miércoles, 23 de octubre de 2013

CAPÍTULO 3 Por Shodai Sennin J. A. Overton-Guerra



³  Cuando se niega la justicia, donde se impone la pobreza, donde prevalece la ignorancia, y donde se hace a cualquier clase [de personas] sentir que la sociedad es una conspiración organizada para oprimir, robar y degradarlas, ni las personas ni la propiedad estarán a salvo. Frederick Douglass
³  La injusticia en cualquier parte es una amenaza a la justicia en todas partes. Martin Luther King, Jr.
³  Nadie te puede dar la libertad. Nadie te puede dar la igualdad o la justicia ni nada. Si eres un hombre, la tomas. Malcolm X
³  La administración de justicia es el pilar más firme del gobierno. George Washington



Recapitulemos lo que hemos vista hasta el momento. En el primer capítulo nos armamos con ciertas herramientas estadísticas fundamentales para emprender el proceso de representar no solamente la tremenda disparidad económica en el mundo, sino la complejidad del sistema político-económico (y financiero) en el que vivimos en el siglo XXI. Antes de pasar a un análisis etiológico hay que diagnosticar la patología, pero para ello es imprescindible lograr un cuadro sintomático del paciente. En este caso el “paciente” viene a ser la humanidad misma, una humanidad que vive en un mundo donde la integración, interdependencia e interrelación entre todos los componentes nacionales que forman parte del sistema económico-financiero del mundo actual trasciende nuestra capacidad actual de concepción  – y de representación.
Precisamente uno de los más grandes problemas con los que se enfrenta la humanidad contemporánea – junto con la escasez de recursos vitales – no es solamente la inmensa complejidad de mundo que hemos creado, sino la falta de herramientas para representar dicha complejidad. Ese estado de discapacidad cognitiva-tecnológica es amplificada en las culturas de los denominados países tercermundistas (subdesarrollado o en vías de desarrollo) donde la creciente resentimiento y frustración del pueblo con el sistema sociopolítico-económico inspira ilusiones de levantamientos revolucionarios “zapatistas” o “villistas” – es decir, de alzamientos populares sin una ideología central – política, económica, o social – que guie al movimiento y con la idea medieval de que con simplemente arrebatar el poder político del gobierno, el económico de las clases adineradas y distribuir la riqueza y el poder equitativamente y “democráticamente” entre el pueblo todo irá a pedir de boca: a pesar de que México ha sido durante el último siglo testimonio empírico del fracaso de tales planteamientos, el pueblo mexicano sigue alucinando en tales términos.
El neocolonialismo, un concepto central a esta obra y que exploraremos mucho más a fondo en esta serie “América Culpable” se describe brevemente así:   
El neocolonialismo (también neo-colonialismo) es la práctica de utilizar la geopolítica del capitalismo, la globalización empresarial y el imperialismo cultural para influir en un país, en lugar de cualquier control militar directa o indirecta, el control político, es decir, el imperialismo y la hegemonía. El término neo-colonialismo fue acuñado por el presidente ghanés Kwame Nkrumah, para describir el control socio-económico y político que se puede ejercer económica, lingüística y culturalmente, por lo que la promoción de la cultura del país neo-colonizador facilita la asimilación cultural de los pueblos colonizados y por lo tanto se abre la economía nacional a las empresas multinacionales del país neo-colonial.[1]
La falta de entendimiento y de representación o percepción de la actual complejidad (o sea, el estado de discapacidad cognitiva-tecnológica) del mundo en el que vivimos y de las fuerzas que lo gobiernan mueven al ciudadano mundial típico, pero sobre todo al tercermundista, a fantasear soluciones que si fueron ya obsoletas en el siglo XX, son absurdamente inútiles en el XXI. Esta insistencia de querer emplear métodos comprensibles pero arcaicos para solucionar un problema incomprensible es uno de los factores que mejor protegen y definen el estatus del neocolonialismo en el que existe Latinoamérica. Dicho de otro modo: la primera línea de defensa de la potencia neo-colonizadora es la invisibilidad y la intangibilidad que mantiene en el país neo-colonial ya que mientras que opera desempeñando sus operaciones opresivas y explotadoras con tremenda impunidad el pueblo solamente es capaz de concebir sus problemas en términos de su limitada comprensión de la realidad. El propósito del capítulo 1 precisamente es el de comenzar a armarnos de las necesarias herramientas simbólicas – matemáticas y gráficas – para ampliar nuestra comprensión de la realidad al iniciarnos en el proceso de vencer o superar esa discapacidad cognitiva-tecnológica que a su vez nos rinde incomprensible, invisible e intangible el sistema del cual inevitablemente formamos parte en Latinoamérica.
En el segundo capítulo hemos visto un ESTUDIO DE CASO de las Guerras del Opio como ejemplares del colonialismo, principalmente británico, ejercido en el siglo XIX y contra China. Las Guerras del Opio son muy ilustrativas para nuestro propósito al menos por tres motivos importantes:
1.      Ofrecen un ejemplo concreto de la naturaleza tripartita del paradigma imperialista colonial – económica, política y militar – para que podamos apreciar con mayor exactitud el paradigma neocolonial, puesto que los objetivos son los mismos: la perpetua explotación económica del país colonizado mediante una medida de control político, físico (militar), y sobre todo psicológico-cultural. En el caso del neocolonialismo el énfasis estratégico está en el control psicológico-cultural para evitar las inconveniencias históricas de incurrir la ira directa del pueblo neocolonial.

2.      Nos muestran las vulnerabilidades típicas de los países coloniales y cómo son explotados por los colonizadores. Siglos de aislacionismo cultural llevaron consigo ineficiencias económicas, deficiencias sociales, inestabilidades políticas, retrasos tecnológicos (sobre todo militares), y un tremendo obscurantismo religioso que rindieron a China débil y vulnerable y por lo tanto apta para la depredación europea. Al igual que estudiaremos las similitudes entre el colonialismo británico del siglo XIX y el neocolonialismo americano actual, investigaremos los paralelos entre las debilidades intrínsecas en la cultura china durante la época de las Guerras del Opio y las deficiencias culturales inherentes  en ciertos países neocoloniales latinoamericanos.
3.      Con el ejemplo de China como consecuencia de las Guerra del Opio presenciamos el impacto a largo plazo del fenómeno colonizador. Las ineptitudes de la cultura china se agravan con los desastres ocasionadas durante y a raíz de las Guerras del Opio desatando una reacción en cadena de la cual China aún no se ha recuperado.

4.      Dos casos geográficamente e históricamente relacionados contrastan con el desenlace de China como resultado de las Guerras del Opio: Hong Kong y Japón. Uno de los “Cinco Dragones del Oriente”, Hong Kong junto con Macao, Corea del Sur, Japón y Singapur, es uno de los grandes ejemplos de una relativamente perdurable y estable prosperidad económica en el extremo oriente. Lo aparentemente irónico de Hong Kong es que no se puede dejar de atribuir su presente prosperidad a su estatus de excolonia británica – a la cuál llegó precisamente como resultado de las Guerras del Opio entre China (la madre patria y dueña presente) y Gran Bretaña. Vemos con Hong Kong la diferencia que puede hacer más de 150 años bajo el dominio formativo de la superpotencia de la época.

5.      El primer encuentro perdurable y definitivo entre Japón y el occidente es muy diferente al que experimentaría China, a pesar de que ambos encuentros tuvieron lugar en un contexto histórico muy próximo. En 1839 se inicia la primera de las Guerras del Opio, y quince años después, en 1854, el almirante americano Matthew Perry intimidaría militarmente a Japón para obligarlo a firmar un tratado comercial con los EE.UU. A pesar de que hubieron factores – que discutiremos en detalle más adelante – atenuantes que quizás podría argüirse que “forzaron” una respuesta (e insensata) respuesta militar por parte de China, es indudable que el estado de la cultura y sociedad japonesas son en buena parte responsables por el resultado diferente entre su encuentro con el oeste: aunque Japón en ningún momento podría haberse resistido a la imposición de la armada naval americana, de ninguna forma eran tan vulnerables cultural y socialmente como los chinos. En ambos casos, Japón y China fueron abordados por dos potencias anglosajonas – los EE.UU. de América y Gran Bretaña, respectivamente – con intenciones de comercio. Mientras que los chinos de entrada rechazaron a los británicos, los japoneses, reconociendo la superioridad del enemigo (lo cual los chinos fueron obligados a reconocer), decidieron ceder y evitar un encuentro directo con motivo de investigar los métodos culturales y militares occidentales, y modernizarse al nivel de las potencias europeas – para no sucumbir a ellas. La visión estratégica de la cultura japonesa demostró a corto y largo plazo, ser muy superior a la china – una lección cultural para todos los países colonizados del mundo.

En el presente capítulo vamos a cambiar de enfoque y dirigirnos directamente a la esencia del paradigma neocolonial americano. Mientras que las potencias europeas colonizaron áreas de Asia, África, Oceanía, y las Américas, los EE.UU., que origina a su vez como una colonia anglosajona, expande su territorio desde un área relativamente pequeña del litoral levantino de Norteamérica hasta la costa occidental del Pacífico. Aunque el territorio correspondiente a los estados originales varía desde tiempos coloniales, en la Gráfica el lector podrá apreciar la tremenda expansión continental de los Estados Unidos de América desde la época de los treces estados originales que se independizaron del Gran Bretaña a finales del siglo XVIII, hasta el asentamiento final de sus fronteras continentales actuales con México y Canadá.  
GRÁFICA 1: ESTADOS ACTUALES CORRESPONDIENTES A LOS 13 ORIGINALES.


Mientras que las naciones colonizadoras (y neo-colonizadoras) europeas aplicaban fuera de sus propias fronteras nacionales el paradigma de la explotación étnica indispensable de acuerdo a sus sistemas económicos, los EE.UU. creó un sistema de explotación racial dentro de las mismas. Eso va a tener repercusiones dramáticas para la formación cultural angloamericana a lo largo no de décadas, como en el caso del Apartheid de Sudáfrica, sino de siglos. Las inhumanidades ocasionadas por los británicos en China durante y como consecuencia de las Guerras del Opio son muestras representativas de los tremendos daños y perjuicios ocasionados por el colonialismo europeo a nivel global – pero a diferencia de los europeos que efectuaban esas calamidades lejos de sus fronteras nacionales, alejados de la vista y de las mentes de sus conciudadanos comunes y corrientes (ojos que no ven, corazón que no siente), los EE.UU., al crear un régimen colonial, esclavista, genocida inclusive, dentro de sus propias fronteras pervierte, corroe, corrompe la conciencia moral de su cultura con los efectos colaterales – sociales e institucionales – de esa misma política de racismo (y “racialismo”) mercantilista, judicial, policial, político, hasta deportivo, etc.  En este capítulo comenzamos a familiarizarnos con ese mismo proceso tan corruptor de la cultura angloamericana.

