lunes, 23 de septiembre de 2013

PREFACIO Y PRÓLOGO (REVISADOS) por Shodai J. A. Overton-Guerra

PREFACIO
Hay innumerables maneras de contar una historia, como bien sabe cualquiera que haya estudiado el arte de la literatura. La combinación armoniosa entre forma y fondo es decir, entre estructura y contenido es un axioma fundamental a la cual todo escritor se esfuerza en reproducir; no soy excepción a esa regla. Admito que encontrar la forma para la presente obra ha sido mucho mayor reto que acumular el conocimiento que constituye el fondo. Encontrar la manera efectiva de aplicar una teoría del estudio de sistemas complejos a una teoría de interacción entre las humanidades (historia, literatura, filosofía, religión, etc.) y las ciencias sociales (antropología, sociología, psicología, ciencias cognitivas, etc.) ha sido definitivamente un desafío digno.
Hasta la fecha tengo varios libros a la venta, a decir: El Tao de Julio Wolf: Tiempos del Carcayú, Vol. 1, que es una novela autobiográfica; Maestros KAIZEN, Vol. 1, un tratado sobre la excelencia personal que acompaña un programa de autorrealización; Poemas de un Sennin, un poemario personal; y Mandated Report, el precursor de la presente obra y en versión original inglesa; La Bitácora del Capitán Wolf, Vol. 1, otra autobiografía en forma de diario infantil; Cuentos Ancestrales de Omayok el Grande, Vol. 1 que consiste de una colección de cuentos infantiles que contaba a mis hijos Alexio y Julila; Penuel: El Rostro Descubierto de Dios, el primer volumen de La Saga del Tao del Sennin, que trata de diálogos psicológicos y filosóficos de estilo socrático sobre las cuestiones más elementales, fundamentales y trascendentales para el ser humano, como la existencia de Dios, el propósito de la vida, la naturaleza esencial del ser humano, el concepto de la mente, la libertad y el libre albedrío, etc.; Tiempos de Miakoda, Vol. 1, una novela que narra en primera persona – como mujer – el aprendizaje de una mujer bajo su maestro Sennin; todos publicados por la editorial ‘MAMBA RYU PUBLICATIONS’. Otros tantos volúmenes están pendientes por salir a la venta en junio del presente año, 2013.
Puesto que soy un escritor algo disciplinadamente indisciplinado (o quizás indisciplinadamente disciplinado) no puedo afirmar cuáles serán los próximos libros que salgan a la luz antes o a la vez que el presente. Mi diagnosticado Déficit de Atención Hiperactiva (DAH para los amigos) se confirma en que mantengo un mínimo de una docena de proyectos literarios (y varios científicos) simultáneamente en producción y todos en diferentes estados de desarrollo; esa es la parte de mi indisciplina. La disciplina mental, impuesta a base de voluntad y lograda en función de entrenamiento, se manifiesta en que (por lo general) siempre termino lo que comienzo y en que me he comprometido con la editorial en producir una varios tres libros más en los siguientes seis meses, uno de los cuales es el presente volumen. (Por fortuna tengo cinco manuscritos en reserva – tres volúmenes de La Bitácora de Shodai, y dos volúmenes de Diario de un Sennin – que esperan la atención de mi equipo de revisión y que arrojaré a la editorial si me encuentro en el detestable y vergonzoso apuro de no poder cumplir con mi palabra en un dado mes.)
                Siempre he querido ser escritor (y también maestro de artes marciales, científico, inventor…) puesto que desde pequeño me di cuenta de que los escritores, los buenos escritores, los grandes escritores armados solamente de pluma y papel (u hoy en día de una laptop) pueden – con su don de la expresión y su capacidad de inspirar en nuestra imaginación unas cuantas verdades, aunque sean quizás sus verdades – cambiar el mundo. El escritor, el buen escritor, el gran escritor ofrece una visión de la realidad que va mucho más allá de la que nuestros sentidos mismos puedan percibir sobre la misma. A mis alumnos del Instituto KAIZEN Center de Artes y Ciencias Integrales y Estratégicas les enseño que el arte es la mentira que nos revela la verdad tras la máscara de lo real – y entre las artes la literatura es el rey – de ahí que la gran literatura sea el necesario complemento a la ciencia, cuya empresa se dedica al descubrimiento de la verdad mediante el uso empírico y reproducible de la percepción. 
Todas mis obras publicadas hasta la fecha, junto con aquellas en vías de publicación para primeros del año 2014, aspiran a ser gran literatura – que lo hayan conseguido o no está por ver – pero la presente obra es algo diferente. Hay veces en las que la verdad no precisa revestirse de ficción para revelarla; hay veces en que para ello solamente precisa una visión clínica, una perspectiva panorámica, y quizás del mismo gallardo e ingenuo atrevimiento de un niño que declara, a toda voz: “¡El emperador está desnudo!”. La presenta obra, ‘América Culpable – Todos Deberían Saber la Verdad’, titulada de acuerdo a su contenido, es precisamente el resultado de una de tales ocasiones y es la voz del ingenuo atrevimiento de un niño – pero de un niño ya hecho adulto. La presente por lo tanto no es una obra literaria; es una obra que considero académica en su esencia. Por una parte es una obra histórica, es decir, es una narración veraz basada en hechos verídicos, confirmados por el récord histórico, corroborados por otros libros, ensayos e incluso documentos registrados en diversas cortes del estado de California, y apoyados en las estadísticas mantenidas por diversas agencias – muchas del mismo gobierno estadounidense –  citadas a lo largo del texto mismo.
También es una obra de análisis social y psicológico – que encaja las piezas de un complejo rompecabezas de eventos pasados y de sucesos y estadísticas presentes, todo dentro de un patrón hipotético claro y factible, llegando así a conclusiones lógicas y racionales sobre la naturaleza esencial de la cultura y de la sociedad angloamericana – estadounidense. Y lo logra de forma muy similar a la que un buen psicólogo clínico toma evidencia del historial de su paciente y llega a una diagnosis, a una etiología, en cuanto a su patología mental, y a una prognosis de acuerdo a un plan  tratamiento. (De hecho los eventos que inspiraron este libro, es decir, mi batalla en las cortes americanas, transcurrieron en gran parte justo cuando yo estaba terminando un doctorado en psicología clínica e integral y ejerciendo como psicólogo durante una pasantía en un correccional juvenil femenino en San Diego.)

