precisa revestirse de ficción para revelarla; hay veces en que para ello solamente precisa una visión clínica, una perspectiva panorámica, y quizás del mismo gallardo e ingenuo atrevimiento de un niño que declara, a toda voz: “¡El emperador está desnudo!”. La presenta obra, ‘América Culpable – Todos Deberían Saber la Verdad’, titulada de acuerdo a su contenido, es precisamente el resultado de una de tales ocasiones y es la voz del ingenuo atrevimiento de un niño – pero de un niño ya hecho adulto. La presente por lo tanto no es una obra literaria; es una obra que considero académica en su esencia. Por una parte es una obra histórica, es decir, es una narración veraz basada en hechos verídicos, confirmados por el récord histórico, corroborados por otros libros, ensayos e incluso documentos registrados en diversas cortes del estado de California, y apoyados en las estadísticas mantenidas por diversas agencias – muchas del mismo gobierno estadounidense –  citadas a lo largo del texto mismo.
También es una obra de análisis social y psicológico – que encaja las piezas de un complejo rompecabezas de eventos pasados y de sucesos y estadísticas presentes, todo dentro de un patrón hipotético claro y factible, llegando así a conclusiones lógicas y racionales sobre la naturaleza esencial de la cultura y de la sociedad angloamericana – estadounidense. Y lo logra de forma muy similar a la que un buen psicólogo clínico toma evidencia del historial de su paciente y llega a una diagnosis, a una etiología, en cuanto a su patología mental, y a una prognosis de acuerdo a un plan  tratamiento. (De hecho los eventos que inspiraron este libro, es decir, mi batalla en las cortes americanas, transcurrieron en gran parte justo cuando yo estaba terminando un doctorado en psicología clínica e integral y ejerciendo como psicólogo durante una pasantía en un correccional juvenil femenino en San Diego.)

Los Estados Unidos de América, América en breve, es un fenómeno social, económico, militar, político, tecnológico, y cultural que ha sido una fuerza dominante en el planeta desde mediados del siglo pasado y que lo continuará siendo durante un futuro previsible – a pesar de los diagnósticos prematuros e ilusorios de su inminente ocaso.  Y en toda su gloria, esplendor, ignominia, y horror, América se presenta como un fenómeno tan único, tan insólito, que a la inmensa mayoría de las personas les resulta prácticamente imposible percibir y entender en qué consiste la esencia de ese fenómeno.
El propósito de esta obra consiste precisamente en presentar la esencia de la realidad del fenómeno americano de forma que sea claramente perceptible e irrefutablemente comprensible.  América Culpable – Todos Deberían Saber la Verdad’ es una diagnosis clínica de la cultura y sociedad americana basada en su expediente histórico y actual a la vez que una diagnosis de cómo América ha afectado – corrompido, quizás – a otras culturas y de qué forma se detecta esta corrupción. Casi todos los países o culturas del mundo tienen en su historia periodos sombríos donde yacen los esqueletos de sus pasadas atrocidades genocidas. En tiempos modernos y recientes el ejemplo más conocido quizás sea el Holocausto en la Alemania de la segunda guerra mundial, entre 1939 a 1945; a la que se suman las masacres en Ruanda en 1994; el genocidio de los armenios por parte del imperio Otomán en Turquía entre 1915 y 1923;  los Campos de la Muerte de Camboya, de 1975 a 1978; la antigua Unión Soviética durante la era Estalinista, entre 1929 y 1953; o China durante la época de la Revolución Cultural, de 1966 a 1976, etc., por nombrar algunos de los más destacados.[1] La historia mundial está repleta de aterradores monumentos a la capacidad de abominación latente en la  naturaleza humana, facultad aborrecible y documentada hasta en la Biblia. En 1 Samuel 15, por ejemplo, en lo que se ha denominado “El mandamiento genocida del Torah[2], donde Yahveh manda el exterminio del pueblo amalecita (o amalequita) vemos al genocidio homologado, y encomendado, por el mismísimo Dios de los judíos, cristianos, y musulmanes:
1 Samuel dijo a Saúl: «Yahveh me ha enviado para consagrarte rey sobre su pueblo Israel. Escucha, pues, las palabras de Yahveh:
2 Esto dice Yahveh Sebaot: He decidido castigar lo que Amalec hizo a Israel, cortándole el camino cuando subía de Egipto.
3 Ahora, vete y castiga a Amalec, consagrándolo al anatema con todo lo que posee, no tengas compasión de él, mata hombres y mujeres, niños y lactantes, bueyes y ovejas, camellos y asnos.»[3]

En todos los casos, como regla universal, la propensión humana hacia la ‘inhumanidad’ del genocidio, de la conducta psicopática o sociopática aplicada a otros seres humanos, se combina y se logra precisamente mediante una campaña de difamación, de deshumanización, o de ‘sub-humanización’ del elemento victimizado el cual, identificado y agrupado por raza, cultura, afiliación o herejía religiosa, ideología política, etc., se encuentra con que las medidas tomadas para su exterminio se consideran ‘razonables’, ‘justificables’, e incluso ‘necesarias’ e ‘indispensables’ para la prosperidad social y el bien común. Es simplemente una tendencia de la colectiva y personal ‘sombra’ humana contra la cual siempre hay que estar en alerta por su capacidad de manifestarse en tiempos de crisis, sobre todo de crisis económicas, donde con demasiada frecuencia se buscan chivos expiatorios para reducir las tensiones ocasionadas por los terrores y los resentimientos sociales. Tal fue el caso, por ejemplo, de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial en Alemania, o durante la quema de brujas en Salem. El miedo, junto al odio que en última estancia genera, con frecuencia es un factor determinante en la conducta humana.