CAVEAT LECTOR:
En cuanto al record histórico de crímenes contra la humanidad se refiere, las naciones europeas, junto con su descendiente inmediato – los EE.UU. de América – han desempeñado, durante los últimos cinco siglos un papel predominante a lo largo y lo ancho de todo el planeta y en todos los rincones del mundo, precisamente como resultado de este colonialismo global. América, que inició el equivalente a una su expansión colonial hasta tomar posesión de una buena parte del continente norteamericano, ha tomado el manto del poder europeo, del poder blanco – no importa, como demostraremos más adelante, cuál sea el color de su presidente –  y ha impuesto su propia versión del sueño llamémoslo “neo-imperialista”. Ese sueño neo-imperialista es impulsado y sancionado por la ideología religiosa-racista-militarista-mercantil del Destino Manifiesto y legitimada políticamente en su Doctrina Monroe, la doctrina que otorga “legalmente” a los EE.UU. tratar a América Latina como su “patio trasero” y a disponer a su antojo y conveniencia de sus regímenes políticos y políticas económicas, legales y sociales como  si fuera precisamente una extensión de sus dominios domiciliares. No es de extrañar, por consecuencia, que ese tipo de actitud, a la vez soberbia y soberana, diera hincapié a que una buena parte de la historia de crímenes contra la humanidad cometidos en el últimos siglos tanto por sus instituciones gubernamentales, como por sus empresas transnacionales, como por su sociedad misma.
América está tan empapada de pensamientos, de actos y de sentimientos de supremacía y de odio racial, que esas nociones de superioridad y de odio se han convertido en los temas más centrales y dominantes de su historia, de su política, de su educación, de su sociedad, de su economía, de sus deportes, de su música, de su cinematografía, de su literatura, de su legislación, de su jurisprudencia, de su sistema criminal, jurídico, y en pocas palabras: de su cultura. En la historia de la humanidad de ninguna forma y en ningún lugar es más evidente la integración y la aceptación perdurada y extendida a nivel social, judicial, policial, económico, educacional – cultural – de crímenes contra la humanidad que en la historia de los EE.UU. de América; esto es especialmente evidente en los casos de la esclavización y posterior segregación del afroamericana y del genocidio y desapropiación del amerindio. Como resultado de esta historia, el consiguiente subproducto británico social, económico y político que es la cultura angloamericana se ha vuelto inhumanamente inmune al hedor de la injusticia sistemática, de la corrupción, de la explotación, así como del genocidio – cultural y/o físico. Como un pez incapaz de sentirse mojado, el racismo en todas sus formas es ubicuamente invisible al angloamericano promedio. En la psicología a esto lo llamamos habituación – una forma de aprendizaje no-asociativo según el cual repetida y continua exposición a un estímulo disminuye una respuesta externa o interna por parte del individuo o sujeto expuesto hasta el punto de no suscitar respuesta – externa o interna – alguna. El estímulo en este caso es el trato inhumano a individuos o poblaciones de color sobre todo cuando ese trato está justificado por motivos económicos o bajo clichés neocoloniales y fascistas como “seguridad nacional” o “salubridad pública”.
Para llegar a comprender la esencia de la cultura americana, de lo que es América Culpable y capaz, no hay mejor lugar para comenzar que repasando de forma abreviada y panorámica la historia jurídica – o sea, legal – de la esclavización, de la posterior segregación y de la subsecuente y actual criminalización masiva del afroamericano por parte de las instituciones gubernamentales, corporativas y sociales – de nuevo, culturales – americanas. Por eso mismo será objeto de un ESTUDIO DE CASO en el capítulo presente.
Algunos pueden considerar mi caracterización de la cultura angloamericana como propiamente "racista". Esto sería una excesiva simplificación de los hechos hasta el punto llegar a una tergiversación descarada de la verdad. Para comenzar debemos distinguir entre “cultura” y “raza”, al igual que entre “memes” y “genes”, puesto que son cuestiones muy distintas. De este modo, no hay falta de individuos ya sean de la raza "blanca" o "caucásica", descendientes racialmente de ingleses, habitando en los EE.UU. inclusive y que no encajen en el perfil de la cultura angloamericana que se demuestra en este estudio; ni tampoco faltarán individuos de otras razas – "negra", " roja"," amarilla" o “marrón" –  que califiquen culturalmente como angloamericanos por sus propios patrones conductuales, de creencias, etc. Esa es la naturaleza de la cultura. Por otra parte es importante entender que las descripciones de los patrones culturales (como es el caso de las estadísticas) se aplican a las poblaciones como de modo general y sobre todo en grupo– no necesariamente a los individuos que pertenecen a la misma.
No obstante, no se puede negar que la cultura angloamericana ha sido la cultura dominante, predominante incluso, en el espacio territorial de los Estados Unidos de América desde el establecimiento de las primeras colonias británicas en el siglo XVI, y que se ha mantenido como tal, al menos a nivel sociopolítico y económico, a lo largo de su expansión y radio de influencia. Como resultado, casi todas, por no decir todas, las subculturas estadounidenses se han visto influenciadas significativamente por esta dominación y han tenido que formarse, y no siempre de forma adaptiva, a esta realidad. Esto quiere decir que si uno se cría en América, nada (bueno, malo o indiferente) propio de la cultura angloamericana – sin importar la raza – es completamente ajeno a uno mismo. Sin embargo, puesto que es innegable que los acontecimientos históricos y sociales a los que se hacen referencia en el contexto de esta obra son el resultado directo del dominio mayoritario de individuos nacidos en los Estados Unidos de América y de origen anglosajón. La cultura no se transmite genéticamente – como pensaban los seudocientíficos del siglo XIX y parte del XX –  por pertenecer a una raza determinada, sino por formarse de acuerdo como individuo de acuerdo a una combinación de ideología social, política, moral, religiosa, cognitiva, etc., es decir, por una cultura. Cultura y raza no son ni iguales, ni equivalentes. Uno puede cambiar su ideología, y hasta su cultura, pero no su biología.
A propósito de nuestros genes, la biología ha hecho cosas interesantes con nuestra biología. Como resultado de la evolución de la facultad neurocognitiva de lo que podemos referir como la imaginación, los seres humanos poseen la capacidad de un grado de empatía que ningún otro animal puede experimentar. Nosotros podemos “sentir” la tristeza o la ira, o la desesperación, o la indignación de otros seres – incluso no humanos – al leer un libro, al ver un documental, o al ver una película – aun cuando sabemos que los acontecimientos no son reales y que los personajes están simplemente siguiendo las pautas de un guion. Esta capacidad de “empatizar”, de sentir empatía con los sentimientos, el dolor, las dificultades, los sufrimientos, y las circunstancias de otros seres, incluso con las de otras especies que consideramos “menores”, es un componente clave de nuestro potencial inherente para la acción moral. Sin la empatía perdemos una buena parte, una parte muy importante, de nuestra propia humanidad. Quizás sea la empatía el único impulso interior capaz de poner un alto a nuestra capacidad destructiva como la especia más inteligentemente creativa – imaginativa – de la historia del planeta. La realidad de esta frase es de tremenda importancia a la hora de apreciar el daño psicológico que sufren personas – o culturas enteras – que se habitúan al dolor, a la miseria y al sufrimiento ajeno, de tal forma que dejan (conscientemente) de empatizar con sus víctimas.
El racismo, la discriminación y el odio racial – junto con la violencia (física, económica, psicológica y espiritual) que provoca, apoya  y hasta razona y justifica – no sólo es perjudicial para los que son los destinatarios de este tipo de acciones y sentimientos, sino que también es perniciosa, en algunos sentidos más todavía, para aquellos que lo llevan a cabo rutinariamente o que hasta indirectamente se benefician de él. Ese fue un punto que tardé en comprender, mucho menos en aceptar, de la filosofía social de Martin Lutero King, Jr. Cuando estudie el Holocausto aprendí sobre la campaña de propaganda de deshumanización de los judíos por parte del gobierno alemán requisita antes de poder instituir el genocidio como política social oficial del Tercer Reich. También recuerdo las lecturas de los testimonios sobre los efectos traumáticos causados ​​por la participación personal en el Holocausto: muchos soldados alemanes, incluso oficiales de las SS – nazis incondicionales – sufrieron una forma de trastorno de estrés post-traumático conforme desempeñaban su "deber patriótico" en el trascurso de la limpieza de la denominada "peste de la profanación del Judío" de su país. Muchas de los perpetuadores mismos de estos aberrantes actos de violencia se volvieron individuos psicológicamente traumatizados; sus mentes retorcidas por la inhumanidad de sus actos nunca logrando recuperarse, atormentados por recurrentes memorias de sus acciones. El sufrir rutinariamente, realizar, ser testigo o incluso escuchar actos de inhumanidad aturde e insensibiliza y por lo tanto nos priva de nuestra propia capacidad tanto de empatizar como de sentir: nos priva de lo más importante de nuestra propia humanidad.
Como había mencionado anteriormente, trabajé durante años como intérprete en varias prisiones del Canadá. Ahí, tras las paredes y los barrotes de esos espacios asignados a los descastados de la sociedad tuve amplias oportunidades para interactuar tanto con los presos como con los guardias. En palabras de un compañero de artes marciales y líder de un Equipo de Rescate de Rehenes (“HRT” – Hostage Rescue Team en inglés): “ambos presos y guardias comparten la misma prisión”. Me relató el trauma experimentado por un miembro de su equipo cuando un preso, en protesta por las condiciones dentro de la prisión, se suicidó degollándose desafiantemente con una cuchilla delante de él. El guardia tuvo que recibir tratamiento psiquiátrico.
Pero fue años más tarde, trabajando en un centro de detención juvenil como psicólogo interno y miembro del Equipo de Intervención de Crisis, cuando fui testigo clínico del mismo fenómeno. Ahí, ofreciendo psicoterapia para individual y en grupo con adolescentes y sus familias, me dediqué a trabajar principalmente con pandilleras, pero también con prostitutas y hasta con supervivientes del tráfico de mujeres – todas ellas víctimas de todo tipo de abusos físicos, psicológicos y sexuales. Los pandilleros, siempre inmersos en un entorno social de pérdida y trauma, de falta de oportunidades y de desesperanza – todos los cuales constituyen de las peores formas de violencia – viven una vida de brutalidad y de hostilidad constante, efectuadas tanto sobre sí mismos y como sobre los demás. Recuerdo a una niña de apenas trece años de edad que sufría de daño cerebral a consecuencia de una adicción a metanfetaminas desarrollada como escape mental a su horrible realidad: desde años su propia abuela la había puesto a prostituirse para mantener económicamente a sus hermanos. Recuerdo a otra paciente que lloraba desesperadamente conforme me describía su participación en la golpiza brutal y la violación de un miembro de una pandilla ajena. La joven me preguntó que por qué seguía experimentando los mismos sentimientos de dolor emocional cada vez que recordaba el suceso. Le expliqué, para comenzar, que el momento realmente preocupante sería cuando pudiera pensar en ello, recrearlo en su mente y no sentir nada. América, la cultura angloamericana, carece de consciencia moral: simplemente no siente – no siente remordimiento, no siente culpabilidad, no siente empatía. Ese es el problema de América puesto que esta insensibilidad cultural, a modo de una amnesia y anestesia colectiva, le permite reincidir una y otra vez en acto de inhumana barbarie tras otro y de acuerdo a sus propios intereses mercantiles sin consideración por el costo humano acareado – mero “daño colateral” – expresión militar americana que reduce la mortandad, la mutilación y la miseria de centenares de civiles a un mero neologismo.