Los Estados Unidos de América, América en breve, es un fenómeno social, económico, militar, político, tecnológico, y cultural que ha sido una fuerza dominante en el planeta desde mediados del siglo pasado y que lo continuará siendo durante un futuro previsible – a pesar de los diagnósticos prematuros e ilusorios de su inminente ocaso.  Y en toda su gloria, esplendor, ignominia, y horror, América se presenta como un fenómeno tan único, tan insólito, que a la inmensa mayoría de las personas les resulta prácticamente imposible percibir y entender en qué consiste la esencia de ese fenómeno.
El propósito de esta obra consiste precisamente en presentar la esencia de la realidad del fenómeno americano de forma que sea claramente perceptible e irrefutablemente comprensible.  América Culpable – Todos Deberían Saber la Verdad’ es una diagnosis clínica de la cultura y sociedad americana basada en su expediente histórico y actual a la vez que una diagnosis de cómo América ha afectado – corrompido, quizás – a otras culturas y de qué forma se detecta esta corrupción. Casi todos los países o culturas del mundo tienen en su historia periodos sombríos donde yacen los esqueletos de sus pasadas atrocidades genocidas. En tiempos modernos y recientes el ejemplo más conocido quizás sea el Holocausto en la Alemania de la segunda guerra mundial, entre 1939 a 1945; a la que se suman las masacres en Ruanda en 1994; el genocidio de los armenios por parte del imperio Otomán en Turquía entre 1915 y 1923;  los Campos de la Muerte de Camboya, de 1975 a 1978; la antigua Unión Soviética durante la era Estalinista, entre 1929 y 1953; o China durante la época de la Revolución Cultural, de 1966 a 1976, etc., por nombrar algunos de los más destacados.[1] La historia mundial está repleta de aterradores monumentos a la capacidad de abominación latente en la  naturaleza humana, facultad aborrecible y documentada hasta en la Biblia. En 1 Samuel 15, por ejemplo, en lo que se ha denominado “El mandamiento genocida del Torah[2], donde Yahveh manda el exterminio del pueblo amalecita (o amalequita) vemos al genocidio homologado, y encomendado, por el mismísimo Dios de los judíos, cristianos, y musulmanes:
1 Samuel dijo a Saúl: «Yahveh me ha enviado para consagrarte rey sobre su pueblo Israel. Escucha, pues, las palabras de Yahveh:
2 Esto dice Yahveh Sebaot: He decidido castigar lo que Amalec hizo a Israel, cortándole el camino cuando subía de Egipto.
3 Ahora, vete y castiga a Amalec, consagrándolo al anatema con todo lo que posee, no tengas compasión de él, mata hombres y mujeres, niños y lactantes, bueyes y ovejas, camellos y asnos.»[3]

En todos los casos, como regla universal, la propensión humana hacia la ‘inhumanidad’ del genocidio, de la conducta psicopática o sociopática aplicada a otros seres humanos, se combina y se logra precisamente mediante una campaña de difamación, de deshumanización, o de ‘sub-humanización’ del elemento victimizado el cual, identificado y agrupado por raza, cultura, afiliación o herejía religiosa, ideología política, etc., se encuentra con que las medidas tomadas para su exterminio se consideran ‘razonables’, ‘justificables’, e incluso ‘necesarias’ e ‘indispensables’ para la prosperidad social y el bien común. Es simplemente una tendencia de la colectiva y personal ‘sombra’ humana contra la cual siempre hay que estar en alerta por su capacidad de manifestarse en tiempos de crisis, sobre todo de crisis económicas, donde con demasiada frecuencia se buscan chivos expiatorios para reducir las tensiones ocasionadas por los terrores y los resentimientos sociales. Tal fue el caso, por ejemplo, de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial en Alemania, o durante la quema de brujas en Salem. El miedo, junto al odio que en última estancia genera, con frecuencia es un factor determinante en la conducta humana.
El caso de los Estados Unidos de América supone una gran excepción a esta regla historio-cultural humana, no por su falta de historial genocida, ni tampoco por su falta de miedo o de odio, sino que, por todo lo contrario: América ha sido el único país que no solamente ha sido fundado en base a estas tendencias sociopatológicas, sino que las ha incorporado como una base esencial de su cultura – de tal forma que la realidad de su propia perversión, corrupción, y patología, le resulta completamente transparente al integrante de la cultura dominante angloamericana. Es decir, mientras que todos las demás culturas del mundo, casi sin excepción, han tenido sus ‘etapas’ de crisis sociopática, para los Estados Unidos de América – América para los amigos – esas ‘etapas’ han acaparado y se han extendido a lo largo de toda su historia y se manifiestan hasta el presente, y de alguna forma en todas sus instituciones socioculturales y políticas.
Lo que para gran parte de la humanidad supone una identificable, y lamentable, perversión del ideal humano, para la cultura americana se ha convertido en la argamasa transparente que sostiene los mismos muros de las instituciones educacionales, jurídicas, policiales y políticas del país. En breve: la cultura angloamericana es una cultura que evidencia, a lo largo de su historia, de sus relaciones políticas en el exterior, de su política interior, y de sus estadísticas sociales y económicas presentes, todos los elementos propios de una diagnosis de psicópata o de sociópata. Más claro aún: la cultura angloamericana en su esencia es una cultura sociopática. 