El caso de los Estados Unidos de América supone una gran excepción a esta regla historio-cultural humana, no por su falta de historial genocida, ni tampoco por su falta de miedo o de odio, sino que, por todo lo contrario: América ha sido el único país que no solamente ha sido fundado en base a estas tendencias sociopatológicas, sino que las ha incorporado como una base esencial de su cultura – de tal forma que la realidad de su propia perversión, corrupción, y patología, le resulta completamente transparente al integrante de la cultura dominante angloamericana. Es decir, mientras que todos las demás culturas del mundo, casi sin excepción, han tenido sus ‘etapas’ de crisis sociopática, para los Estados Unidos de América – América para los amigos – esas ‘etapas’ han acaparado y se han extendido a lo largo de toda su historia y se manifiestan hasta el presente, y de alguna forma en todas sus instituciones socioculturales y políticas.
Lo que para gran parte de la humanidad supone una identificable, y lamentable, perversión del ideal humano, para la cultura americana se ha convertido en la argamasa transparente que sostiene los mismos muros de las instituciones educacionales, jurídicas, policiales y políticas del país. En breve: la cultura angloamericana es una cultura que evidencia, a lo largo de su historia, de sus relaciones políticas en el exterior, de su política interior, y de sus estadísticas sociales y económicas presentes, todos los elementos propios de una diagnosis de psicópata o de sociópata. Más claro aún: la cultura angloamericana en su esencia es una cultura sociopática. 
Como indiqué anteriormente, la inspiración inmediata – la gota que colmó el vaso – del presente estudio es mi caso judicial de (Overton v Dolansky) ante la corte de familia de San Diego e intermitentemente ante la corte de apelaciones de California. Mi propósito en el presente estudio es establecer que el historial de atropellos y descaradas injusticias que han definido el pleito no es exclusivo de un solo caso, ni de una sola corte, ni de un solo estado, ni siquiera de un sistema judicial, sino que el emblemática de toda una cultura a lo largo de su historia y hasta su mismo presente. Overton v Dolansky no es un caso sino una causa, y la causa consiste precisamente en concientizar al mundo sobre la realidad de la cultura y sociedad angloamericanas. A lo largo de esta serie de libros los lectores van a observar cómo los dictámenes de los diversos jueces coinciden y correlacionan perfectamente con la historia de desacato a la legalidad y a la justicia misma, de las iniquidades racistas, de la corrupción, de los atropellos a derechos civiles – ejecutadas no solamente en mi contra y en el de mis hijos como ciudadanos americanos, sino de todos aquellos individuos y pueblos que caen bajo el radio de acción angloamericano y se encuentran incapacitados para montar una defensa – todos propios de un patrón diagnóstico de sociopatología.
América ha sido muy eficaz en su afán de exportar y vender al mundo una imagen de arquetipo ejemplar de justicia, de respeto a los derechos humanos,  de juego limpio, de moralidad, de democracia, de integridad, etc., de tal forma que ni siquiera los americanos mismos ya son capaces de ver más allá del antifaz de superhéroe que su país ha proyectado para sí alrededor del planeta desde sus inicios. Al fin y al cabo, bajo el lema de “In God We Trust” y siendo la cultura dominante del planeta tienen que ser los buenos, ¿verdad? Dios no les permitiría triunfar y dominar si no fuesen rectos y justos, ¿no es cierto? Al menos ese es el mito religioso tras el Destino Manifiesto.
América Culpable: Todos Deberían Saber La Verdad’ remueve la máscara, la “capa de invisibilidad”, y muestra a los EE.UU. tal y como es, y de forma fundamentada en las reglas de la erudición académica, es decir, de manera documentada para que cualquiera que quisiera retar o verificar las premisas, las evidencias y los argumentos pueda hacerlo de modo racional y objetiva. ‘América Culpable: Todos Deberían Saber La Verdad’ es una obra que debería considerarse indispensable en todo departamento académico de Relaciones Internacionales, de Ciencias Políticas, de Historia Mundial, de Cultura y Civilización Global, de Periodismo Internacional, y en general de cualquier disciplina de estudio que trate de comprender la estructura social de los EE.UU. y el papel que desempeña en la cultura, en la política y en la economía del mundo. Considero además que es lectura indispensable para todo y cualquier miembro de una minoría étnica de color dentro de los EE.UU., y para todo individuo fuera de los EE.UU. y que reside en un país que existe bajo su esfera de influencia política y económica – lo cual incluye sobre todo a todos los países del hemisferio Americano, desde Canadá hasta Argentina y Chile.

22 de septiembre de 2013, Playas de Tijuana, Baja California, México.


PRÓLOGO
Soy y he sido, ante todo y durante muchos años, lo que se podría venir a llamar un “científico de sistemas”. Aquellos de ustedes que no manejen el idioma castellano muy probablemente no habrán oído hablar de mí, al menos que sea a través del presente ensayo, ya que por ahora la mayoría de mis contribuciones han sido en ese idioma. En cuanto a mis presencia en el mundo anglófono está el asunto de mi inducción en 2006 al Salón de la Fama de las Artes Marciales de los EE.UU. en reconocimiento al arte marcial “MAMBA”[4] de mi propia creación; mi galardón de Miembro Honorario de la Sociedad de Investigación de la Hipnosis del Reino Unido como resultado de mi estudio premiado en campo de la relación entre el chamanismo y la hipnosis clínica[5]; mi tesis de neurociencias cognitivas publicada en la “Journal de Mental Imagery[6]; varios otros artículos en la revista académica “Shaman: An International Journal for Shamanistic Research”, uno de ellos basado en mi tesis de literatura latinoamericana sobre la relación entre el chamanismo y el realismo mágico[7], otra de una teoría neurocognitiva/evolutiva sobre el origen del chamanismo en nuestra especie[8]; así como dos ensayos en la enciclopedia de antropología cultural sobre el chamanismo denominada “Shamanism: an Encyclopedia of World Beliefs, Practices and Culture” (2004)[9]. No es mucho para mostrar realmente para toda una vida de dedicación al estudio académico y a la formación marcial, pero cuando uno está inmerso en el tedio del estudio académico, aplicándose para lograr licenciaturas y títulos de posgrado – no digamos trabajando para mantener una familia – no sobra mucho tiempo para las publicaciones.