América desde sus orígenes coloniales, ha sido insensible a la violencia, a la opresión y al sufrimiento que ha ocasionado y gracias a la cual ha prosperado, emergiendo económicamente, tecnológicamente y militarmente como una gran y poderosa nación. Pero también ha exportado esa violencia, esa opresión y ese sufrimiento a gran parte del mundo de acuerdo a sus intereses económicos y políticos – o al menos a los de sus transnacionales – y de acuerdo a ese poder militar y tecnológico, y lo ha hecho siguiendo lo que, al menos en partes de sus historia, ha creído estar de acuerdo a un visión como nación encomendada por providencia divina. América no siente nada precisamente por ser una nación construida y sostenida sobre el sufrimiento y la explotación ajena, encomendada en una misión divina (“In God We Trust” – “En Dios Confiamos”) que le consiente a cualquier costa imponer su voluntad – tanto dentro de sus fronteras como fuera de sus límites territoriales. América, como cualquier sociópata, para poder continuar psicológicamente obrando desde esa posición de privilegio narcisista e inmunidad moral necesita evitar experimentar cualquier sentimiento de culpabilidad o remordimiento apropiado a sus actos; precisa inexorablemente distanciarse de sentir, de empatizar, y por lo tanto requiere que continúe  distanciándose de su propia humanidad. He ahí uno de los ciclos perniciosos de los cuales es América Culpable.
Agentes de la Patrulla Fronteriza Americana, por ejemplo, habitualmente disparan contra y hasta matan a ciudadanos mexicanos que tratan de entrar ilegalmente en los EE.UU., aplicando de inmediato y sin consciencia una pena de muerte por un delito que, como máximo conllevaría simplemente varios meses de encarcelamiento.[2] Realmente no se puede reconciliar estos actos con cualquier noción de comportamiento racional, por no hablar de justicia, hasta primero reconciliarse con el inherente desprecio que los Estados Unidos como cultura siente hacia todas las razas no blancas – sólo entonces todo comienza a tener sentido. Una vez que se entiende este aspecto vital, fundamental y esencial de la inconsciencia moral de la cultura angloamericana se puede entender, y se puede dar sentido, a los acontecimientos históricos y sociales pertenecientes al “historial clínico” de la América anglosajona que leerán a lo largo de esta serie.
Uno de los muchos ejemplos recientes: El 26 de junio de 2011, James Craig Anderson, de 49 años de edad, fue asesinado en Jackson Mississippi por un grupo de jóvenes blancos que – aparentemente exclamando epítetos raciales y gritando "White Power" (“Poder Blanco”) –  primero lo golpearon, luego, tras entrar de nuevo en su camioneta, la retrocedieron y la condujeron deliberadamente por encima de él. El 21 de junio de 1964, 47 años antes – casi el mismo día y no muy lejos de esa misma ubicación – a 3 activistas de derechos civiles – James Chaney, un hombre negro de 21 años de edad de Meridian, Mississippi; a Andrew Goodman, un judío blanco, de 20 años de edad, estudiante antropología de Nueva York; y a Michael Schwerner, un judío blanco de 24 años de edad, miembro organizador del Congreso de Igualdad Racial (siglas “CORE” en inglés) y ex trabajador social también de Nueva York –  fueron todos linchados por un grupo de policías y miembros civiles de los Caballeros del Ku Klux Klan – organización terrorista de supremacía blanca. Durante la extensa búsqueda de los cuerpos encontraron los restos de al menos otros siete negros de Mississippi, “cuya desaparición en los últimos años no habían llamado la atención fuera de sus comunidades locales”.[3]
Las leyes pueden haber cambiado, pero la cultura y la sociedad no. Podría preguntarse cuál es la relación, por ejemplo entre el caso Overton v Dolansky en California y los asesinatos de Mississippi. La respuesta es que ambos son síntomas de una paralizante y fatal enfermedad social y cultural que reclama a su huésped con la misma seguridad con la que el cáncer del cerebro o el linfoma logra devastar un cuerpo humano. Lo siguiente es crítico para entender de que es América Culpable: El proceso deshumanizador de la esclavitud, de la discriminación racial, de la segregación de los afroamericanos, así como el del genocidio y el despojo de los nativos americanos han dejado a los Estados Unidos, y a todos los niveles de sus instituciones sociales, culturales, legales y gubernamentales, en la más miserable bancarrota moral, en un estado carente y privado de su humanidad más básica. Overton v Dolansky, al igual que los asesinatos en Mississippi, no son más que muestras del estado del tejido gangrenoso de ese país – esa es la forma en la que están íntimamente relacionados, y eso es exactamente de lo que este libro trata: hacer que esa relación, sus orígenes, sus causas, y sus efectos y consecuencias internacionales, queden claras y presentes en la conciencia del lector.
Los temas más controvertidos en la historia de un país son siempre los más importantes para su identidad nacional; son la piedra angular de su paradigma cultural. En el caso de los Estados Unidos de América esas cuestiones son muy claras: la brutal esclavitud y represión subsiguiente del africano, el genocidio de los nativos americanos (indígenas o amerindios), y el destierro del mexicano resultando en la apropiación ilegal de la mitad del territorio nacional de México por una parte y por otra su estatus de mano de obra indispensable y barata por ser “ilegal”.
Histórica, social, económica, jurídica, y, por supuesto, culturalmente esos temas centrales han tenido muchas manifestaciones, no solamente para la formación sociocultural del país, sino para las relaciones exteriores de los EE.UU., sobre todo con otras naciones de color, y en particular con toda América Latina. Se podría demostrar entonces que el patrón de relaciones que Anglo-América establece con los negros, los amerindios y los mexicanos, y las estrategias de dominio y explotación, desposesión y eliminación, o destierro y colonización – los tres con fines mercantilistas y con justificaciones providenciales (divinas) –  vienen a ser paradigmáticas para toda la política exterior americana hasta la fecha presente. En anticipación a futuro un examen más detallado, un breve resumen de la historia la población afroamericana en los EE.UU. nos puede servir para adentrarnos un poco en la naturaleza de este paradigma racialista-mercantilista-religioso que tanto caracteriza la cultura angloamericana.