Como indiqué anteriormente, la inspiración inmediata – la gota que colmó el vaso – del presente estudio es mi caso judicial de (Overton v Dolansky) ante la corte de familia de San Diego e intermitentemente ante la corte de apelaciones de California. Mi propósito en el presente estudio es establecer que el historial de atropellos y descaradas injusticias que han definido el pleito no es exclusivo de un solo caso, ni de una sola corte, ni de un solo estado, ni siquiera de un sistema judicial, sino que el emblemática de toda una cultura a lo largo de su historia y hasta su mismo presente. Overton v Dolansky no es un caso sino una causa, y la causa consiste precisamente en concientizar al mundo sobre la realidad de la cultura y sociedad angloamericanas. A lo largo de esta serie de libros los lectores van a observar cómo los dictámenes de los diversos jueces coinciden y correlacionan perfectamente con la historia de desacato a la legalidad y a la justicia misma, de las iniquidades racistas, de la corrupción, de los atropellos a derechos civiles – ejecutadas no solamente en mi contra y en el de mis hijos como ciudadanos americanos, sino de todos aquellos individuos y pueblos que caen bajo el radio de acción angloamericano y se encuentran incapacitados para montar una defensa – todos propios de un patrón diagnóstico de sociopatología.
América ha sido muy eficaz en su afán de exportar y vender al mundo una imagen de arquetipo ejemplar de justicia, de respeto a los derechos humanos,  de juego limpio, de moralidad, de democracia, de integridad, etc., de tal forma que ni siquiera los americanos mismos ya son capaces de ver más allá del antifaz de superhéroe que su país ha proyectado para sí alrededor del planeta desde sus inicios. Al fin y al cabo, bajo el lema de “In God We Trust” y siendo la cultura dominante del planeta tienen que ser los buenos, ¿verdad? Dios no les permitiría triunfar y dominar si no fuesen rectos y justos, ¿no es cierto? Al menos ese es el mito religioso tras el Destino Manifiesto.
América Culpable: Todos Deberían Saber La Verdad’ remueve la máscara, la “capa de invisibilidad”, y muestra a los EE.UU. tal y como es, y de forma fundamentada en las reglas de la erudición académica, es decir, de manera documentada para que cualquiera que quisiera retar o verificar las premisas, las evidencias y los argumentos pueda hacerlo de modo racional y objetiva. ‘América Culpable: Todos Deberían Saber La Verdad’ es una obra que debería considerarse indispensable en todo departamento académico de Relaciones Internacionales, de Ciencias Políticas, de Historia Mundial, de Cultura y Civilización Global, de Periodismo Internacional, y en general de cualquier disciplina de estudio que trate de comprender la estructura social de los EE.UU. y el papel que desempeña en la cultura, en la política y en la economía del mundo. Considero además que es lectura indispensable para todo y cualquier miembro de una minoría étnica de color dentro de los EE.UU., y para todo individuo fuera de los EE.UU. y que reside en un país que existe bajo su esfera de influencia política y económica – lo cual incluye sobre todo a todos los países del hemisferio Americano, desde Canadá hasta Argentina y Chile.

22 de septiembre de 2013, Playas de Tijuana, Baja California, México.


PRÓLOGO
Soy y he sido, ante todo y durante muchos años, lo que se podría venir a llamar un “científico de sistemas”. Aquellos de ustedes que no manejen el idioma castellano muy probablemente no habrán oído hablar de mí, al menos que sea a través del presente ensayo, ya que por ahora la mayoría de mis contribuciones han sido en ese idioma. En cuanto a mis presencia en el mundo anglófono está el asunto de mi inducción en 2006 al Salón de la Fama de las Artes Marciales de los EE.UU. en reconocimiento al arte marcial “MAMBA”[4] de mi propia creación; mi galardón de Miembro Honorario de la Sociedad de Investigación de la Hipnosis del Reino Unido como resultado de mi estudio premiado en campo de la relación entre el chamanismo y la hipnosis clínica[5]; mi tesis de neurociencias cognitivas publicada en la “Journal de Mental Imagery[6]; varios otros artículos en la revista académica “Shaman: An International Journal for Shamanistic Research”, uno de ellos basado en mi tesis de literatura latinoamericana sobre la relación entre el chamanismo y el realismo mágico[7], otra de una teoría neurocognitiva/evolutiva sobre el origen del chamanismo en nuestra especie[8]; así como dos ensayos en la enciclopedia de antropología cultural sobre el chamanismo denominada “Shamanism: an Encyclopedia of World Beliefs, Practices and Culture” (2004)[9]. No es mucho para mostrar realmente para toda una vida de dedicación al estudio académico y a la formación marcial, pero cuando uno está inmerso en el tedio del estudio académico, aplicándose para lograr licenciaturas y títulos de posgrado – no digamos trabajando para mantener una familia – no sobra mucho tiempo para las publicaciones.
Mi carrera académica llegó a un trágico fin en el año 2007 como resultado de los eventos descritos en ese tomo. Irónicamente como resultado de aquellos sucesos, desde entonces, y capitalizando por fin en mis dos décadas y media de estudio universitario casi ininterrumpido, mi producción literaria y audiovisual aumentó tremendamente, pero de forma casi exclusiva en el idioma castellano. Como consecuencia, si realizan una búsqueda rápida en Internet sobre “Shodai Overton-Guerra”,  simplemente “Shodai Overton”, o “MAMBA Ryu”, se verán inundados por un corpus de artículos, de ensayos, de poesías, de materiales audiovisuales, e incluso de entrevistas de televisión, todo resultante de esta época de producción fecunda. Todo lo cual sirve para dar fe de mi competencia, muy por encima de un nivel superficial, en muchos campos del discurso académico y creativo: poesía, novelas, ensayos filosóficos, cuentos adultos e infantiles, psicología, artes marciales, relaciones internacionales, ciencias políticas, historia y civilización del mundo, religión, mitología,  etc. Yo soy lo más cercano que van a encontrar hoy en día al arquetipo del “erudito-guerrero-poeta-místico” – asumiendo que su paradigma personal permite tal cosa.
Aunque mi primer área de formación profesional fue trabajando con mi padre como analista programador y luego como analista de sistemas, mis titulaciones de licenciatura y de postgrado, junto con mis empleos como profesor o asistente de profesor universitario han sido en muchas áreas: literatura española y latinoamericana; cultura, civilización, política, economía, y relaciones internacionales de los países de habla hispana; historia y civilización del mundial; naturaleza, historia y psicología de las religiones del mundo; filosofía occidental y oriental; diversas ramas de la psicología (incluyendo la clínica, la cognitiva, la biológica, etc.), las neurociencias cognitiva; la hipnosis clínica y la medicina psicosomática. En las no académicas están mis certificados como terapeuta de hipnosis clínica, adepto de numerosas artes marciales y finalmente como creador de varias propias. En todas esas áreas he hecho contribuciones duraderas e innovadoras, paradigmas nuevos diríase, aplicando esencialmente mi conocimiento y comprensión de la teoría de sistemas – precisamente lo que se emprende lograr aquí con esta serie: un nuevo paradigma que integre la política, la economía, la literatura, la cinematografía, la historia, la antropología, la sociología, la psicología, las ciencias cognitivas, la religión, etc., para crear un nuevo paradigma para el estudio de la cultura como un sistema complejo y dinámico.