Mi carrera académica llegó a un trágico fin en el año 2007 como resultado de los eventos descritos en ese tomo. Irónicamente como resultado de aquellos sucesos, desde entonces, y capitalizando por fin en mis dos décadas y media de estudio universitario casi ininterrumpido, mi producción literaria y audiovisual aumentó tremendamente, pero de forma casi exclusiva en el idioma castellano. Como consecuencia, si realizan una búsqueda rápida en Internet sobre “Shodai Overton-Guerra”,  simplemente “Shodai Overton”, o “MAMBA Ryu”, se verán inundados por un corpus de artículos, de ensayos, de poesías, de materiales audiovisuales, e incluso de entrevistas de televisión, todo resultante de esta época de producción fecunda. Todo lo cual sirve para dar fe de mi competencia, muy por encima de un nivel superficial, en muchos campos del discurso académico y creativo: poesía, novelas, ensayos filosóficos, cuentos adultos e infantiles, psicología, artes marciales, relaciones internacionales, ciencias políticas, historia y civilización del mundo, religión, mitología,  etc. Yo soy lo más cercano que van a encontrar hoy en día al arquetipo del “erudito-guerrero-poeta-místico” – asumiendo que su paradigma personal permite tal cosa.
Aunque mi primer área de formación profesional fue trabajando con mi padre como analista programador y luego como analista de sistemas, mis titulaciones de licenciatura y de postgrado, junto con mis empleos como profesor o asistente de profesor universitario han sido en muchas áreas: literatura española y latinoamericana; cultura, civilización, política, economía, y relaciones internacionales de los países de habla hispana; historia y civilización del mundial; naturaleza, historia y psicología de las religiones del mundo; filosofía occidental y oriental; diversas ramas de la psicología (incluyendo la clínica, la cognitiva, la biológica, etc.), las neurociencias cognitiva; la hipnosis clínica y la medicina psicosomática. En las no académicas están mis certificados como terapeuta de hipnosis clínica, adepto de numerosas artes marciales y finalmente como creador de varias propias. En todas esas áreas he hecho contribuciones duraderas e innovadoras, paradigmas nuevos diríase, aplicando esencialmente mi conocimiento y comprensión de la teoría de sistemas – precisamente lo que se emprende lograr aquí con esta serie: un nuevo paradigma que integre la política, la economía, la literatura, la cinematografía, la historia, la antropología, la sociología, la psicología, las ciencias cognitivas, la religión, etc., para crear un nuevo paradigma para el estudio de la cultura como un sistema complejo y dinámico.
Lo que cualquier científico de sistemas que valga la pena sabe es que cuando se trata de un sistema integrado – como en el caso de un ser vivo, de una sociedad de seres (hormigas, abejas, chimpancés, personas, etc.), o de una cultura humana – incluso la parte más pequeña de ese sistema puede revelar mucho sobre la totalidad de la misma – pero sólo cuando realmente se tiene un conocimiento panorámico del sistema, de la parte examinada, y de la relación sinérgica entre el todo y su(s) componente(s). Los principios de la ciencia de los sistemas se aplican de manera uniforme en muchas otras ciencias relacionadas. Según el principio de la "relación fractal", también conocido como el principio de "auto-similitud”, los aspectos esenciales de la totalidad se reflejan, se revelan, o a veces hasta son duplicados –  en mayor o menor medida – en todas las parte integradas. Este principio es la esencia misma de la “ciencia de sistemas”, la disciplina que se dedica al estudio de sistemas.
También es un principio esencial de muchas ciencias modernas. La ciencia forense, por ejemplo, es una disciplina que se especializa en la reconstrucción de toda una escena del crimen compuesto por una serie de eventos concurrentes en el espacio y el tiempo, a partir del análisis cuidadoso de un número limitado de pequeños detalles. En las ciencias médicas, por ejemplo, la biopsia de un tumor, un análisis de sangre, un análisis de orina, o el estudio de una muestra de saliva, etc. –  todas pequeñas piezas de evidencia material – pueden informar de manera significativa sobre el estado de salud o de enfermedad del cuerpo como un todo. En cualquier ciencia clínica –  en la psicología, por ejemplo – uno está entrenado para detectar los patrones más generales en cuanto a los esquemas cognitivos o afectivos de una persona, basándonos en cómo esos patrones generales se reflejan en pequeñas muestras de su comportamiento; es decir, basado en una muestra limitada de información, ‘partes’ o ‘componentes’ del sistema, llegamos a conclusiones generales sobre el ‘todo’, sobre el sistema mismo. Este es precisamente el razonamiento detrás de las pruebas psicométricas: se obtiene una cantidad limitada de información de un sujeto (mediante un test) con el fin de analizar y predecir patrones generales del comportamiento o de un posible rendimiento futuro. Del mismo modo, los artefactos que se encuentran en una excavación cuentan al arqueólogo una historia muy importante sobre toda la cultura correspondiente, precisamente porque el conjunto cultural se refleja en artículos individuales, a menudo de una manera muy significativa.