ESTUDIO DE CASO: LA JURISPRUDENCIA DE LA ESCLAVIZACIÓN Y LA SEGREGACIÓN DEL AFROAMERICANO EN LA CORTE SUPREMA AMERICANA EN BREVE PERSPECTIVA HISTÓRICA
La primera importación legal de los esclavos africanos en 1619 inició una serie de acontecimientos humanos que dejarían cicatrices indelebles y vergonzosas en la faz de la sociedad estadounidense y en los anales y antecedentes de su jurisprudencia. La esclavitud ha creado un sistema de castas en la que una categoría de seres considerados subhumanos fue legalmente designada como la propiedad de otra categoría superior, y lo hizo en función estricta y exclusivamente de su herencia étnica y racial. Esta clasificación de discriminación legal por defecto ha creado, por necesidad, una desigualdad social, educativa, económica y cultural que continúa hasta nuestros días. Como resultado, no hay problema que haya generado más conflictos y controversias, ya sea social, económica, política o moral en toda la historia de los Estados Unidos que el tema de la raza.
Durante la Convención Constitucional de 1787, que comenzó el segundo lunes de mayo de ese año en Filadelfia, la esclavitud se vio legalmente ratificada por la Constitución en un movimiento político conocido como el “Gran Compromiso” incorporado políticamente con el fin de evitar que los estados esclavistas del sur de los EE.UU. descarrilaran por completo la empresa constitucional. A raíz del “Gran Compromiso” la esclavitud sería reconocida legalmente en tres disposiciones de la Constitución: 1) los esclavos serían contados conforme a la Constitución como tres quintas partes de una persona; 2) los Estados del norte se verían forzados, por ley, a devolver esclavos fugitivos; y 3) el Congreso no podía prohibir la mayor importación de esclavos antes de 1808. Así fue como se establecieron los vínculos históricos y jurídicos entre la política, la economía y el racismo en los Estados Unidos, cimentados en los mismos fundamentos constitucionales de esa nación.
A partir de este momento, la historia de los Estados Unidos demuestra que ningún tema ha cuestionado su honor e integridad tanto como el de la cuestión de la esclavitud y su legado: el racismo. Durante la Convención, George Mason (un delegado de Virginia) proféticamente hizo la siguiente advertencia:
“Cada dueño de esclavos nace un pequeño tirano. Traen el juicio del cielo sobre un País. Puesto que las naciones no pueden ser premiadas o castigadas en el otro mundo deben serlo en este. Por una cadena inevitable de causas y efectos la providencia castiga los pecados nacionales, mediante las calamidades nacionales.” George Mason, 22 de agosto de 1787[4]
Es relevante para el presente estudio tener en cuenta que la institución de la esclavitud no involucraba únicamente trabajos forzados bajo condiciones infrahumanas. Se trataba de una serie de procesos de humillación y deshumanización que se derivaban de la perspectiva de que el esclavo era menos que humano – de hecho, sólo tres quintas partes humano. Como tal, y siendo no más que un objeto de propiedad, el esclavo era sujeto a la degradación de ver a su esposa e hijas violadas por dueños blancos, y la disolución de su familia a través de la venta de sus hijos, en casi todos los casos con fines de lucro financiero. Además, e igualmente relevante para el argumento que nos ocupa para comprender el paralelo estratégico entre la esclavitud del africano y la neo-colonización en general, el esclavo se convirtió en un ser totalmente desposeído de su propia identidad, en parte mediante la privación forzada de su herencia étnica y lingüística. La pérdida de la lengua de origen se logra mediante la prohibición de los esclavos a una interacción con otras personas que hablasen su mismo idioma. Se temía que la comunicación entre individuos de la misma etnia les fuera a proporcionar la fortaleza interior, el sentido de comunidad y de destino común, junto con los medios indispensables para una coordinación activa que condujeran a una rebelión contra sus dueños. Por lo tanto la esclavitud, en su necesidad de crear una población desmoralizada y servil, demolió entre los negros tanto su identidad étnica y la lingüística, así como sus lazos familiares. En un nuevo esfuerzo para prevenir incidentes de la envergadura de la Rebelión de Stono del 9 de septiembre de 1739 (en la que decenas de esclavos alrededor de Charleston, Carolina del Sur se rebelaron y mataron a sus amos[5]) y la quema de plantaciones, se promulgaron leyes para evitar que los esclavos fuesen enseñados a leer o escribir –  promoviendo así el analfabetismo y la ignorancia general entre los esclavos como medida de su control, fomentando una cultura subordinada y servil y adaptada a las imposiciones de la cultura opresora. Desde entonces, la política oficial de todas las formas y manifestaciones del gobierno de los Estados Unidos ha sido la de negar o ignorar los derechos de los miembros de las minorías visibles a su herencia étnica y lingüística – otro tema central en el caso Overton v Dolansky. La esclavización del afroamericano es paradigmática de una buena parte del neocolonialismo americano, ese mismo neocolonialismo (o neo-imperialismo) aplicado por todo el mundo pero de forma más intensiva quizás en América Latina. Con la esclavización del Afroamericano la cultura Angloamericana acumula tremenda experiencia en el perfeccionamiento de diversas técnicas para la subyugación cultural de una etnicidad, en las tácticas psicológicas (incluyendo y especialmente las religiosas), económicas, legales, judiciales, sociales, etc., para convertir hombres libres – antes guerreros – en una casta cultural de seres humanos quebrados de ánimo, fracturados de mente, y esclavos de cuerpo y espíritu. 
La afirmación de esclavos – de seres humanos de raza negra –  como propiedad legal fue firmemente sostenida por varios dictámenes del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, como por ejemplo en el caso de El Antílope[6]. El Antílope era un barco de esclavos capturados por una patrulla naval de los EE.UU. frente a las costas de Georgia en 1825. El dueño de El Antílope había atacado barcos negreros españoles y portugueses y planificaba evitar el boicot de los EE.UU. sobre la importación de esclavos puesto en vigor por el Congreso en 1808. Como resultado, y en virtud de la ley estadounidense, los africanos en el barco de esclavos fueron liberados y debieron haber sido devueltos a África. No obstante, puesto que los gobiernos de España y Portugal presentaron demandas para la recuperación de sus bienes (o sea, los africanos) robados, El Antílope presentó “reclamaciones en los que los sagrados derechos de la libertad y la de los bienes entraron en conflicto mutuo.” La condición de los esclavos africanos como propiedad prevalecería sobre las pretensiones de la libertad como base de la opinión del Presidente del Tribunal Supremo John Marshall, el cual sostuvo que aunque “sea contraria a la ley de la naturaleza que difícilmente se pueda negar” los tribunales federales deben reconocer el derecho de otra nación de participar en el comercio de esclavos, incluso si las leyes de esa nación prohibieran tal comercialización. O sea, que los tribunales americanos deberían respetar el tráfico de esclavos en otros países, y por lo tanto la degradación de los africanos  a la condición de mera mercancía, incluso si el comercio de la esclavitud fuese ilegal en dichos países. El comercio, legal o ilegal, aunque fuese basado en el trato de seres humanos como mercancía, tendría que ser respetado por los EE.UU. de América. Vemos manifiesta aquí claramente la misma mentalidad tras las Guerras del Opio que sacrificaron la salubridad física y mental de docenas de millones de chinos a cambio de ganancias comerciales para el Imperio Británico. La opinión del Presidente del Tribunal de Justicia John Marshall en el caso de El Antílope termina con: "De ello se deduce, que un buque extranjero involucrado en el comercio de esclavos africanos, capturados en alta mar en tiempo de paz, por un crucero americano, y traído para su adjudicación, sería restaurada."[7]
Concluimos, por lo tanto, que es como resultado de la institución socioeconómica, política y legal de la esclavitud donde la jurisprudencia de los Estados Unidos aprendió a extender su tradición cultural mercantilista, heredada de Inglaterra, a la esfera personal de seres humanos, tratando a las personas como artículos de mercancía. Como veremos más adelante cuando discutamos Overton vs. Dolansky, es de esa misma tradición sociocultural de la esclavitud de donde los tribunales de familia americanos heredaron la práctica de adjudicar a los niños durante disputas custodiales como la propiedad personal del adulto con derechos de custodia primaria – usualmente la madre. Hay poca diferencia entre un tribunal que aprueba de facto la destrucción de los lazos de padre-hijo al autorizar el traslado de los hijos por el (supuesto) beneficio económico (por lo general) de la madre – sin hacerla plenamente y económicamente responsable para garantizar el mismo grado y frecuencia de contacto con el padre efectuado regularmente antes del traslado –  y la destrucción de esos mismos vínculos a través de la venta de niños con fines de lucro bajo la esclavitud. Dejando la severidad del aparte, el espíritu o la esencia de la cuestión es la misma: el lucro es valorado por encima de la familia y es concepto de la propiedad privada es extendida al ámbito de la humanidad. Los valores y principios de la política mercantilista están así de arraigados en la jurisprudencia americana. 
En 1842 otro caso se presentaría ante el Tribunal Supremo de los EE.UU. que de nuevo implicaría el secuestro de esclavos y la afirmación de los derechos de los propietarios de los mismos para recuperar sus bienes, por lo tanto afirmando la condición de ‘menos-que-humanos’ de los negros africanos. En el caso Prigg v Pennsylvania, ahora bajo la presidencia del Juez Taney, el Tribunal Supremo dictaminó que ningún estado podría promulgar leyes para obstaculizar a un dueño de esclavos el derecho de recuperar su propiedad legal, aunque la forma en que dicha propiedad fuera recuperada (secuestro en este caso), fuese ilegal en ese estado o incluso si la esclavitud no fuera legal en el mismo. Es decir, por una parte el dueño del esclavo podría violar cualquier ley estatal con el fin de – ahora legalmente – recuperar su propiedad, y por otra la condición del esclavo negro como mercancía se extendía incluso a los estados donde la esclavitud misma estuviese abolida o fuese ilegal.[8] 
En buena parte como resultado del dictamen en Prigg v Pennsylvania, en 1850 el Congreso aprobaría la Ley de Esclavos Fugitivos de 1850 como parte del Compromiso de 1850. Fue un intento de mantener unido al país haciendo concesiones a los estados esclavistas. Frederick Douglass, el ex-esclavo fugitivo convertido en escritor, orador y activista anti-esclavista, afirmaría que tal ley fue “diseñada para hacer al Norte cómplice de la esclavitud.” La nueva ley eliminaba el debido proceso legal (garantías procesales legales de acuerdo a la Constitución americana) para los negros acusados ​​de ser fugitivos y aumentaba la pena legal para todo aquel que fuera cómplice de aquellos que buscaban liberarse de la condición (legal pero inmoral) de una servidumbre forzada. “La ley también convertía en un crimen federal que cualquier ciudadano se negara a colaborar en la recaptura de un esclavo fugitivo... permitía a cualquier demandante de un fugitivo ponerle a él o a ella bajo su custodia sin una orden judicial, sin un juicio por jurado o una audiencia.” Como consecuencia, “muchos negros libres fueron secuestrados y vendidos como esclavos.”[9]
En efecto, lo que la Ley de Esclavos Fugitivos de 1850 lograría fue contribuir a la formación de una sociedad en la cual la persecución inhumana de negros se convirtiera en un imperativo legal, así como en una institución cultural. No tenemos que preguntarnos por qué esos jóvenes blancos en Mississippi, el 26 de junio 2011 de repente decidieron “meterse con unos negros” – actitud y conducta que ocasionó la muerte brutal de James Craig Anderson[10] – cuando la persecución (inmoral pero legalmente obligatoria) de los negros ha sido una institución social impuesta por la ley y manifiesta a lo largo de la historia y cultura angloamericana.
Tal vez la más decisión polémica del Tribunal Supremo de los Estados Unidos de América en relación a la política y la economía de la raza – el racialismo – ha sido el dictamen en el caso de Dred Scott v Sandford de 1857. Conocido simplemente como “el caso Dred Scott”, el dictamen en Scott v Sandford sería una decisión que dejaría una mancha indeleble en la legitimidad del Tribunal Supremo y en su capacidad imparcial de impartir justicia en cuestiones raciales; sería una decisión que mancharía la historia de los Estados Unidos, la premisa ideológica de la “libertad y la justicia para todos” y fue una decisión que sería considerada como una causa indirecta de la Guerra Civil Americana. La decisión tal polémica en Scott v Sandford fue el afirmar que ningún individuo de raza negra, libre o no, era un ciudadano de los Estados Unidos y por lo tanto no tenía derecho a la protecciones legales otorgadas a ciudadanos y garantizadas bajo la Constitución del país. El Juez Taney, presidente de Tribunal Supremo y que leería el dictamen, hizo hincapié particular en que los negros eran “seres de orden inferior” sin “ningún derecho que el hombre blanco estuviera obligado a respetar”.[11] En el caso de Dred Scott, la opinión mayoritaria del Tribunal fue que, debido a que Scott era negro no era un ciudadano y por lo tanto no tenía derecho a hacer una demanda de cualquier tipo. Scott había demandado a su dueño para conseguir su libertad puesto que habían vivido por un tiempo en estados y territorios donde la esclavitud había sido prohibida.
Los redactores de la Constitución”, escribió el Presidente de Justicia Taney, creían que los negros no tenían ningún derecho que el hombre blanco estuviera obligado a respetar, y que el negro podría, justa y legítimamente, ser reducido a la esclavitud para su beneficio [del blanco]. [El negro] era comprado y vendido y tratado como cualquier artículo ordinario de mercancía y de comercio, donde fuera que se pudiera obtener una ganancia por ello – énfasis añadido. En referencia al lenguaje en la Declaración de Independencia que incluye la frase “todos los hombres son creados iguales”, el Juez Taney razonó que “queda demasiado claro como para ser debatido, que no se pretendía incluir a los africanos esclavizados, y no formaban parte de las personas que encuadraron y que aprobaron esta declaración...”[12]
El dictamen racista del Tribunal Supremo presidido por el Juez Taney sería uno que se refleja claramente y en repetidas ocasiones en las conclusiones y resoluciones de los jueces de la Corte de Familia con los que me he enfrentado en Overton v Dolansky hasta la fecha, así como aquellos  jueces del Tribunal de Apelaciones que ratificaron los dictámenes y las sentencias de los jueces antedichos, y del Tribunal Supremo de California que se ha negado en considerar mi caso. Se ha reflejado claramente, y en repetidas ocasiones, en la absolución de los policías involucrados en el caso de Rodney King de 1992 en Simi Valley California donde numerosos policías fueron grabados por video impartiendo una golpiza brutal a un hombre de color derrumbado en el pavimento y seminconsciente, imágenes que circularon por todo el mundo y que aún se encuentran disponibles en la internet[13] y en Youtube.com[14]. El dictamen, incomprensible si no conocen la historia y la cultura angloamericana, dejó a centenares de millones – si no es que a miles de millones – de ciudadanos de todos los países del mundo haciéndose la misma pregunta: “¿Con toda la evidencia disponible, cómo es posible que doce miembros de un jurado no condenaran siquiera a uno de los policías por sus actos de brutalidad?” 
El dictamen del Tribunal Supremo presidido por el Juez Taney es uno que ha sido repetido con demasiada frecuencia a lo largo de la historia jurídica americana y ha resultado socialmente en los gritos de desesperación de un pueblo reprimido y frustrado a lo largo de siglos y durante numerosos disturbios raciales históricos como aquellos de Los Ángeles motivados por la falla del jurado en el caso de Rodney King en 1992; los disturbios de Watts de 1965 durante mi infancia; los disturbios raciales de Wilmington, Carolina del Norte (1898); los disturbios raciales de Atlanta, Georgia (1906); los disturbios raciales de Springfield, Illinois (1908); los disturbios raciales de East St. Louis, Illinois (1917); los disturbios raciales de Chicago, Illinois (1919); los disturbios raciales de Tulsa, Oklahoma (1921); los disturbios raciales de Harlem, Nueva York (1935); los disturbios raciales de nuevo en Harlem, en Detroit, Michigan, y en Los Ángeles (el famoso disturbio principalmente latino de los “Zoot Suit”) (1943); los disturbios raciales de  los disturbios raciales de nuevo en Detroit y de las ciudades de Newark y de Plainfield en Nueva Jersey (1967); los disturbios raciales en protesta al asesinato de Martin Lutero King, Jr., que irrumpieron en numerosas ciudades del país, incluyendo Washington, D.C., Baltimore, Louisville, Kansas City, y Chicago (1968); los disturbios raciales de Miami, Florida (1980); los de disturbios raciales de Crown Heights, Nueva York (1981); los disturbios raciales Cincinnati, Ohio (2001); los de disturbios raciales recientes de Oakland, California por el asesinato de Oscar Grant (2009);  y muchos, muchos otros, todos ellos motivados por la incontenible frustración e indignación de la injusticia institucional de la cultura angloamericana.
El dictamen racista del Tribunal Supremo presidido por el Juez Taney se refleja también en la opinión que la demandada blanca (Dolansky) ostentaba cuando afirmó claramente – y descaradamente – que la parcialidad de la corte de familia a su favor en su Apertura Breve ante el Tribunal de Apelaciones era comprensible y lógica:
“Pero, dicho simplemente, sin lugar a dudas, el tribunal aceptó el testimonio de la declaración de la demandada [la Sra. Dolansky] sobre la del apelante [el Sr. Overton]. Y eso no debería ser sorprendente, ya que el tribunal no podía conciliar la evidencia de uno de los padres con la del otro.”[Página 15 del escrito inicial de la Demandada].
La naturalidad con la que le demandada resume y afirma la parcialidad de la corte a su favor es el resultado del continuado prejuicio inherente en el sistema jurídico americano. Cualquier tribunal debería estremecerse ante la manera en la que una jueza (de raza blanca) presentada con información contradictoria que ella “no podía conciliar” decide inequívocamente dictaminar a favor de uno de los litigantes (la mujer blanca) y en contra de otro (el hombre de “color” – hispano-afro-indio americano) sin ni siquiera dar la más mínima atención o consideración, de acuerdo al debido proceso legal, a las pruebas materiales a su disposición para “conciliar la evidencia” y salir de cualquier duda al respecto –  cualquier tribunal, claro está, salvo uno dominado por la opinión racista del Juez Taney, como ex-Presidente del Tribunal Supremo donde un negro no tiene cualquier derecho que un blanco tuviera la obligación de reconocer.
En el caso Dred Scott, el Juez Taney también dictaminó que el Congreso no tenía derecho a prohibir la esclavitud en los territorios de los EE.UU. donde aún no estuviera establecido, lo cual tuvo el efecto de dejar a los negros sin esperanza de retar su condición de esclavitud legal tanto en los tribunales estatales como en los federales. La opinión de Taney había logrado nacionalizar la esclavitud, primero al afirmar los derechos de los propietarios blancos de esclavos negros en traer consigo su propiedad (sub-)humana a los estados libres y hacerlo sin temor a arriesgar la pérdida de su propiedad, y luego al permitir que los territorios en expansión pudiesen solicitar el estatus de Estado integrando la esclavitud en sus Constituciones.[15]
Incluso antes de la decisión de Dred Scott, Ezequías Ford Douglass, un afroamericano libre de Nueva Orleans, expresa sus sentimientos con respecto a lo que significa ser negro en América en su largo discurso en Cleveland, Ohio, del 27 de agosto de 1854 hizo los siguientes comentarios como parte de su alocución anti-emigratoria:
Cuando me acuerdo de los muchos males que han sido infligidas a mi desafortunada raza, apenas puedo comprender el hecho de que este sea mi país. No lo debo ninguna lealtad porque se niega a protegerme. Es una máxima de los gobiernos, “Cada individuo debe lealtad en proporción a la protección otorgada”. Cuando recuerdo que desde Maine hasta Georgia, desde las olas del Atlántico hasta la costa del Pacífico, soy un extranjero y un paria, sin la protección de la ley, proscrito y perseguido por el prejuicio cruel, estoy dispuesto a olvidar el afectuoso nombre de patria y hogar, y buscar en exilio forzado en otras costas la libertad que se me ha negado en la tierra de mi nacimiento.[16]