Lo que cualquier científico de sistemas que valga la pena sabe es que cuando se trata de un sistema integrado – como en el caso de un ser vivo, de una sociedad de seres (hormigas, abejas, chimpancés, personas, etc.), o de una cultura humana – incluso la parte más pequeña de ese sistema puede revelar mucho sobre la totalidad de la misma – pero sólo cuando realmente se tiene un conocimiento panorámico del sistema, de la parte examinada, y de la relación sinérgica entre el todo y su(s) componente(s). Los principios de la ciencia de los sistemas se aplican de manera uniforme en muchas otras ciencias relacionadas. Según el principio de la "relación fractal", también conocido como el principio de "auto-similitud”, los aspectos esenciales de la totalidad se reflejan, se revelan, o a veces hasta son duplicados –  en mayor o menor medida – en todas las parte integradas. Este principio es la esencia misma de la “ciencia de sistemas”, la disciplina que se dedica al estudio de sistemas.
También es un principio esencial de muchas ciencias modernas. La ciencia forense, por ejemplo, es una disciplina que se especializa en la reconstrucción de toda una escena del crimen compuesto por una serie de eventos concurrentes en el espacio y el tiempo, a partir del análisis cuidadoso de un número limitado de pequeños detalles. En las ciencias médicas, por ejemplo, la biopsia de un tumor, un análisis de sangre, un análisis de orina, o el estudio de una muestra de saliva, etc. –  todas pequeñas piezas de evidencia material – pueden informar de manera significativa sobre el estado de salud o de enfermedad del cuerpo como un todo. En cualquier ciencia clínica –  en la psicología, por ejemplo – uno está entrenado para detectar los patrones más generales en cuanto a los esquemas cognitivos o afectivos de una persona, basándonos en cómo esos patrones generales se reflejan en pequeñas muestras de su comportamiento; es decir, basado en una muestra limitada de información, ‘partes’ o ‘componentes’ del sistema, llegamos a conclusiones generales sobre el ‘todo’, sobre el sistema mismo. Este es precisamente el razonamiento detrás de las pruebas psicométricas: se obtiene una cantidad limitada de información de un sujeto (mediante un test) con el fin de analizar y predecir patrones generales del comportamiento o de un posible rendimiento futuro. Del mismo modo, los artefactos que se encuentran en una excavación cuentan al arqueólogo una historia muy importante sobre toda la cultura correspondiente, precisamente porque el conjunto cultural se refleja en artículos individuales, a menudo de una manera muy significativa.
El expediente D491 976 de la Corte Superior de California correspondiente al caso Overton v Dolansky – mi caso ante el Tribunal de Familia de San Diego y de forma alterna ante la Corte de Apelaciones del estado de California –  manifiesta a su vez una "similitud fractal" o una clara "auto-similitud" a ... ¿a qué? ... simplemente al “todo” de lo que está mal y ha estado mal en los Estados Unidos de América, en gran parte desde sus orígenes como colonia británica. El caso ante la Corte Superior de California comenzó oficialmente en agosto del 2005, cuando mi ex-esposa presentó, con sorprendente y sospechoso éxito, un acuerdo de conciliación civil fraudulenta (y por lo tanto ilegal), y todavía está en vigencia, hoy día en octubre del 2012, siete años después. Inicialmente, después de nuestra separación legal, mi ex-esposa y yo nos reunimos el 13 de octubre del 2004 en las antiguas oficinas del licenciado Marc Shular del bufet legal de “Kershek & Shular”, entonces ubicadas en el centro de San Diego, para tramitar independientemente dos aspectos del divorcio. El trámite legal del divorcio, al menos en el estado de California, se puede dividir en dos componentes: por una parte estaba el divorcio mismo, es decir, la disolución del matrimonio (que en este caso se decidió que pagaría yo), y por otra parte el registro del convenio de disolución matrimonial (“Marital Settlement Agreement” o “MSA”) que detalla cuestiones como la separación de bienes, el acuerdo de custodia, división de deudas, etc. Esa parte lo pagaría el otro partido, mi ex-esposa.
Yo había descubierto que en lo que se refería a la disolución del matrimonio esa se podría lograr a través del territorio de Guam, mediado por un despacho jurídico en Nevada, de forma no solamente más económica sino también más expediente. Los documentos requisitos precisarían de firma ante notario para luego ser enviados a Nevada. Puesto que el despacho legal de Kershek y Shular contaba con notario público y había sido el abogado recomendado a mi ex-esposa para encargarse de archivar ante la Corte Superior de California el convenio de disolución matrimonial, proseguimos a  matar dos pájaros de un tiro ese 13 de octubre de 2004, ante el abogado Marc Shular y su notario público. Yo pagaría por los costos por el divorcio mediado por el territorio de Guam y mi ex-esposa, Shawna Dolansky, por los costos del registro del acuerdo de disolución matrimonial en San Diego, estado de California. Ambos firmamos los papeles correspondientes al divorcio y al acuerdo de disolución, el cual ratificaba la guardia y custodia conjunta de los hijos junto con una división equitativa del tiempo con los hijos, la división de deudas y bienes (conforme a las exigencias de las leyes de California), detalles como las presentes edades de los hijos, etc.