El expediente D491 976 de la Corte Superior de California correspondiente al caso Overton v Dolansky – mi caso ante el Tribunal de Familia de San Diego y de forma alterna ante la Corte de Apelaciones del estado de California –  manifiesta a su vez una "similitud fractal" o una clara "auto-similitud" a ... ¿a qué? ... simplemente al “todo” de lo que está mal y ha estado mal en los Estados Unidos de América, en gran parte desde sus orígenes como colonia británica. El caso ante la Corte Superior de California comenzó oficialmente en agosto del 2005, cuando mi ex-esposa presentó, con sorprendente y sospechoso éxito, un acuerdo de conciliación civil fraudulenta (y por lo tanto ilegal), y todavía está en vigencia, hoy día en octubre del 2012, siete años después. Inicialmente, después de nuestra separación legal, mi ex-esposa y yo nos reunimos el 13 de octubre del 2004 en las antiguas oficinas del licenciado Marc Shular del bufet legal de “Kershek & Shular”, entonces ubicadas en el centro de San Diego, para tramitar independientemente dos aspectos del divorcio. El trámite legal del divorcio, al menos en el estado de California, se puede dividir en dos componentes: por una parte estaba el divorcio mismo, es decir, la disolución del matrimonio (que en este caso se decidió que pagaría yo), y por otra parte el registro del convenio de disolución matrimonial (“Marital Settlement Agreement” o “MSA”) que detalla cuestiones como la separación de bienes, el acuerdo de custodia, división de deudas, etc. Esa parte lo pagaría el otro partido, mi ex-esposa.
Yo había descubierto que en lo que se refería a la disolución del matrimonio esa se podría lograr a través del territorio de Guam, mediado por un despacho jurídico en Nevada, de forma no solamente más económica sino también más expediente. Los documentos requisitos precisarían de firma ante notario para luego ser enviados a Nevada. Puesto que el despacho legal de Kershek y Shular contaba con notario público y había sido el abogado recomendado a mi ex-esposa para encargarse de archivar ante la Corte Superior de California el convenio de disolución matrimonial, proseguimos a  matar dos pájaros de un tiro ese 13 de octubre de 2004, ante el abogado Marc Shular y su notario público. Yo pagaría por los costos por el divorcio mediado por el territorio de Guam y mi ex-esposa, Shawna Dolansky, por los costos del registro del acuerdo de disolución matrimonial en San Diego, estado de California. Ambos firmamos los papeles correspondientes al divorcio y al acuerdo de disolución, el cual ratificaba la guardia y custodia conjunta de los hijos junto con una división equitativa del tiempo con los hijos, la división de deudas y bienes (conforme a las exigencias de las leyes de California), detalles como las presentes edades de los hijos, etc.
Dos meses más tarde obtendríamos un divorcio oficial a través del territorio de Guam[10], y yo nunca volvería a poner pie en las oficinas de San Diego de Kershek y Shular después del 13 de octubre del 2005. Recuerden ese punto, y recuerden también que ya estábamos legalmente divorciados antes de que ella y su abogado sometieran otro segundo proceso de divorcio agosto del año siguiente – este último a mis espaldas, por cierto. Reitero también que ambos habíamos acordado desde el principio de la separación en la custodia compartida de nuestros dos niños pequeños basados en una división ecuánime de tiempo del 50% (3.5 días a la semana) con cada uno. Enfatizo que desde el principio de la separación se mantuvo esa división de tiempo custodial como el status quo, y que estaba manifiesto como tal en el convenio original firmado por mí ante notario el 13 de octubre del 2004. No había manutención infantil de por medio puesto que la división en el tiempo de los niños fue equitativa, yo todavía era un estudiante de posgrado de tiempo completo y empleado de tiempo parcial con apenas bastantes ingresos para sobrevivir con los hijos conmigo la mitad de la semana, y puesto que mi ex-esposa ya había completado su propio doctorado y trabajaba como profesora en la Universidad Estatal de San Diego (SDSU). De haber adjudicado manutención hubiera sido mi ex-esposa, por sus ingresos superiores y de acuerdo a las leyes del estado de California, quien hubiera tenido que pagar sustento a mí – pero nunca fue algo que yo hubiese considerado. Mis copias de los documentos firmados los guardé todos juntos en una carpeta de esas plegables titulada “DIVORCE DOCUMENTS”, y la guardé en un archivero que por aquél entonces mantenía en mi antiguo consultorio clínico de hipnoterapia –  en un cuarto que había ocupado en la primera planta de la casa matrimonial y que después de separarme seguí alquilando de mi ex-esposa. La habitación no tenía cerrojo en la puerta, ni el archivero tenía candado para los cajones. (Tal era mi ilusoria confianza en la honestidad de mi ex-esposa.)
En cuanto a compartir los hijos, la disposición entre los dos era a veces tensa, pero para la mayor parte era cordial. Incluso después de que me trasladara a vivir a Tijuana, México (debido a limitaciones financieras) y mientras que concluía mi doctorado en psicología clínica y de la salud de la Alliant International University, mi ex-esposa todavía me permitía llevarme a los niños ida y vuelta a través de la frontera para pasar 3 noches y 3 días completos conmigo – aproximadamente un 43% del tiempo – lo cual resultó legalmente ser una cifra importante a la hora de impedir ante la Corte el traslado de la madre con los hijos. Entre mis estudios universitarios, el trabajo –  primero como profesor de religiones del mundo y de psicología de la religión en SDSU (Universidad Estatal en San Diego), y luego como psicólogo en un correccional juvenil (residencia para el doctorado) – y mis hijos mi tiempo estaba totalmente absorbido: ese era mi mundo.