            Dos años antes de esta reflexión pública, otro afroamericano de apellido también Douglass – pero sin relación al anterior – daría un discurso muy significativo el 04 de julio 1852.  Se trataría del célebre Frederick Douglass (nacido en 1817 en Maryland, muerto en 1895), el líder afroamericano más conocido y más influyente del siglo XIX. A pesar de nacer esclavo, Frederick Douglass logró escaparse en 1838 al norte,  llegando al estado libre de Massachusetts donde trabajó como obrero. En 1841, asistió a una convención de la Sociedad Antiesclavista de Massachusetts y rápidamente llamó la atención de sus miembros para convertirse en un hombre destacado en el movimiento antiesclavista de Nueva Inglaterra. En 1845, Douglass publicó su autobiografía, ‘La narrativa de la vida de Frederick Douglass: un esclavo americano’. Al dar a conocer que era un esclavo fugitivo tuvo miedo de que le capturaran y huyó a Gran Bretaña donde permaneció durante dos años, dando conferencias en apoyo del movimiento antiesclavista americano. Con la ayuda de unos cuáqueros ingleses, Douglass logró conseguir bastante dinero para comprar su propia libertad y en 1847 regresó a los Estados Unidos como hombre libre, estableciéndose en Rochester, Nueva York. Ahí publicó un periódico abolicionista ‘The North Star’, y  dirigió el “ferrocarril subterráneo” local. El “ferrocarril subterráneo” era un movimiento de contrabando de esclavos fugitivos desde los estados sureños de los Estados Unidos hasta el Canadá. Frederick Douglass también trabajó para poner fin a la segregación racial en las escuelas públicas de Rochester.
En 1852, los ciudadanos blancos más destacados de Rochester pidieron a Douglass que diera un discurso como parte de sus celebraciones del cuatro de Julio. Douglass aceptó la invitación, pero en vez de dar un discurso de celebración, Douglass pronunció un duro ataque a la hipocresía de un país celebrando la libertad y la independencia con discursos, desfiles y lugares comunes, mientras que, dentro de sus fronteras, mantenía a casi cuatro millones de seres humanos como esclavos. Veamos entonces una buena parte del discurso de Fredrick Douglass en dónde expresa, hace más de siglo y medio, de qué es América Culpable:
"El significado del 4 de Julio para el Negro"
Conciudadanos, discúlpenme, y permítanme preguntar, ¿por qué estoy convocado para hablar aquí hoy? ¿Qué tengo yo o los que yo represento que ver con su independencia nacional? ¿Acaso los grandes principios de la libertad política y de la justicia natural, plasmadas en la Declaración de la Independencia, se aplican a mí? ¿He sido, por lo tanto, convocado a llevar nuestra humilde ofrenda al altar nacional, a confesar los beneficios, y a expresar mi gratitud por las bendiciones que se derivan de nuestra independencia?
Quiera Dios, tanto por ustedes como para nosotros, que pudiera dar yo una verdadera respuesta afirmativa a estas preguntas. Entonces, mi tarea sería leve, y mi carga fácil y deliciosa. Porque ¿quién es tan frío que la simpatía de una nación no podía animar? ¿Quién existe tan obstinado y tan muerto a las pretensiones de gratitud, que agradecidamente no podría reconocer aquellos beneficios tan invaluables? ¿Quién es tan estólido y tan egoísta que no quisiera dar su voz a engrosar las aleluyas de una nación, cuando las cadenas de la servidumbre habían sido arrancadas de sus miembros? Yo no soy ese hombre. En un caso así, el mudo debería poder hablar elocuentemente, y el "cojo saltar como un ciervo".
Pero éste no es el estado del caso. Lo digo con un sentimiento triste de disparidad entre nosotros. ¡Yo no estoy incluido dentro de los límites de este glorioso aniversario! Su alta independencia sólo revela la distancia inconmensurable entre nosotros. Las bendiciones en el que hoy se regocijan no están disfrutadas en común. La rica herencia de justicia, de libertad, de prosperidad y de independencia legadas por sus antepasados es compartida por ustedes, no por mí. La luz del sol que les ha traído vida y curación me ha traído rayas y muerte a mí. El cuatro de julio es suyo, no es mío. Usted puede regocijarse, yo debo condoler. Arrastrar a un hombre en grilletes al gran templo iluminado de la libertad, y luego solicitarle que participe en himnos alegres, sería burla inhumana y sacrílega ironía. ¿Es su intención, ciudadanos, burlarse de mí, al pedirme que hable aquí hoy? Si es así, hay un paralelo a su conducta. Y les advierto, que es peligroso copiar el ejemplo de una nación (Babilonia), cuyos crímenes, que se elevan hasta el cielo, fueron arrojados por el soplo del Omnipotente, enterrando a esa nación en ruinas irrecuperables.
Conciudadanos, por encima de su alegría nacional, tumultuosa, oigo los el gemido lúgubres de millones, cuyas cadenas, ayer pesadas y difíciles, hoy se hacen más intolerables por los gritos de júbilo que les llegan. ¡Si me olvido, si no me acuerdo de esos niños sangrientos de desolación el día de hoy, "que mi mano derecha olvide su destreza, y que mi lengua se pegue a mi paladar!"
Olvidarles, pasar suavemente sobre sus injusticias y regocijar con el tema popular sería una traición de la más escandalosa y chocante, y me haría a mí un reproche ante Dios y el mundo.
Mi tema, pues, conciudadanos, es "la Esclavitud Americana". Voy a ver el día de hoy y sus características populares desde el punto de vista de esclavo. De pie aquí, identificado con el esclavo americano, compartiendo sus males, no dudo en declarar, con toda mi alma, que el carácter y la conducta de esta nación nunca se veía ha visto más negra para mí que en este Cuatro de Julio.
Ya sea si pasamos a las declaraciones del pasado, o a las profesiones de la actualidad, la conducta de la nación parece igualmente horrible y repugnante. Estados Unidos es falso al pasado, falso al presente, y solemnemente se compromete a ser falso al futuro. De pie, junto con Dios y junto con el esclavo aplastado y ensangrentado, en esta ocasión, yo, en nombre de la humanidad, que está indignada, en nombre de la libertad, que está encadenada, en nombre de la Constitución y de la Biblia, que son descontadas y pisoteadas, me atrevo a cuestionar y a denunciar, con toda la severidad que puedo comandar, todo lo que sirva para perpetuar la esclavitud - ¡el gran pecado y la vergüenza de América! "No voy ser ambiguo - No lo voy a disculpar". Voy a utilizar el lenguaje más severo que puede lograr, y sin embargo ni una sola palabra se me escapará que cualquier hombre, cuyo juicio no está cegado por el prejuicio, o que no sea en su corazón un dueño de esclavos, no confesaría como correcto y justo.
Pero me imagino oír a algunos de mis oyentes decir que es precisamente en esta circunstancia que tú y tus hermanos abolicionistas no logran hacer una impresión favorable en la opinión pública. Si discutieras más y denunciaras menos, si convencieras más y reprendieras menos, tu causa sería mucho más probable que tenga éxito. Pero, propongo, donde todo está claro no hay nada que discutir. ¿Qué punto en el credo anti-esclavista quieren que discuta? ¿En qué rama de esa asignatura precisan que la gente de este país les ilumine? ¿Debo esforzarme en demostrar que un esclavo es un hombre? Ese punto está concedido ya. Nadie lo duda. Los propios esclavistas lo reconocen en la promulgación de las leyes para su gobierno. Lo reconocen cuando castigan la desobediencia por parte del esclavo. Hay setenta y dos delitos en el Estado de Virginia, los cuales, si cometidos por un hombre negro (no importa cuán ignorante que sea), es sometido a la pena de muerte; mientras que sólo dos de estos mismos delitos someterá a un hombre blanco al mismo castigo.
¿Qué es esto sino el reconocimiento de que un esclavo es un ser moral, intelectual y responsable? La humanidad del esclavo se concedió. Es admitida por el hecho de que los libros de los estatutos del sur están llenas de decretos, prohibiendo, bajo severas multas y sanciones, la enseñanza del esclavo a leer y escribir. Cuando se pueda apuntar a cualquier ley de este tipo en referencia a las bestias del campo, entonces pudiera consentir a discutir la humanidad de la esclavitud. ¡Cuando los perros en sus calles, cuando las que las aves del cielo, cuando el ganado de sus cerros, cuando los peces del mar, y los reptiles que se arrastran, serán incapaces de distinguir el esclavo de un bruto, entonces discutiré con usted si un esclavo es un hombre!
Por el momento es suficiente afirmar la humanidad igualitaria de la raza negra. ¿No es sorprendente que, mientras que estamos arando, sembrando y cosechando, utilizando todo tipo de herramientas mecánicas, erigiendo casas, levantando puentes, construyendo barcos, trabajando los metales de bronce, hierro, cobre, plata y oro; que mientras estamos leyendo, escribiendo, y cifrando, en calidad de empleados, comerciantes, y secretarios, teniendo entre nosotros abogados, médicos, ministros, poetas, escritores, editores, oradores y maestros; que nos dedicamos a todas las empresas comunes a otros hombres - - excavación de oro en California, la captura de ballenas en el Pacífico, la alimentación de ganado ovino y vacuno en la ladera, viviendo, moviendo, actuando, pensando, planificando, viviendo en familias como esposos, esposas e hijos, y sobre todo, confesando y adorando al Dios cristiano, y mirando con optimismo a la vida y a la inmortalidad del más allá de la tumba –  estamos llamados a demostrar que somos hombres?
¿Quieren que afirme que el hombre tiene derecho a la libertad? ¿Que él es el verdadero dueño de su propio cuerpo? Ustedes ya lo han declarado. ¿Debo argumentar la injusticia de la esclavitud? ¿Es esa una pregunta para republicanos? ¿Es para ser resuelto por las reglas de la lógica y de la argumentación, como una cuestión plagado de grandes dificultades, que implique la aplicación dudosa del principio de la justicia, difícil de entender? ¿Cómo debo mirar hoy con la presencia de los estadounidenses, dividiendo y subdividiendo un discurso, para demostrar que los hombres tienen un derecho natural a la libertad, hablando de ello relativamente y positivamente, negativamente y afirmativamente? Hacerlo sería dejarme en ridículo, y ofrecer un insulto a su comprensión. No hay un hombre bajo el dosel de los cielos que no sabe que la esclavitud es mala para él.
¡Qué! ¿Debo discutir que no es correcto hacer brutos de los hombres, robarles de su libertad, trabajarles sin salario, mantenerlos ignorantes de sus relaciones con sus semejantes, golpearles con palos, desollar su carne con el látigo, cargar sus extremidades con hierros, cazarles con perros, venderlos en subasta, repartir sus familias, noquearles sus dientes, quemarles su carne, hacerles morir de hambre para que sean obedientes y sumisos a sus amos? ¿Debo argumentar que un sistema así marcado con sangre y manchado con la contaminación está mal? No - No lo haré. Tengo cosas mejores que hacer con mi tiempo y mis fuerzas que eso argumentos implicarían.
Entonces, ¿qué queda por explicar? ¿Que la esclavitud no es divina; que Dios no la estableció; que nuestros médicos de divinidad se equivocan? Hay blasfemia en la idea. Lo que es inhumano no puede ser divino. ¿Quién puede razonar sobre tal propuesta? Los que pueden, pueden – Yo no puedo. El tiempo para tal argumento ha pasado.
En un momento como este, la ironía abrasadora, no el argumento convincente, es necesaria. ¡Oh! Si tuviera yo la habilidad, si yo pudiera llegar a los oídos de la nación, derramaría un río de fuego de burla mordaz, explosivo reproche, sarcasmo marchito y severa reprimenda. Porque no es la luz lo que se precisa, sino el fuego; no es la ducha suave, sino el trueno. Necesitamos la tormenta, el torbellino, y el terremoto. El sentimiento de la nación debe ser acelerado, la conciencia de la nación debe ser despertada, y el decoro de la nación debe ser sorprendido, la hipocresía de la nación debe ser expuesta, y sus crímenes contra Dios y contra el hombre deben ser denunciados.
¿Qué es para el esclavo americano el cuatro de julio? Yo respondo, es un día que le revela más que todos los demás días del año, la injusticia y la crueldad de la que es víctima constante. Para él, su celebración es una farsa; su libertad presuntuosa una licencia impía; su grandeza nacional, la vanidad presumida; sus sonidos de regocijo son vacías y despiadadas; sus gritos de libertad e igualdad, hueca burla; sus oraciones e himnos, sus sermones y acciones de gracias, con todo su desfile religioso y solemnidad, son para él una mera ampulosidad, un fraude, un engaño, un desacato y una hipocresía – un fino velo para encubrir los crímenes que deshonraría a una nación de salvajes. No hay una nación de la tierra tan culpable de las prácticas más escandalosos y más sangrientos que lo son el pueblo de estos Estados Unidos en este mismo momento.
Vayan y busquen donde quieran, vaguen por todas las monarquías y despotismos del Viejo Mundo, viajen por América del Sur, buscar cada uno de los abusos y cuando hayan encontrado el último, pongan sus hechos al lado de las prácticas cotidianas de esta nación, y dirán conmigo que, en cuanto a la barbarie repugnante e hipocresía desvergonzada, los Estados Unidos reina sin rival.[17]
Redactado en 1852, la frase critica del discurso de Fredrick Douglass – “en cuanto a la barbarie repugnante e hipocresía desvergonzada, los Estados Unidos reina sin rival” – merece repetirse. El que conoce su historia, su actualidad, sabe que nada ha cambiado puesto que no se tratan de incidentes aislados instigados por circunstancias o meras políticas oportunistas del gobierno u otras instituciones sino de la historia cultural de los EE.UU. misma: la cara oculta de América se ve claramente reflejada en la historia de tantas manifestaciones de “barbarie repugnante e hipocresía desvergonzada”. 