Dos meses más tarde obtendríamos un divorcio oficial a través del territorio de Guam[10], y yo nunca volvería a poner pie en las oficinas de San Diego de Kershek y Shular después del 13 de octubre del 2005. Recuerden ese punto, y recuerden también que ya estábamos legalmente divorciados antes de que ella y su abogado sometieran otro segundo proceso de divorcio agosto del año siguiente – este último a mis espaldas, por cierto. Reitero también que ambos habíamos acordado desde el principio de la separación en la custodia compartida de nuestros dos niños pequeños basados en una división ecuánime de tiempo del 50% (3.5 días a la semana) con cada uno. Enfatizo que desde el principio de la separación se mantuvo esa división de tiempo custodial como el status quo, y que estaba manifiesto como tal en el convenio original firmado por mí ante notario el 13 de octubre del 2004. No había manutención infantil de por medio puesto que la división en el tiempo de los niños fue equitativa, yo todavía era un estudiante de posgrado de tiempo completo y empleado de tiempo parcial con apenas bastantes ingresos para sobrevivir con los hijos conmigo la mitad de la semana, y puesto que mi ex-esposa ya había completado su propio doctorado y trabajaba como profesora en la Universidad Estatal de San Diego (SDSU). De haber adjudicado manutención hubiera sido mi ex-esposa, por sus ingresos superiores y de acuerdo a las leyes del estado de California, quien hubiera tenido que pagar sustento a mí – pero nunca fue algo que yo hubiese considerado. Mis copias de los documentos firmados los guardé todos juntos en una carpeta de esas plegables titulada “DIVORCE DOCUMENTS”, y la guardé en un archivero que por aquél entonces mantenía en mi antiguo consultorio clínico de hipnoterapia –  en un cuarto que había ocupado en la primera planta de la casa matrimonial y que después de separarme seguí alquilando de mi ex-esposa. La habitación no tenía cerrojo en la puerta, ni el archivero tenía candado para los cajones. (Tal era mi ilusoria confianza en la honestidad de mi ex-esposa.)
En cuanto a compartir los hijos, la disposición entre los dos era a veces tensa, pero para la mayor parte era cordial. Incluso después de que me trasladara a vivir a Tijuana, México (debido a limitaciones financieras) y mientras que concluía mi doctorado en psicología clínica y de la salud de la Alliant International University, mi ex-esposa todavía me permitía llevarme a los niños ida y vuelta a través de la frontera para pasar 3 noches y 3 días completos conmigo – aproximadamente un 43% del tiempo – lo cual resultó legalmente ser una cifra importante a la hora de impedir ante la Corte el traslado de la madre con los hijos. Entre mis estudios universitarios, el trabajo –  primero como profesor de religiones del mundo y de psicología de la religión en SDSU (Universidad Estatal en San Diego), y luego como psicólogo en un correccional juvenil (residencia para el doctorado) – y mis hijos mi tiempo estaba totalmente absorbido: ese era mi mundo.
La excepción a nuestro acuerdo mutuo de custodia compartido transcurrió cuando negociamos que la madre se llevara los niños a Ottawa para visitar a sus padres por un período de dos meses durante el verano del 2005. A cambio negociamos una compensación por el tiempo perdido conmigo a mi conveniencia y elección – trato con el que ella luego no solamente nunca cumpliría, sino que para evitar cumplir recurriría a las autoridades bajo falsos pretextos (acusándome de querer secuestrar a mis hijos).
La forma en la cual las autoridades jurídicas ilegalmente consintieron, y luego rehusaron de castigar el reconocido perjurio por parte de la madre, constituye una parte importante a la vez que un patrón recurrente, del caso. Es justo y preciso decir que si las penalidades criminales concernientes al perjurio y de acuerdo a las leyes estatales se aplicaran de una forma consistente e imparcial en las cortes americanas, y sobre todo en las cortes de familia, la madre hubiera acabado en la cárcel, el tema de la custodia de los hijos se hubiera resulto de inmediato y a beneficio de los hijos; más de un cuarto de millón de dólares privados (de los padres de mi ex-esposa) no se hubieran malgastado en sus abogados; quién sabe cuántos dólares del contribuyente americano no hubieran desechado en costos jurídicos; y no digamos cuantas tragedias subsecuentes se hubieran evitado – incluyendo la violación, el asalto y el abuso sexual de mi hijo Alex con apenas cinco años de edad. Pero de ser así no se trataría de los EE.UU. – y este libro jamás hubiera existido.
Volviendo al período inmediatamente después del procesamiento de los documentos para el primer divorcio, es decir, el 13 de octubre del 2004, quedaba pendiente la cuestión de qué hacer si la madre encontrara una oferta de empleo a tiempo-completo en otra parte del país, puesto que donde estaba ubicada en San Diego, California, no encontraba posibilidades como catedrática y su economía después del divorcio (debido en gran parte a su insistencia en mantener el mismo nivel de vida) se sostenía gracias a generosas infusiones paternas. Debido a estas condiciones accedí en principio – tal y como constataba en el convenio de disolución matrimonial – a la idea de su reubicación con los hijos siempre y cuando ella accediera a hacerse completamente responsable de mis gastos de traslado tan pronto como terminara yo mi propio programa de doctorado en psicología clínica. Así de importante era para mí para que pudiéramos continuar con el plan de crianza compartida de los niños. Para mí el lugar de mi residencia era insignificante comparado con la importancia de poder mantener la misma relación que había establecido con mis hijos pequeños aun después del divorcio. Por eso, y para tenerlos conmigo la mitad de la semana, yo seguía acarreando solo los gastos (en tiempo y en dinero) de su transporte a través de la frontera entre San Diego y Tijuana.
Inicialmente, durante un período de un año y medio, las cosas progresaron bastante bien – o al menos dentro de lo que cabe esperar de una pareja recién divorciada compartiendo niños pequeños. Durante esa etapa de tiempo, y tres días y tres noches a la semana sin falta, me dedicaba casi exclusivamente a mis hijos – enseñándoles artes marciales; practicando yoga, español, y ajedrez; contando historias (relatadas luego en mi libro ‘Cuentos Ancestrales de Omayok el Grande’); viendo documentales y películas; compartiendo esos detalles importantísimos de la pluralidad de su identidad cultural que solamente podrían recibir de mí; etc.; es decir, en ser su padre.