La excepción a nuestro acuerdo mutuo de custodia compartido transcurrió cuando negociamos que la madre se llevara los niños a Ottawa para visitar a sus padres por un período de dos meses durante el verano del 2005. A cambio negociamos una compensación por el tiempo perdido conmigo a mi conveniencia y elección – trato con el que ella luego no solamente nunca cumpliría, sino que para evitar cumplir recurriría a las autoridades bajo falsos pretextos (acusándome de querer secuestrar a mis hijos).
La forma en la cual las autoridades jurídicas ilegalmente consintieron, y luego rehusaron de castigar el reconocido perjurio por parte de la madre, constituye una parte importante a la vez que un patrón recurrente, del caso. Es justo y preciso decir que si las penalidades criminales concernientes al perjurio y de acuerdo a las leyes estatales se aplicaran de una forma consistente e imparcial en las cortes americanas, y sobre todo en las cortes de familia, la madre hubiera acabado en la cárcel, el tema de la custodia de los hijos se hubiera resulto de inmediato y a beneficio de los hijos; más de un cuarto de millón de dólares privados (de los padres de mi ex-esposa) no se hubieran malgastado en sus abogados; quién sabe cuántos dólares del contribuyente americano no hubieran desechado en costos jurídicos; y no digamos cuantas tragedias subsecuentes se hubieran evitado – incluyendo la violación, el asalto y el abuso sexual de mi hijo Alex con apenas cinco años de edad. Pero de ser así no se trataría de los EE.UU. – y este libro jamás hubiera existido.
Volviendo al período inmediatamente después del procesamiento de los documentos para el primer divorcio, es decir, el 13 de octubre del 2004, quedaba pendiente la cuestión de qué hacer si la madre encontrara una oferta de empleo a tiempo-completo en otra parte del país, puesto que donde estaba ubicada en San Diego, California, no encontraba posibilidades como catedrática y su economía después del divorcio (debido en gran parte a su insistencia en mantener el mismo nivel de vida) se sostenía gracias a generosas infusiones paternas. Debido a estas condiciones accedí en principio – tal y como constataba en el convenio de disolución matrimonial – a la idea de su reubicación con los hijos siempre y cuando ella accediera a hacerse completamente responsable de mis gastos de traslado tan pronto como terminara yo mi propio programa de doctorado en psicología clínica. Así de importante era para mí para que pudiéramos continuar con el plan de crianza compartida de los niños. Para mí el lugar de mi residencia era insignificante comparado con la importancia de poder mantener la misma relación que había establecido con mis hijos pequeños aun después del divorcio. Por eso, y para tenerlos conmigo la mitad de la semana, yo seguía acarreando solo los gastos (en tiempo y en dinero) de su transporte a través de la frontera entre San Diego y Tijuana.
Inicialmente, durante un período de un año y medio, las cosas progresaron bastante bien – o al menos dentro de lo que cabe esperar de una pareja recién divorciada compartiendo niños pequeños. Durante esa etapa de tiempo, y tres días y tres noches a la semana sin falta, me dedicaba casi exclusivamente a mis hijos – enseñándoles artes marciales; practicando yoga, español, y ajedrez; contando historias (relatadas luego en mi libro ‘Cuentos Ancestrales de Omayok el Grande’); viendo documentales y películas; compartiendo esos detalles importantísimos de la pluralidad de su identidad cultural que solamente podrían recibir de mí; etc.; es decir, en ser su padre.
Todo llegó a un fin cuando, un día de marzo de 2006 de repente recibí un correo electrónico de la madre de mis hijos reclamando más de $13,000 de manutención infantil, informándome que se trasladaba a vivir a Boston con los niños – ¡y que decía que ella estaba de acuerdo en darme dos semanas de tiempo de visita al año! En el mismo correo electrónico también se refirió a una orden judicial emitida el 28 de noviembre 2005 relativa a un divorcio (el segundo) en el estado de California del que yo nunca había tenido previo conocimiento, y a un acuerdo de conciliación civil que había (supuestamente) firmado pero que (obviamente) tampoco había visto. Es imposible expresar lo que yo sentía en ese momento. Basta afirmar que fue mucho peor aún que cómo me sentí cuando me diagnosticaron con cáncer terminal, un año después – una historia integral dentro de la general historia de este caso. Ahora, completamente trasladado a Tijuana, clausurado mi consultorio de hipnoterapia de San Diego en la casa de mi ex-esposa, fui directamente a buscar los documentos firmados el 13 de octubre del 2004 en la carpeta titulada “DIVORCE DOCUMENTS”. La carpeta se hallaba presente – pero completamente vacía.