El dictamen en el caso de Dred Scott se convirtió en un tema central a la política estadounidense entre los años 1857 y 1861.[18] Es un ejemplo claro e indiscutible de cómo las decisiones jurídicas pueden tener un tremendo impacto social en el país y por qué, en particular, los dictámenes de una Corte Suprema de Justicia no pueden de ninguna manera razonable y consciente considerarse independientes del contexto social e histórico en el que tienen lugar. La disposición del caso Dred Scott no sólo tuvo el efecto de establecer bases legales para perpetuar la esclavitud, sino que también resultó ser tremendamente instrumental a la hora de provocar la Guerra Civil americana[19], un enfrentamiento brutal en el suelo americano en el que se perdieron 600.000 vidas estadounidenses. El caso Dred Scott es también un ejemplo claro y real de cómo la jurisprudencia estadounidense, cuando se trata de asuntos raciales, ha establecido un patrón inequívoco de tomar decisiones miopes (o deliberadamente maliciosas) pero con implicaciones sociales a largo plazo que establecen una separación clara entre la ley y el orden por una parte y la moralidad y la justicia por otra. Es decir, si existe algún país en el cual la distinción entre la ley y la justicia, y entre el orden y la moralidad queda obvia – para el observador objetivo e imparcial, claro está – los Estados de Unidos de América es ese tal país. 
Aunque el caso Dred Scott y su relación con la esclavitud fueron los principales puntos de enfoque de los siete debates presidenciales entre Abraham Lincoln y su rival el senador Douglas durante la campaña electoral de 1860, es importante tener en cuenta que la cuestión de la abolición de la esclavitud no implicaba ni mucho menos la igualdad entre las razas; ese es un punto que necesita ser comprendido y que el propio Abraham Lincoln dejó muy claro en el año 1858:
Entonces diré que no soy, ni nunca he estado a favor de fomentar de ninguna manera la igualdad social y política entre las razas blanca y negro, [aplausos] --- que yo no soy ni nunca he estado a favor de hacer votantes o miembros de jurado a los negros, ni de calificarlos para que puedan ejercer cargos políticos, ni que se casen con personas de raza blanca, y he de decir, además de esto que hay una diferencia física entre las razas blanca y negra que creo que siempre prohibirá que las dos razas vivan juntas en términos de igualdad social y política. Y en la medida en que no puedan vivir de tal manera, mientras que permanezcan juntas debe haber una posición de superior e inferior, y yo, tanto como cualquier otro hombre [blanco] estoy a favor de tener la posición superior asignada a la raza blanca ... con toda franqueza que soy no en favor de la ciudadanía del negro.[20]
Por lo tanto, el futuro presidente de los Estados Unidos, el que sería responsable de la Proclamación de Emancipación del 1 de enero 1863 y el que criticaría vehementemente el fallo de la Corte Suprema bajo el Juez Taney en el caso Dred Scott, estaba de hecho totalmente de acuerdo con la opinión del Presidente del Tribunal Supremo en relación a denegarles a los negros los plenos derechos de ciudadanía: ni siquiera para Lincoln eran los negros iguales a los blancos. Estar en contra de la esclavitud y a favor de la igualdad eran dos cosas rotundamente diferentes. Asimismo, fue solamente el temor a que la extensión de la esclavitud a los Territorios (aquellas zonas aún no anexadas oficialmente al gobierno federal de los EE.UU.) pudiera desgarrar la Unión federal lo que distinguía Lincoln de su rival el senador Douglas, el otro candidato a la presidencia de los EE.UU. durante las elecciones de 1860.
Hay otras dimensiones de acuerdo a las cuales tienen que interpretarse el caso Dred Scott. De manera similar a la que los judíos fueron víctimas de una campaña de deshumanización en la Alemania de Hitler, los negros fueron deshumanizados por medio de argumentos, incluso religiosos y biológicos, con el fin de razonar los horrores inhumanos de la esclavitud: los seres humanos no pueden efectuar este tipo de tratamientos a otros seres humanos, no sin anteriormente reducirlos a la categoría de subhumanos. La decisión de la Corte Suprema en Dred Scott, es un reflejo de un veneno tan profundamente arraigado en la cultura americana que ha privado a millones de personas en de las promesas garantizadas bajo la Declaración de Independencia a todo ciudadano de “Vida, Libertad y la búsqueda de la Felicidad” hasta la fecha actual. Es importante reconocer el papel que el tribunal más alto del país, el Tribunal Supremo, ha jugado en este proceso, porque no sólo se convirtió todos esos prejuicios deshumanizantes en la ley oficial del estado, sino que también establecería la equivalencia legal –  por primera vez en la historia – entre la condición de esclavitud y una raza particular de seres humanos.
Desde los tiempos de Dred Scott, y durante más de un siglo siguiente la experiencia del negro o afroamericano en América ha estado dominada por una lucha por la igualdad de derechos y por las libertades prometidas a todos los seres humanos y ciudadanos americanos bajo la Constitución de los Estados Unidos. Durante la primera década de ese largo siglo el progreso fue inhibido por sucesivas decisiones del Tribunal Supremo, en un proceso durante el cual el Congreso otorgaba y el Tribunal Supremo denegaba:
El Congreso otorga
v  El 31 de enero de 1865: El Congreso aprueba la 13ª Enmienda a la Constitución, que aboliría la esclavitud; es ratificada por los Estados en diciembre de 1865.

v  El 9 de julio del 1868: El Congreso aprueba una fuerte ley de derechos civiles en 1868 y promulga la 14ª Enmienda de la Constitución que otorga la ciudadanía plena a todas las personas nacidas en los Estados Unidos o naturalizados –  excepto a los nativos (o amerindios) americanos –  revirtiendo así la decisión de la Corte Suprema en virtud del caso Dred Scott. La 14ª enmienda hace algunas disposiciones clave que darían a la Corte Suprema la facultad de hacer cumplir y proteger los derechos de los negros:
o   Ningún Estado podría recortar “los privilegios e inmunidades de los ciudadanos”.
o   Los Estados no pueden “privar a cualquier persona de la vida, libertad o propiedad sin el debido proceso de la ley”.
o   Los Estados no pueden negar a cualquier persona “igualdad de protección de las leyes”.

v  El 3 de febrero 1870: La 15ª Enmienda a la Constitución es ratificada, garantizando a todos los ciudadanos varones adultos el derecho al voto. Supuestamente los derechos “no podían ser ni denegadas ni abrogadas... por motivos de raza, color o previa condición de servidumbre”.

v  1870-1871: El Congreso promulga los Actos de Aplicación destinados a ayudar a los afroamericanos a lograr sus derechos legales en virtud de las enmiendas 14ª y 15ª de la Constitución  y otorgando al Presidente el derecho a usar la fuerza, si fuera necesaria, en la protección de esos derechos.

v  El 1 de marzo de 1875: El Congreso aprueba la Ley de Derechos Civiles de 1875, que prohíbe la discriminación racial en lugares públicos tales como restaurantes y hoteles.
Es necesario comprender estas enmiendas a la Constitución por parte del Congreso de los EE.UU. en términos de la política de la época y no a través de los lentes anacrónicos de nuestros tiempos. Lectores familiarizados con la política racista, conservadora, anti-inmigratoria del partido Republicano americano de nuestra época se sorprenderá al saber que en el siglo XIX precisamente el partido del Presidente Lincoln y que los Demócratas eran los racistas y conservadores; es decir, los roles han sido revertidos con el tiempo. Aunque es cierto que dentro del partido Republicano de entonces existían elementos dedicados a la visión de una América igualitaria para negros y blancos, en buena parte la conceder sufragio electoral al negro era una estrategia política para ganar el voto de millones de electores. Culturalmente la inmensa mayoría de la América blanca, angloamericana, estaba muy lejos de querer una integración plena al afroamericano.