Todo llegó a un fin cuando, un día de marzo de 2006 de repente recibí un correo electrónico de la madre de mis hijos reclamando más de $13,000 de manutención infantil, informándome que se trasladaba a vivir a Boston con los niños – ¡y que decía que ella estaba de acuerdo en darme dos semanas de tiempo de visita al año! En el mismo correo electrónico también se refirió a una orden judicial emitida el 28 de noviembre 2005 relativa a un divorcio (el segundo) en el estado de California del que yo nunca había tenido previo conocimiento, y a un acuerdo de conciliación civil que había (supuestamente) firmado pero que (obviamente) tampoco había visto. Es imposible expresar lo que yo sentía en ese momento. Basta afirmar que fue mucho peor aún que cómo me sentí cuando me diagnosticaron con cáncer terminal, un año después – una historia integral dentro de la general historia de este caso. Ahora, completamente trasladado a Tijuana, clausurado mi consultorio de hipnoterapia de San Diego en la casa de mi ex-esposa, fui directamente a buscar los documentos firmados el 13 de octubre del 2004 en la carpeta titulada “DIVORCE DOCUMENTS”. La carpeta se hallaba presente – pero completamente vacía.
Durante el próximo par de días tuve que ponerme en contacto con el abogado original de San Diego, cuyo nombre ni siquiera recordaba. Entonces es cuando empecé a descubrir la red de fraudes y perjurios que mi ex-esposa y su primer abogado Marc Shular habían tejido. Comencé por descubrir que desde el día de la firma los documentos el 13 de octubre de 2004 las oficinas de Kershak y Shular se habían trasladado de San Diego, a Poway – una pequeña ciudad en las afueras de San Diego;  descubrí que la prueba de la notificación de la audiencia de divorcio California – del segundo divorcio –había sido falsificada: el lugar donde presuntamente fui servido era el nuevo despacho jurídico de Marc Shular en Poway, lugar que yo hasta ese momento ni siquiera sabía que existía y que por lo tanto nunca había estado antes; descubrí que el acuerdo de conciliación civil también estaba totalmente falsificado. Toda la situación hubiera sido cómica si no hubiera sido tan trágica, el documento en cuestión estaba tan obviamente falsificado que parecía patético. La página con el sello de la notaría pública que atestigua la validez de las firmas estaba ausente; las fechas correspondientes a la firmas estaban blanqueadas y alteradas para reflejar fechas del agosto del 2005 en lugar de las originales fechas originales del 13 de octubre del 2004; las páginas correspondientes a la división de deudas (que en tarjetas de crédito sumaban a más de $ 35.000) habían desaparecido; varias páginas del documento tenían números de página blanqueadas y editadas con una fuente tipográfica distinta a la original y al del resto de las paginas; la manutención infantil se había fijado en 1.000 dólares al mes (curiosamente retroactivo a octubre del 2004); las visitas conmigo se habían limitado a 2 días a la semana, en lugar de los 3 1/2 días a la semana estipuladas en el documento original; y lo que es más, se le otorgaba a la madre el derecho pleno y sin reservas o limitaciones de trasladarse a vivir a cualquier lugar de los EE.UU. con los niños – nada de mis costos de reubicación; etc., etc., etc… Evidentemente era un documento que se había forjado tomando paginas firmadas del original y, alterando fechas y números de páginas y deshaciéndose del acta notarial, creando un nuevo documento a medida de su conveniencia – no digamos de la falsificación de notificaciones jurídicas para evitar que yo me enterara a tiempo para poner un alto al fraude.
Sin embargo, a pesar de todo lo anterior la prueba más evidente de fraude y falsificación fue el hecho de que el documento, que mi ex-esposa y su abogado jurarían era el "mismísimo" documento que se firmó el 13 de octubre de 2004 en su anterior oficina de San Diego, tenía referencias en la segunda página de eventos transcurridos ante la Corte de San Digo durante el mes de agosto del 2005 – eventos a los que refería en un tiempo pasado. Piensen: Es evidente que el documento no podría haber sido firmado en su forma completa el 12 de octubre de 2004, cuando en  la página 2 del mismo documento se hace referencia acontecimientos ya transcurridos durante el mes de agosto del 2005 – ¡casi un año más tarde!
Si piensan que todas esas pruebas de perjurio, de fraude, de falsificación y de conspiración para defraudarme a mí, no digamos a la Corte Superior de California, habrían dado lugar a condenas criminales o por lo menos a algún tipo de auditoría o investigación oficial, entonces serían muy ingenuos y estarían muy equivocados – tal y como yo lo fui al principio. En América – si eres blanco, claro –  se consigue tanta justicia como la que puedas pagar – y la familia de mi ex-esposa cumplía ampliamente con ambos requisitos. Mi ex-esposa no solamente no fue a la cárcel, sino que al final se fue Boston a vivir con los niños tal y como había planeado, semanas después de lo cual mi hijo ya había sido violado por su negligencia, y de ahí, unos años más tarde, se mudó a Ottawa. Progresivamente ella consiguió todo lo que pedía a la Corte, hasta que finalmente yo acabaría perdiendo no solamente custodia compartida, sino toda la custodia y todo contacto – incluso telefónico – con mis hijos.
 Les mencioné que yo era estudiante, sin embargo, no soy ni un abogado ni soy un hombre de medios financieros capaz de contratar uno –  muy a diferencia de mi ex suegro, el Dr. Bernard Dolansky, un miembro prominente y rico de la Convención de Ottawa comunidad judía que invirtió bastante más de $200,000 dólares EE.UU. hasta la fecha y eso sin contar los numerosos casos ante la Corte de Apelaciones – en apoyo de la campaña de su hija para erradicar mi existencia de las vidas de mis hijos. Deliberadamente he evitado decir hasta el momento que soy de origen africano, hispano, e amerindio. Con la excepción de una sola audiencia en la que obtuve fondos para pagar los servicios de un abogado, estaba en la peor de las desigualdades de condiciones imaginables en una Corte de Familia americana: padre auto-representado, perteneciente a tres etnias de color todas económicamente desfavorecidas y discriminadas, y estaba litigando contra una madre blanca adinerada con abogados de más de 400 dólares la hora en una Corte de Familia, desprovisto de jurado y donde el juez es la ley; y al mismo tiempo que batallaba en la corte, batallaba, dentro y fuera del hospital (con radioterapia, quimioterapia, y cirugía tras cirugía) contra una enfermedad que amenazaba con quitarme la vida. Con todo eso puedo decir lo siguiente: sin lugar a dudas, la batalla por justicia en las cortes americanas fue infinitamente más desgastante, más decepcionante, y simplemente peor que mi guerra contra el cáncer. El cáncer solamente amenazaba matarme una vez; perder a mis hijos era, es, una muerte diaria.