Durante el próximo par de días tuve que ponerme en contacto con el abogado original de San Diego, cuyo nombre ni siquiera recordaba. Entonces es cuando empecé a descubrir la red de fraudes y perjurios que mi ex-esposa y su primer abogado Marc Shular habían tejido. Comencé por descubrir que desde el día de la firma los documentos el 13 de octubre de 2004 las oficinas de Kershak y Shular se habían trasladado de San Diego, a Poway – una pequeña ciudad en las afueras de San Diego;  descubrí que la prueba de la notificación de la audiencia de divorcio California – del segundo divorcio –había sido falsificada: el lugar donde presuntamente fui servido era el nuevo despacho jurídico de Marc Shular en Poway, lugar que yo hasta ese momento ni siquiera sabía que existía y que por lo tanto nunca había estado antes; descubrí que el acuerdo de conciliación civil también estaba totalmente falsificado. Toda la situación hubiera sido cómica si no hubiera sido tan trágica, el documento en cuestión estaba tan obviamente falsificado que parecía patético. La página con el sello de la notaría pública que atestigua la validez de las firmas estaba ausente; las fechas correspondientes a la firmas estaban blanqueadas y alteradas para reflejar fechas del agosto del 2005 en lugar de las originales fechas originales del 13 de octubre del 2004; las páginas correspondientes a la división de deudas (que en tarjetas de crédito sumaban a más de $ 35.000) habían desaparecido; varias páginas del documento tenían números de página blanqueadas y editadas con una fuente tipográfica distinta a la original y al del resto de las paginas; la manutención infantil se había fijado en 1.000 dólares al mes (curiosamente retroactivo a octubre del 2004); las visitas conmigo se habían limitado a 2 días a la semana, en lugar de los 3 1/2 días a la semana estipuladas en el documento original; y lo que es más, se le otorgaba a la madre el derecho pleno y sin reservas o limitaciones de trasladarse a vivir a cualquier lugar de los EE.UU. con los niños – nada de mis costos de reubicación; etc., etc., etc… Evidentemente era un documento que se había forjado tomando paginas firmadas del original y, alterando fechas y números de páginas y deshaciéndose del acta notarial, creando un nuevo documento a medida de su conveniencia – no digamos de la falsificación de notificaciones jurídicas para evitar que yo me enterara a tiempo para poner un alto al fraude.
Sin embargo, a pesar de todo lo anterior la prueba más evidente de fraude y falsificación fue el hecho de que el documento, que mi ex-esposa y su abogado jurarían era el "mismísimo" documento que se firmó el 13 de octubre de 2004 en su anterior oficina de San Diego, tenía referencias en la segunda página de eventos transcurridos ante la Corte de San Digo durante el mes de agosto del 2005 – eventos a los que refería en un tiempo pasado. Piensen: Es evidente que el documento no podría haber sido firmado en su forma completa el 12 de octubre de 2004, cuando en  la página 2 del mismo documento se hace referencia acontecimientos ya transcurridos durante el mes de agosto del 2005 – ¡casi un año más tarde!
Si piensan que todas esas pruebas de perjurio, de fraude, de falsificación y de conspiración para defraudarme a mí, no digamos a la Corte Superior de California, habrían dado lugar a condenas criminales o por lo menos a algún tipo de auditoría o investigación oficial, entonces serían muy ingenuos y estarían muy equivocados – tal y como yo lo fui al principio. En América – si eres blanco, claro –  se consigue tanta justicia como la que puedas pagar – y la familia de mi ex-esposa cumplía ampliamente con ambos requisitos. Mi ex-esposa no solamente no fue a la cárcel, sino que al final se fue Boston a vivir con los niños tal y como había planeado, semanas después de lo cual mi hijo ya había sido violado por su negligencia, y de ahí, unos años más tarde, se mudó a Ottawa. Progresivamente ella consiguió todo lo que pedía a la Corte, hasta que finalmente yo acabaría perdiendo no solamente custodia compartida, sino toda la custodia y todo contacto – incluso telefónico – con mis hijos.
 Les mencioné que yo era estudiante, sin embargo, no soy ni un abogado ni soy un hombre de medios financieros capaz de contratar uno –  muy a diferencia de mi ex suegro, el Dr. Bernard Dolansky, un miembro prominente y rico de la Convención de Ottawa comunidad judía que invirtió bastante más de $200,000 dólares EE.UU. hasta la fecha y eso sin contar los numerosos casos ante la Corte de Apelaciones – en apoyo de la campaña de su hija para erradicar mi existencia de las vidas de mis hijos. Deliberadamente he evitado decir hasta el momento que soy de origen africano, hispano, e amerindio. Con la excepción de una sola audiencia en la que obtuve fondos para pagar los servicios de un abogado, estaba en la peor de las desigualdades de condiciones imaginables en una Corte de Familia americana: padre auto-representado, perteneciente a tres etnias de color todas económicamente desfavorecidas y discriminadas, y estaba litigando contra una madre blanca adinerada con abogados de más de 400 dólares la hora en una Corte de Familia, desprovisto de jurado y donde el juez es la ley; y al mismo tiempo que batallaba en la corte, batallaba, dentro y fuera del hospital (con radioterapia, quimioterapia, y cirugía tras cirugía) contra una enfermedad que amenazaba con quitarme la vida. Con todo eso puedo decir lo siguiente: sin lugar a dudas, la batalla por justicia en las cortes americanas fue infinitamente más desgastante, más decepcionante, y simplemente peor que mi guerra contra el cáncer. El cáncer solamente amenazaba matarme una vez; perder a mis hijos era, es, una muerte diaria.
Si sólo hubiera tenido un final feliz sería tema para una comedia de humor negro o para una película de Disney. No lo ha tenido hasta la fecha y dado la naturaleza del fenómeno psicológico de alienación parental – de acuerdo a la cual un padre literalmente le hace un lavado de cerebro con respecto a otro –  también parte de nuestra historia, no es probable que la tenga.