El Tribunal Supremo deniega
Los efectos de la Corte Suprema a favor del racismo institucionalizado y en contra de cualquier igualdad para la minoría afroamericana comienza a partir de dos decisiones importantes que prácticamente paralizaron la obtención de los derechos civiles para los negros en la Corte Suprema durante más de un siglo – y como es lógico de esperar, ambos hicieron uso del argumento del Juez Taney, ex-Presidente de la Corte Suprema en el caso Dred Scott:
v  1873: El caso “Slaughterhouse”. La Corte Suprema hace un importante dictamen en el caso de la 14ª Enmienda, utilizando un argumento formulado por el ex-presidente de la Corte Suprema Taney sobre la distinción entre “estatal” y “federal” y también el establecimiento de la llamada doctrina de “acción estatal” en la que sólo las acciones del estado mismo (como ente y las acciones de individuos) podrían ser procesados bajo la 14ª Enmienda. La Corte Suprema dictamina que 14ª Enmienda sólo protege los derechos garantizados por la ciudadanía “federal”, pero no por la “estatal”.

v  1875: Cruikshank versus los Estados Unidos. Utilizando el caso anterior como precedente, la Corte Suprema revocó las condenas de varios blancos que tuvieron lugar en la mayor masacre de negros en la historia de EE.UU., afirmando que sus acciones no habían sido el resultado de la “acción estatal” y por lo tanto no estaban sujetos a la 14ª Enmienda de la Constitución.
La Corte Suprema luego continuaría con una serie de decisiones racistas que abrieron el camino para el apoyo y para las leyes segregacionistas de “Jim Crow” – “separados pero iguales” – que estarían en vigor durante casi un siglo hasta el caso en 1954 de Brown versus la Junta de Educación.
v  1876: En Estados Unidos v Reese la Corte Suprema dictamina que la 15ª Enmienda no garantiza los negros el derecho al voto.

v  1878: En Hall versus Decuir la Corte Suprema dictamina que los estados no pueden prohibir la segregación en el transporte público interestatal.

v  1883: La Corte Suprema dictamina que ciertos aspectos de los Actos de Aplicación de las leyes de 1870 a 1871 son inconstitucionales. El tribunal sostiene que los estados y no los individuos están obligados constitucionalmente a respetar los derechos de los negros.

v  1890. En Louisville, Nueva Orleans y Texas Railway Company v. Mississippi, la Corte Suprema dictamina que los estados pueden permitir la segregación en el transporte público.

v  El 12 de mayo 1896: En Plessy v. Ferguson, la sentencia de la Corte Suprema establece la política de “separados pero iguales”. El Juez John Harlan, la única voz disidente, equipara la decisión de Plessy v. Ferguson con la del caso Dred Scott de 1857, con la predicción de que resultaría en un odio racial que duraría generaciones: tenía razón. Así como el ser judío en la Alemania nazi, el caso Plessy estableció la “regla de una gota” con respecto a ser negro, es decir, si uno tenía un solo antepasado identificable negro entonces se le consideraría legalmente Negro, sin importar el color de su piel o la apariencia de sus características físicas. Según esta regla, y puesto que mi padre es claramente identificable como negro, yo por lo tanto, también soy legalmente negro en los Estados Unidos de América. Mis hijos Alex y Julia, ambos con un padre y un abuelo – mi padre – negro, serían considerados por cualquier criterio jurídico y sin importar el color de su piel, de sus ojos, o de su cabello, como negros. A partir de Plessy v. Ferguson, ser negro en América se convirtió en cuestión de casta legal, no de apariencia racial.

v  1900. La Corte Suprema confirma la segregación en vagones de ferrocarril, incluso si el viaje es entre estados en los que la segregación es ilegal.

Entre el año 1900 y el dictamen de Brown versus la Junta de Educación de 1954, un pueblo desesperadamente privado se vería involucrado en una épica batalla por su dignidad, autoestima y libertad; una batalla en la que los grilletes de su opresión y alienación estaban firmemente ancladas por las sentencias racistas del sistema injusto de la Corte Suprema. Muchas personas blancas, todavía apegadas al legado de la desigualdad y a la noción de que un hombre negro “ningún derecho que el hombre blanco estuviera obligado a respetar”, a menudo caracterizan aquellos de nosotros que se niegan a aceptar las cadenas de la injusticia racial como “negros engreídos”, un término aplicado a
un negro que ha sido reprendido o perseguido por expresar su descontento con o su rechazo de un tratamiento por inferior de sí mismo o de otras personas de raza negra. El término era muy popular entre los dueños de esclavos, que a menudo lo utilizaban para referirse a los negros que eran rebeldes o, en otras palabras, a los negros que requerían y exigían respeto, trato justo y consideración. En su día, Frederick Douglass fue considerado un “negro engreído” porque él nunca trató de asimilar a la forma en blanco de la vida. Douglass nunca pidió ni rogó respeto – lo exigía.[21]
La cuestión de un hombre negro con confianza siendo rotulado como “arrogante” es bien conocida por los científicos sociales americanos. Despues de casi un siglo después de que se aboliera la esclavitud en 1865 y más de tres siglos y medio desde que en 1619 se importaran los primeros esclavos africanos habría una legislación contundente que prohibiera la discriminación legal contra personas por el color de su piel o por sus orígenes étnicos:
La Ley de Derechos Civiles de 1964 prohíbe la discriminación por motivos de raza, color, religión, sexo u origen nacional. La aprobación de la Ley puso fin a la aplicación de las "leyes Jim Crow" que habían sido confirmadas por el Tribunal Supremo en el caso Plessy v Ferguson 1896, en la que el Tribunal de Justicia declaró que la segregación racial que pretendía ser "separados pero iguales" era constitucional. La Ley de Derechos Civiles fue eventualmente expandida por el Congreso para fortalecer la aplicación de estos derechos civiles fundamentales.[22]

Pero si creen que después de siglos de racismo institucional una cultura fundamentada en la desigualdad iba a simplemente aceptar la humanidad – mucho menos la paridad – de aquellos que por tanto tiempo fueron designados socialmente indeseables pero económicamente indispensables, desconocen la naturaleza de la inercia humana ante el cambio donde patrones y perjuicios persisten. Hagamos otro ESTUDIO DE CASO breve para iluminarles un poco la perspectiva.