Si sólo hubiera tenido un final feliz sería tema para una comedia de humor negro o para una película de Disney. No lo ha tenido hasta la fecha y dado la naturaleza del fenómeno psicológico de alienación parental – de acuerdo a la cual un padre literalmente le hace un lavado de cerebro con respecto a otro –  también parte de nuestra historia, no es probable que la tenga.
Hoy, más de seis años después de que el correo electrónico nefasto, no he visto a mis hijos en casi cuatro de los seis. Mi hija Julia seguramente ni se acordará de mí. Su madre bloquea o descarta cualquier regalo que les envío y libremente se niega a cumplir con cualquier orden judicial que permita contacto telefónico con ellos. Desde el principio la Corte le ha permitido burlarse de las órdenes judiciales y de las leyes que no han sido de su conveniencia y cuando yo insistía en traer su conducta a la atención de los jueces, la reacción era siempre la misma: rescindir la orden o ignorar la ley para evitar tener que declararla en desacato.  La madre ha cometido perjurio tras perjurio, y de forma exitosa logrando todas las ventajas legales imaginables – desde la imputación ilegal de mis ingresos hasta la obtención de órdenes de restricción en mi contra bajo falsos pretextos – posteriormente demostrados, pero sin consecuencias algunas. Con absoluta impunidad legal la madre ha logrado desafiar cualquier orden judicial a mi favor, incluyendo una orden de la Corte para proveer a mi hijo una evaluación psicológica y tratamiento terapéutico por el abuso y la violación sexual que sufrió mientras estaba bajo la supuesta supervisión de la madre, sólo unas semanas después de mudarse a Boston.
Legalmente, pero injustamente, pasé de ser un padre dedicado a estar completamente alejados de mis hijos, y mis hijos pasaron de tener un padre presente en sus vidas a formar parte de la corriente social de hijos que se crían sin padres que se está convirtiendo en la norma social de este país ruin y decadente. He acumulado –  mientras gravemente enfermo y desempleado, y gracias a la exitosa táctica de perjurio descarado ejecutada por medio de la madre y sus abogados – más de 30.000 dólares en manutención morosa, y todo mientras que la madre gastaba más de 200.000 dólares en honorarios legales para lograrlo.
Todo lo que he dicho sobre el caso hasta el momento, y lo que voy a exponer en este libro es de dominio público, por lo que he proporcionado número del expediente, D491 976, ante la Corte Superior de California, División Familiar de San Diego. Cualquier persona puede legalmente y de fácilmente verificar los detalles del caso que he expuesto confirmar lo que ahora mismo les estoy informando. Les animo a que lo hagan porque si lo hacen descubrirán, como yo descubrí, que el caso Overton v Dolansky tiene una auto-similitud clara y presente con respecto al ‘todo’ social y cultural que es los Estados Unidos de América, con prácticamente todo lo que está mal, podrido, inicuo,  y descomponiéndose en ese país – mucho de lo cual deriva precisamente de un sistema judicial corrupto, injusto, irresponsable e impune. Pero lo más importante es que Overton v Dolansky tiene una auto-similitud con la sociedad fascista, apenas disfrazada, que lo produjo, una sociedad que a su vez se basa en una cultura tan repleta de una discriminación, de una corrupción y de una injusticia legalizada que ha perdido todo atisbo, indicio, o incluso aspiración  a una brújula moral.
Overton v Dolansky es una muestra del excreción de un sistema social y jurídico podrido; es una biopsia del estado canceroso de la sociedad americana, de su cultura y de su misma jurisprudencia, y lo que es más, de la impotencia del ciudadano promedio para poder lograr justicia en un contexto que es ampliamente reconocido como corrupto. Algunos comentan que los EE.UU. simplemente ha perdido completamente la perspectiva de todo lo que los próceres fundadores de la nación, John Adams, Benjamín Franklin, Alexander Hamilton, John Jay, Thomas Jefferson, James Madison, y George Washington,  habían querido que fuera. Pero nosotros, quienes hemos sobrevivido durante siglos tras líneas enemigas, quienes estamos hartos de que nuestros familiares, amigos, que nuestra gente sean las víctimas constantes y el “daño colateral” continuo del odio y de la injusticia de la cultura angloamericana, del “sistema”, del “monstruo” que nos ha comprado y vendido, esclavizado, linchado, violado, asesinado, deshumanizado, y despojado de nuestras tierras a la menor conveniencia económica, nosotros sabemos muy bien que la percepción de América como un país de “libertad y justicia para todos” es una mera fantasía. Para nosotros, los supervivientes de cuatro siglos de guerra la historia es hoy, es ahora, es este mismo instante, ya que tarde o temprano algún incidente, algún roce, algún inevitablemente percance nos pone en contacto y a la merced de la inhumanidad implacable de ese “monstruo” que es la cultura angloamericana y que se manifiesta a través de sus instituciones policiales, judiciales, políticas, financieras, etc. En esos momentos inevitables tenemos una de tres opciones, tratar de huir, aguantar, luchar dentro del sistema, o fuera de él para destruirlo.