Hoy, más de seis años después de que el correo electrónico nefasto, no he visto a mis hijos en casi cuatro de los seis. Mi hija Julia seguramente ni se acordará de mí. Su madre bloquea o descarta cualquier regalo que les envío y libremente se niega a cumplir con cualquier orden judicial que permita contacto telefónico con ellos. Desde el principio la Corte le ha permitido burlarse de las órdenes judiciales y de las leyes que no han sido de su conveniencia y cuando yo insistía en traer su conducta a la atención de los jueces, la reacción era siempre la misma: rescindir la orden o ignorar la ley para evitar tener que declararla en desacato.  La madre ha cometido perjurio tras perjurio, y de forma exitosa logrando todas las ventajas legales imaginables – desde la imputación ilegal de mis ingresos hasta la obtención de órdenes de restricción en mi contra bajo falsos pretextos – posteriormente demostrados, pero sin consecuencias algunas. Con absoluta impunidad legal la madre ha logrado desafiar cualquier orden judicial a mi favor, incluyendo una orden de la Corte para proveer a mi hijo una evaluación psicológica y tratamiento terapéutico por el abuso y la violación sexual que sufrió mientras estaba bajo la supuesta supervisión de la madre, sólo unas semanas después de mudarse a Boston.
Legalmente, pero injustamente, pasé de ser un padre dedicado a estar completamente alejados de mis hijos, y mis hijos pasaron de tener un padre presente en sus vidas a formar parte de la corriente social de hijos que se crían sin padres que se está convirtiendo en la norma social de este país ruin y decadente. He acumulado –  mientras gravemente enfermo y desempleado, y gracias a la exitosa táctica de perjurio descarado ejecutada por medio de la madre y sus abogados – más de 30.000 dólares en manutención morosa, y todo mientras que la madre gastaba más de 200.000 dólares en honorarios legales para lograrlo.
Todo lo que he dicho sobre el caso hasta el momento, y lo que voy a exponer en este libro es de dominio público, por lo que he proporcionado número del expediente, D491 976, ante la Corte Superior de California, División Familiar de San Diego. Cualquier persona puede legalmente y de fácilmente verificar los detalles del caso que he expuesto confirmar lo que ahora mismo les estoy informando. Les animo a que lo hagan porque si lo hacen descubrirán, como yo descubrí, que el caso Overton v Dolansky tiene una auto-similitud clara y presente con respecto al ‘todo’ social y cultural que es los Estados Unidos de América, con prácticamente todo lo que está mal, podrido, inicuo,  y descomponiéndose en ese país – mucho de lo cual deriva precisamente de un sistema judicial corrupto, injusto, irresponsable e impune. Pero lo más importante es que Overton v Dolansky tiene una auto-similitud con la sociedad fascista, apenas disfrazada, que lo produjo, una sociedad que a su vez se basa en una cultura tan repleta de una discriminación, de una corrupción y de una injusticia legalizada que ha perdido todo atisbo, indicio, o incluso aspiración  a una brújula moral.
Overton v Dolansky es una muestra del excreción de un sistema social y jurídico podrido; es una biopsia del estado canceroso de la sociedad americana, de su cultura y de su misma jurisprudencia, y lo que es más, de la impotencia del ciudadano promedio para poder lograr justicia en un contexto que es ampliamente reconocido como corrupto. Algunos comentan que los EE.UU. simplemente ha perdido completamente la perspectiva de todo lo que los próceres fundadores de la nación, John Adams, Benjamín Franklin, Alexander Hamilton, John Jay, Thomas Jefferson, James Madison, y George Washington,  habían querido que fuera. Pero nosotros, quienes hemos sobrevivido durante siglos tras líneas enemigas, quienes estamos hartos de que nuestros familiares, amigos, que nuestra gente sean las víctimas constantes y el “daño colateral” continuo del odio y de la injusticia de la cultura angloamericana, del “sistema”, del “monstruo” que nos ha comprado y vendido, esclavizado, linchado, violado, asesinado, deshumanizado, y despojado de nuestras tierras a la menor conveniencia económica, nosotros sabemos muy bien que la percepción de América como un país de “libertad y justicia para todos” es una mera fantasía. Para nosotros, los supervivientes de cuatro siglos de guerra la historia es hoy, es ahora, es este mismo instante, ya que tarde o temprano algún incidente, algún roce, algún inevitablemente percance nos pone en contacto y a la merced de la inhumanidad implacable de ese “monstruo” que es la cultura angloamericana y que se manifiesta a través de sus instituciones policiales, judiciales, políticas, financieras, etc. En esos momentos inevitables tenemos una de tres opciones, tratar de huir, aguantar, luchar dentro del sistema, o fuera de él para destruirlo.