ESTUDIO DE CASO: AFROAMERICANOS Y LATINOAMERICANOS COMO CONEJOS DE INDIAS: EXPERIMENTOS MÉDICOS DEL GOBIERNO AMERICANO.
Junto con esclavitud, la segregación Jim Crow (el Apartheid americano), el Ku Klux Klan (grupo terrorista-racista angloamericano al que tendremos ocasión de conocer más adelante), la decisión Dred Scott, el caso de Plessy v Ferguson, los frecuentes linchamientos de negros en los estados del sur – y otros muchos ejemplos pertenecientes a esa larga lista de “barbarie repugnante e hipocresía desvergonzada” de la cual es América Culpable, tenemos casos de experimentos sobre sujetos humanos semejantes a los que se llevaron a cabo en los campos de concentración de la Alemania Nazi – pero en ciudadanos americanos de color. Un ejemplo es el experimento de sífilis de Tuskegee:
Durante cuarenta años, entre 1932 y 1972, el Servicio de Salud Pública de los EE.UU. (la “Public Health Service o PHS) llevó a cabo un experimento con 399 hombres negros en las últimas etapas de sífilis. Estos hombres, casi todos aparceros analfabetos de uno de los condados más pobres de Alabama, nunca se les dijo ni cuál era la enfermedad que padecían ni su gravedad. Informados de que estaban siendo tratados por "mala sangre", los médicos no tuvieron intención de curarlos de la sífilis en absoluto. La data para el experimento iba a ser recogida de las autopsias de los hombres, por lo que fueron deliberadamente permitidos que degeneran bajo los estragos de una sífilis terciaria, que puede incluir tumores, enfermedades del corazón, parálisis, ceguera, locura y muerte. “Tal como yo lo veo”, uno de los médicos involucrados explicó, “no teníamos mayor interés en estos pacientes hasta que se murieran."[23]
Si entendieron con el párrafo anterior que a los 399 sifilíticos diagnosticados no se les ofrecieron el tratamiento estándar de penicilina y ni siquiera se les explicó cuál era la verdadera naturaleza de su enfermedad con el motivo de estudiar el desarrollo de la misma hasta poder llevar a cabo un estudio post mortem – después de su muerte – de sus cadáveres entonces entendieron bien: así de cruel, así de inhumano, así de angloamericano. Esencialmente la premisa que se investigaba en el experimento de sífilis de Tuskegee era si los afroamericanos respondían fisiológicamente igual que los blancos al deterioro progresivo de la sífilis y la única forma de verificar la teoría empíricamente era en examen post mortem en autopsia: de ahí que uno de los médicos del estudio comentara que “no teníamos mayor interés en estos pacientes hasta que se murieran”. Para comprender esta lógica es indispensable entender cuán arraigada estaba la idea en la cultura americana – y por lo tanto hasta en la comunidad científica – de que los negros eran de otra especie – una especie subhumana, por supuesto inferior a la de los blancos: ¿al fin y al cabo no había sido ratificada esta idea durante más de un siglo por el Tribunal Supremo de Justicia del país? Con el experimento de sífilis de Tuskegee, gubernamentalmente patrocinado y controlado, vemos el impacto institucional de ese racismo que precisaba que una raza de seres humanos se designara como menos que humanos por cuestiones puramente comerciales, mercantiles, económicas. Más adelante hablaremos de la psicología de este proceso – la psicología del genocidio –  porque denegara a un ser humano su humanidad para tratarlo como mercancía o como rata de laboratorio en de por sí homicidio, y hacerlo a todo una raza o cultura de seres humanos es genocidio[24]:
Tanto la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1948[25] como el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (CPI) de 1998[26] recogen una idéntica definición:
Delito de Genocidio.
Se entenderá por “genocidio” cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal:
A) Matanza de miembros del grupo;
B) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo;
C) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial;
D) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo;
E) Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.
Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial”. Según esta definición el experimento de sífilis de Tuskegee era claramente un caso de genocidio. Aún después de que los afroamericanos ganasen una medida de igualdad legal con la Ley de Derechos Civiles de 1964, estarían muy lejos de haber obtenido la igualdad social – hasta el punto de seguir siendo utilizados como ratas de laboratorio aún casi diez años después de ser considerados legalmente iguales. Obviamente después de ser razonados, adjudicados, mercantilizados, como subhumanos durante más de tres siglos y medio, la cultura de la mayoría angloamericana no aceptaría su humanidad con los meros trazos de una firma presidencial.
El presidente estadounidense Bill Clinton ofrecería el 16 de mayo de 1997, una disculpa formal por el experimento de sífilis de Tuskegee a los ocho sobrevivientes restantes, afirmando: “El gobierno de Estados Unidos hizo algo que estaba mal – hondamente, profundamente inmoral. Fue un ultraje a nuestro compromiso a la integridad y la igualdad para todos nuestros ciudadanos... claramente racistas”. El gobierno de Estados Unidos tiene mucho por lo  cual pedir disculpas, pero el experimento de sífilis de Tuskegee no es más que un copo de nieve en la punta del iceberg de su historia de crímenes e injusticias contra la humanidad. Cuando nos enfrentamos al record histórico de hechos reales como los del experimento de la sífilis de Tuskegee, es prácticamente imposible que los ciudadanos de otros países logren comprender la naturaleza monstruosa de la inhumanidad inherente en la cultura dominante de los Estados Unidos, monstruosidad que en hechos, cifras, número de muertes y duración histórica sobrepasa incluso a la Alemania nazi del Tercer Reich. América, después de todo, es el país de Súperman, de Spiderman, de la Estatua de la Libertad, de la democracia, de Lincoln, de Hollywood, de Nike, de Michael Jordan, de Apple, de Disney. Las imágenes que tanto las empresas transnacionales americanas como el gobierno mismo venden al resto del mundo son totalmente incompatibles con la realidad histórica y social actual que yace oculto tras el velo cuidadosamente manufacturado por experto en relaciones públicas que disfraza esa realidad. ¿Cómo podemos reconciliar imágenes de Mickey Mouse con el experimento de sífilis de Tuskegee? ¿Será que dicho experimento fue una excepción, una anomalía, una aberración? ¿Será que el autor exagera, distorsiona, miente? En un mundo de Google y Wikipedia es fácil salir de dudas. En cuanto a que si el experimento de sífilis de Tuskegee sea una “anomalía”, consideren lo siguiente, y considérenlo dentro del contexto de la validación de la tesis central de que el trato del afroamericano en los EE.UU. es paradigmático del trato de ciudadanos de cualquier nación bajo dominio americano:
Recientemente, otro experimento realizado también por el Departamento de Salud Pública de EE.UU., prácticamente idéntico al experimento de sífilis de Tuskegee, se ha descubierto haber tenido lugar en la nación soberana de Guatemala:
BUSINESS INSIDER POLITIX: "Los EE.UU. publica un informe de investigación sobre experimento de sífilis guatemalteco", 29 de agosto 2011, 14:44
Una comisión federal comenzó a presentar sus hallazgos hoy con respecto a un experimento respaldado por el gobierno con presidiarios y enfermos mentales guatemaltecos infectados con sífilis durante la década de 1940.
La Comisión Presidencial para el Estudio de Asuntos de Bioética está celebrando audiencias públicas el lunes y el martes para dar a conocer todos los detalles de su investigación sobre el polémico programa cuyo objetivo era evaluar la efectividad de la penicilina en el tratamiento de enfermedades de transmisión sexual. En estos estudios, los investigadores apoyados por el Servicio de Salud Pública de los EE.UU. utilizaron prostitutas infectadas e inyecciones directas para transmitir la enfermedad a casi 700 guatemaltecos entre 1946 y 1948.
Durante décadas los experimentos se mantuvieron en secreto hasta que fueron descubiertos el octubre pasado por un profesor de universidad que estaba realizando una investigación sobre el estudio de sífilis de Tuskegee , un experimento controversial similar llevado a cabo de 1932 a 1972 en el que los científicos infectaron agricultores negros pobres en Alabama con la enfermedad. Los EE.UU. se disculpó inmediatamente por el experimento, con la secretaria de Estado Hillary Clinton y la secretaria de Salud y Servicios Humanos, Kathleen Sebelius emitiendo una declaración conjunta condenándolo .
“Aunque estos sucesos ocurrieron hace más de 64 años, estamos indignados de que tal investigación reprochable haya ocurrido bajo el pretexto de la salud pública”, escribieron Clinton y Sebelius. “Lamentamos profundamente que haya sucedido, y pedimos disculpas a todas las personas que resultaron afectadas por esas abominables prácticas de investigación.”
Guatemala criticó el experimento como un crimen contra la humanidad, y el país está llevando a cabo su propia investigación sobre el programa. El vicepresidente de Guatemala, Rafael Espada, quien lidera la investigación por parte de su país, estaba programado para hacer frente a la comisión de hoy, a pesar de que se vio obligado a cancelar esa apariencia debido al huracán Irene.
El Presidente Obama formó la comisión el año pasado para aclarar aún más el alcance y la intención del programa, y para revisar posteriormente las normas éticas vigentes para experimentos médicos. Un segundo informe que detalla las prácticas éticas contemporáneas se estrenará en diciembre. [27]
Otra revista proporciona un punto de vista ético más amplio en el contexto de lo que estos resultados revelan: las similitudes entre el trato dado por el gobierno de los EE.UU. de las minorías indefensas de color y los experimentos de la Alemania nazi también en seres humanos indefensos en sus campos de la muerte:
DIGITAL JOURNAL, “Informe: 2,500 guatemaltecos infectados con enfermedades de transmisión sexual de las pruebas estadounidenses”, 1 de septiembre 2011
Un informe dio a conocer esta semana los detalles de un experimento médico en poder de los Estados Unidos en la década de 1940 que infectó a guatemaltecos con enfermedades de transmisión sexual. Nada menos que 2,500 personas fueron infectadas en Guatemala desde 1946 hasta 1948 por un equipo de investigación médica de EE.UU. Hay 83 muertes confirmadas de los guatemaltecos, los investigadores encontraron. Cientos de soldados, presos, prostitutas y enfermos mentales fueron infectados con sífilis, gonorrea y otras enfermedades de transmisión sexual sin su conocimiento, dice el informe. Los científicos querían ver si la penicilina se podría utilizar para prevenir las infecciones. Ninguna información útil se logró mediante los experimentos financiados con dinero de los contribuyentes estadounidenses. Es más, sólo a 700 de los infectados con enfermedades de transmisión sexual se les dio tratamiento alguno. También se realizaron pruebas a los internos en Terre Haute, Indiana. La diferencia fue que los sujetos consintieron a las pruebas.
Unas 5,000 personas fueron también parte de los experimentos en el país de América Latina, según el informe publicado por la Comisión Presidencial de EE.UU. para el Estudio de Asuntos de Bioética. Los investigadores estaban estudiando los efectos de la penicilina con el fin de saber cómo aplicar su uso con militares estadounidenses estacionados en todo el mundo. Hoy en día los efectos del programa todavía se hacen sentir en Guatemala con los hijos de las personas infectadas con la enfermedad activa, sin síntomas, según la Asociación Médica del presidente de Guatemala Carlos Mejía.
“Se llevó [el experimento] a cabo en el contexto en el que [los Estados Unidos] estaban juzgando a los doctores alemanes que habían estado experimentando con el tifus y la malaria con prisioneros de guerra. Los nazis utilizaron los polacos, los rusos y los Judíos, mientras que los estadounidenses hicieron casi el mismo uso de los guatemaltecos”, Mejía dijo a la BBC. Hay una investigación en progreso en Guatemala que se espera que esté terminado en octubre respecto a los experimentos.
El nuevo informe se produjo después de que la historiadora Susan M. Reverby de Wellesley College descubrió el programa dirigido por John Cutler, MD. Cutler también participó en los experimentos de sífilis de Tuskegee en hombres afroamericanos desde 1932 hasta 1972.[28]

¿Qué tienen en común el experimento de sífilis de Tuskegee, el experimento de Guatemala, y los experimentos nazis? Todas fueron realizadas por una grupo de seres humanos pertenecientes a una cultura que consideraba a sus sujetos experimentales como algo menos humanos y todos ellos han demostrado la capacidad sociopática del ser humanos para el tratamiento inhumano de los otros seres humanos, tratamiento que siempre comienza con una denegación de la condición humana a sus víctimas.
La trágica situación de los nativos americanos, como la de los afroamericanos, también dado ocasión a demasiados incidentes escandalosos por parte o bien de las autoridades o bien del poblacho americano para enumerar en su totalidad. Los especialistas en la historia del genocidio, como el experto del Holocausto David Cesarani, han argumentado que “el gobierno y las políticas de los Estados Unidos de América contra algunos pueblos indígenas en cumplimiento del Destino Manifiesto constituían genocidio”, y que “en términos de números absolutos asesinados, el genocidio nativo americano supera al del Holocausto”.[29] Ciertamente, y sin lugar a dudas, las vidas perdidas durante los siglos de la legalizada esclavización de africanos y de sus descendientes afroamericanos, en los Estados Unidos también superan ese número y también constituyen una forma de genocidio – genocidio del cual vemos que es América Culpable.





[2] http://www.nytimes.com/2013/06/11/us/shootings-by-agents-increase-border-tensions.html?pagewanted=all (Accedida por última vez el 11 de junio, 2013). Este artículo, del 10 de junio del 2013, cita un mínimo de 15 individuos muertos por agentes de la “Border Patrol”, desde enero del 2010 en la frontera del sudoeste de los EE.UU., bajo circunstancias que en ningún momento pusieron en peligro las vidas de los agentes o la seguridad nacional de los EE.UU.
[3] http://en.wikipedia.org/wiki/Mississippi_civil_rights_workers_murders Accedido por última vez el 11 de junio del 2013. Versión castellana: http://es.wikipedia.org/wiki/Asesinatos_de_activistas_pro_derechos_civiles_de_Misisipi. Accedido por última vez el 11 de junio del 2013.
[4] George Mason University, Mercer Library Newsletter, Vol. 2, Number 11 | Sept/Oct 2006
[5] Civil Rights Chronicle: The African-American Struggle for Freedom, Clayborne Carson et al, 2003, p. 14.
[7] The Antelope, 23 U.S. 10 Wheat. 66 66 (1825)
[8] Civil Rights Chronicle: The African-American Struggle for Freedom, Clayborne Carson et al, 2003, p. 22.
[9] Civil Rights Chronicle: The African-American Struggle for Freedom, Clayborne Carson et al, 2003, p. 27.
[10] http://www.cnn.com/2011/CRIME/08/06/mississippi.hate.crime/index.html, (Visitada por última vez el 26 de junio 2013.)
[11] Dred Scott v. Sandford 60 U.S. 393 (1857).
[12] http://www.pbs.org/wgbh/aia/part4/4h2933.html, énfasis mío. (Visitada por última vez el 26 de junio 2013.)
[14] http://www.youtube.com/watch?v=SW1ZDIXiuS4 (Visitada por última vez el 26 de junio 2013.)
[15] The History of the Supreme Court, (“La historia de la Corte Suprema”) por Peter Irons, (Lección 8) The Teaching Company 2003.
[16] National Humanities Center Resource Toolbox, The Making of African American Identity: Vol. I, 1500-1865. Emigration & Colonization: The Debate among African Americans, 1780s-1860s.
[18] The History of the Supreme Court, by Peter Irons, (Lección 8) The Teaching Company 2003.
[19] Columbia Journal of Transnational Law, Dred Scott and International Law, p. 782, Janis Print Version.doc, May 20, 2005.
[20] Cuarto debate de Lincoln contra Douglas en Charleston, Illinois, 18 de septiembre, 1858.
[23] http://www.infoplease.com/spot/bhmtuskegee1.html. Para más información lean: Tuskegee Syphilis Experiment (History, Facts, Bad Blood, Bad Science) – Infoplease.com http://www.infoplease.com/spot/bhmtuskegee1.html#ixzz1U5WBleo2 (Visitada por última vez el 26 de junio 2013.)