Cuando comenzó mi querella en la Corte, contra la Corte, al principio no lo tomé de manera personal: era simplemente más de lo mismo que había experimentado desde niño, y que mi padre, mis tíos, mis abuelos, mis bisabuelos, durante cuatro siglos habían experimentado. etc. Pero en el momento en que mi hijo fue victimizado por el “monstruo” las reglas del enfrentamiento cambiaron y el contrincante ya no era su madre, ni tampoco los oficiales corruptos de la corte, sino el sistema cultural angloamericano mismo. En su autobiografía, el guerrero-chaman de los Apaches Chiricahua llamado “Goyatla”, mejor conocido como Jerónimo, describe que se sintió “sin propósito” cuando descubrió a su familia asesinada. Cuando yo recibí la noticia de la violación de mi hijo, casi una semana después del hecho y después de que su madre no me dejara ni hablar con él, pasé por un remolino de emociones. Primero me sentí desesperado por no haber sido ni avisado ni poder hablar con él, luego enloquecido de furia contra su madre por su negligencia, contra el juez y los demás oficiales de la corte por su corrupción, por haber conspirado para acabar dañando de esta forma a una víctima inocente e indefensa; después lloré desconsolado por mi impotencia como jamás había hecho en mi vida al no haber podido proteger a mi hijo, y por un tiempo solamente pude repetir “Mi hijo, mi hijo, ¿qué le han hecho a mi hijo?” Nada en mi vida me había pasado, ni que me fuera a pasar después, me había logrado herir tanto. Los Estados Unidos de América desde tiempos coloniales hasta el presente ha declarado una guerra sin cuartel y sin piedad contra todo y cualquier pueblo de color que se ha cruzado con sus intereses militares o económicos – en Japón, en Vietnam, en Afganistán, en Irak, en Guatemala, en Honduras, en El Salvador, etc.; en sus propias fronteras contra los Apache, los Cherokee, los Nez Perce, los Sioux, los Cree, los Pies Negros, los Comanche, los Navajo,..., contra los afroamericanos, los mexicanos, los chinos, los japoneses,… – y las bajas más difíciles de soportar siempre son los niños. Fui un soldado conscripto en esa guerra antes de nacer y a los cuatro años de edad yo mismo casi fui una baja en la misma. De adulto, había trabajado bastante tiempo en el frente tratando las heridas y mutilaciones psicológicas de una lista interminable de pandilleras, de drogadictas, de prostitutas, de alcohólicas, de asesinas, todas ellas víctimas de la misma psicopatía de la cultura angloamericana, del sistema, del monstruo. Muchos de ustedes leerán las estadísticas que se reportarán en este libro, estadísticas de encarcelamientos injustos con condenas inhumanas, de bajas, de mutilaciones y de discapacidades, pero no tendrán en cuenta que se tratan no de números sino de seres humanos con sentimientos, con ilusiones, con seres amados y queridos, que son los hijos, los hermanos, los padres de otros seres humanos. Mi propósito no es solamente reportarles cifras frías y racionales sino hacerles sentir, de que salgan aun por unos instantes del entumecimiento inculcado por los medios de comunicación que reportan las tragedias de otros seres humanos como si fueran imágenes planas en un video juego cuando se tratan de las vidas de personas reales como ustedes. Con la desgracia de mi hijo el sistema había llevado la guerra que desempeñó contra generaciones de mis antepasados, contra mí mismo, a otro nivel – y había cruzado una raya más allá del perdón y del olvido. Al contrario de Jerónimo yo sabía perfectamente cuál era mi propósito, sabía que tarde o temprano esta guerra iba a llevarse a otro frente, fuera de la corte y a la luz de la opinión pública donde yo soy fiscal, juez y jurado que dictamino el único veredicto aceptable – porque sé muy bien de lo que es América Culpable – y los lectores serán los verdugos que ejecutarán cada uno a su manera la sentencia.
Yo no escribo este libro con la esperanza de lograr o incluso de buscar un cambio en ninguna parte de ese sistema – está demasiado carcomido por el cáncer de sus prejuicios y corrupciones – ni siquiera en busca de una resolución a mi caso legal, ni mucho menos un cambio en la sociedad estadounidense. Escribo este libro sobre todo para mis hijos; para que Alexander Jesse Overton y Julia Rachel Overton de alguna manera, algún día, puedan llegar a conocer el verdadero padre del cual su madre ha logrado, en su vil egoísmo – y con la ayuda del sistema judicial americano en su despreciable corrupción y detestable racismo – eliminar de sus vidas. Mis hijos nunca fueron olvidados, sólo fueron vendidos “río abajo”[11] por las mismas personas e instituciones encargadas para protegerlos.
Alexio y Julila: Un padre nunca se olvida, un guerrero nunca se rinde. ¡Jujurra!



[1] http://www.toptenz.net/top-10-most-horrific-genocides-in-history.php , accedido por última vez el 30 de mayo de 2013.
[2] En http://en.wikipedia.org/wiki/Religious_violence, accedido por última vez el 30 de mayo de 2013.
[3] La Santa Biblia (VERSIÓN BIBLIA DE JERUSALÉN, 1976), pagina 395.
[4] MAMBA son las siglas de “Mastering the Art of Mind and Body in Action”.
[5] "Shamanism and Clinical Hypnosis: a Brief Comparative Analysis." Journal of the Hypnotherapy Research Society, Vol. 2., 1999; (originalmente publicada en “Shaman: "Shamanism and Clinical Hypnosis: a Brief Comparative Analysis," Shaman, Vol.6, no. 2, 1998, 151-170.)
[6]Correlation of EEG activity with subjective performance on a guided imagery test: An exploratory study.Journal of Mental Imagery, Vol. 28(1-2), 2004, 17-60. (Abstracto localizado en http://psycnet.apa.org/psycinfo/2004-17704-002 o http://www.journalofmentalimagery.com/backissues1.html#28a)
[7] "Shamanic Realism: Latin American Literature and the Shamanic Perspective." Shaman, Vol.6, no. 1, 1998, 21-55.
[8]  Neurocognitive Origins of the Shamanic PerspectiveShaman, Vol. 8, no. 1, 2000, 35-88.
[9] Ensayos titulados: “Latin American Literature and Shamanism” y “"Hypnosis and Shamanism” respectivamente.
[10] El territorio de Guam ofrece la posibilidad, bajo un tecnicismo legal, pero constitucionalmente y legalmente válido, de lograr un divorcio sin tener que haber residido en el territorio. La cuestión de la validez del divorcio en Guam de hecho nunca fue disputada por la Corte Superior de California.
[11] “Vendidos ‘rio abajo’” es una expresión americana que hace alusión al tráfico de esclavos; ser vendido “rio abajo” se refiere a ser traicionado por compensación económica.

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