Cuando comenzó mi querella en la Corte, contra la Corte, al principio no lo tomé de manera personal: era simplemente más de lo mismo que había experimentado desde niño, y que mi padre, mis tíos, mis abuelos, mis bisabuelos, durante cuatro siglos habían experimentado. etc. Pero en el momento en que mi hijo fue victimizado por el “monstruo” las reglas del enfrentamiento cambiaron y el contrincante ya no era su madre, ni tampoco los oficiales corruptos de la corte, sino el sistema cultural angloamericano mismo. En su autobiografía, el guerrero-chaman de los Apaches Chiricahua llamado “Goyatla”, mejor conocido como Jerónimo, describe que se sintió “sin propósito” cuando descubrió a su familia asesinada. Cuando yo recibí la noticia de la violación de mi hijo, casi una semana después del hecho y después de que su madre no me dejara ni hablar con él, pasé por un remolino de emociones. Primero me sentí desesperado por no haber sido ni avisado ni poder hablar con él, luego enloquecido de furia contra su madre por su negligencia, contra el juez y los demás oficiales de la corte por su corrupción, por haber conspirado para acabar dañando de esta forma a una víctima inocente e indefensa; después lloré desconsolado por mi impotencia como jamás había hecho en mi vida al no haber podido proteger a mi hijo, y por un tiempo solamente pude repetir “Mi hijo, mi hijo, ¿qué le han hecho a mi hijo?” Nada en mi vida me había pasado, ni que me fuera a pasar después, me había logrado herir tanto. Los Estados Unidos de América desde tiempos coloniales hasta el presente ha declarado una guerra sin cuartel y sin piedad contra todo y cualquier pueblo de color que se ha cruzado con sus intereses militares o económicos – en Japón, en Vietnam, en Afganistán, en Irak, en Guatemala, en Honduras, en El Salvador, etc.; en sus propias fronteras contra los Apache, los Cherokee, los Nez Perce, los Sioux, los Cree, los Pies Negros, los Comanche, los Navajo,..., contra los afroamericanos, los mexicanos, los chinos, los japoneses,… – y las bajas más difíciles de soportar siempre son los niños. Fui un soldado conscripto en esa guerra antes de nacer y a los cuatro años de edad yo mismo casi fui una baja en la misma. De adulto, había trabajado bastante tiempo en el frente tratando las heridas y mutilaciones psicológicas de una lista interminable de pandilleras, de drogadictas, de prostitutas, de alcohólicas, de asesinas, todas ellas víctimas de la misma psicopatía de la cultura angloamericana, del sistema, del monstruo. Muchos de ustedes leerán las estadísticas que se reportarán en este libro, estadísticas de encarcelamientos injustos con condenas inhumanas, de bajas, de mutilaciones y de discapacidades, pero no tendrán en cuenta que se tratan no de números sino de seres humanos con sentimientos, con ilusiones, con seres amados y queridos, que son los hijos, los hermanos, los padres de otros seres humanos. Mi propósito no es solamente reportarles cifras frías y racionales sino hacerles sentir, de que salgan aun por unos instantes del entumecimiento inculcado por los medios de comunicación que reportan las tragedias de otros seres humanos como si fueran imágenes planas en un video juego cuando se tratan de las vidas de personas reales como ustedes. Con la desgracia de mi hijo el sistema había llevado la guerra que desempeñó contra generaciones de mis antepasados, contra mí mismo, a otro nivel – y había cruzado una raya más allá del perdón y del olvido. Al contrario de Jerónimo yo sabía perfectamente cuál era mi propósito, sabía que tarde o temprano esta guerra iba a llevarse a otro frente, fuera de la corte y a la luz de la opinión pública donde yo soy fiscal, juez y jurado que dictamino el único veredicto aceptable – porque sé muy bien de lo que es América Culpable – y los lectores serán los verdugos que ejecutarán cada uno a su manera la sentencia.
Yo no escribo este libro con la esperanza de lograr o incluso de buscar un cambio en ninguna parte de ese sistema – está demasiado carcomido por el cáncer de sus prejuicios y corrupciones – ni siquiera en busca de una resolución a mi caso legal, ni mucho menos un cambio en la sociedad estadounidense. Escribo este libro sobre todo para mis hijos; para que Alexander Jesse Overton y Julia Rachel Overton de alguna manera, algún día, puedan llegar a conocer el verdadero padre del cual su madre ha logrado, en su vil egoísmo – y con la ayuda del sistema judicial americano en su despreciable corrupción y detestable racismo – eliminar de sus vidas. Mis hijos nunca fueron olvidados, sólo fueron vendidos “río abajo”[11] por las mismas personas e instituciones encargadas para protegerlos.
Alexio y Julila: Un padre nunca se olvida, un guerrero nunca se rinde. ¡Jujurra!



[1] http://www.toptenz.net/top-10-most-horrific-genocides-in-history.php , accedido por última vez el 30 de mayo de 2013.
[2] En http://en.wikipedia.org/wiki/Religious_violence, accedido por última vez el 30 de mayo de 2013.
[3] La Santa Biblia (VERSIÓN BIBLIA DE JERUSALÉN, 1976), pagina 395.
[4] MAMBA son las siglas de “Mastering the Art of Mind and Body in Action”.
[5] "Shamanism and Clinical Hypnosis: a Brief Comparative Analysis." Journal of the Hypnotherapy Research Society, Vol. 2., 1999; (originalmente publicada en “Shaman: "Shamanism and Clinical Hypnosis: a Brief Comparative Analysis," Shaman, Vol.6, no. 2, 1998, 151-170.)
[6]Correlation of EEG activity with subjective performance on a guided imagery test: An exploratory study.Journal of Mental Imagery, Vol. 28(1-2), 2004, 17-60. (Abstracto localizado en http://psycnet.apa.org/psycinfo/2004-17704-002 o http://www.journalofmentalimagery.com/backissues1.html#28a)
[7] "Shamanic Realism: Latin American Literature and the Shamanic Perspective." Shaman, Vol.6, no. 1, 1998, 21-55.
[8]  Neurocognitive Origins of the Shamanic PerspectiveShaman, Vol. 8, no. 1, 2000, 35-88.
[9] Ensayos titulados: “Latin American Literature and Shamanism” y “"Hypnosis and Shamanism” respectivamente.
[10] El territorio de Guam ofrece la posibilidad, bajo un tecnicismo legal, pero constitucionalmente y legalmente válido, de lograr un divorcio sin tener que haber residido en el territorio. La cuestión de la validez del divorcio en Guam de hecho nunca fue disputada por la Corte Superior de California.
[11] “Vendidos ‘rio abajo’” es una expresión americana que hace alusión al tráfico de esclavos; ser vendido “rio abajo” se refiere a ser traicionado por compensación económica.